Cuenta Platón en sus diálogos, que Tales de Mileto cayó en un pozo por ir mirando el cielo. Isabelle Hupert interpreta, en esta muy recomendable El Porvenir, a un personaje que debe ser una especie endémica del cine francés: un intelectual, infinitamente cultivado y probablemente de izquierdas. Creo que según nuestro mundo ha ido empeorando, la profesión de dicho personaje arquetípico ha tenido que especializarse más y más para que sea verosímil su nivel cultural: si en Mi noche con Maude (Eric Rohmer, 1969) Jean-Louis (Jean-Louis Trintignant) era un joven ingeniero católico capaz de disertar sobre Pascal, aquí Nathalie (Isabell Hupert) es directamente una profesora de filosofía. No nos hubiéramos creído que se dedicase a ninguna otra cosa. Lo más bonito de esta película, es cómo se opone la vida intelectual de su protagonista -a la que la distancia interpretativa de Hupert le viene muy bien- con lo mundano, con los problemas más cotidianos. Así, mientras Nathalie intenta enseñar a sus alumnos a pensar por sí mismos, debe lidiar con protestas sociales por el retraso de la edad de jubilación; con el marketing que intenta hacer atractivo un libro de filosofía que no se vende bien; con un marido infiel; con una madre loca que requiere atención (y con su gato gordo); con la idea de la muerte inevitable y con la de una nueva vida; con un alumno aventajado que le reprocha el divorcio entre su forma de vivir y su forma de pensar. Nathalie mira constantemente al cielo, pero tropieza continuamente con los obstáculos del suelo. Creo que el gran mensaje del film es la apuesta por la identidad, por encima de las causas coyunturales que atraviesan nuestras vidas. Pero esa es solamente una convicción personal. Hay, además, otra oposición en la película, tremendamente provechosa. En el guión conviven la tesis y el desarrollo profundo de su personaje principal. Por un lado, el tema de su título, el porvernir, se refleja en diferentes facetas: en los jóvenes que quieren cambiar el mundo, en la mentalidad empresarial que lo rebaja todo, en la vejez, en la muerte, en la soledad del fin de los días, en la esperanza de la llegada de una nueva vida. Al mismo tiempo, se desarrolla con mimo el personaje protagonista: saldremos de la sala de cine con la sensación de haber conocido a una persona real llamada Nathalie. El cómo un film tan pretencioso, idealista e intelectual consigue ser cotidiano y emocionarnos profundamente, es para mí un misterio solo explicable por el talento de Mia Hansen-Love y de Isabelle Hupert. A destacar la imagen perfecta de una triste separación sentimental: cuando en la estantería de Nathalie faltan la mitad de los libros.
EL PORVENIR (MIA HANSEN-LOVE, 2016)
Cuenta Platón en sus diálogos, que Tales de Mileto cayó en un pozo por ir mirando el cielo. Isabelle Hupert interpreta, en esta muy recomendable El Porvenir, a un personaje que debe ser una especie endémica del cine francés: un intelectual, infinitamente cultivado y probablemente de izquierdas. Creo que según nuestro mundo ha ido empeorando, la profesión de dicho personaje arquetípico ha tenido que especializarse más y más para que sea verosímil su nivel cultural: si en Mi noche con Maude (Eric Rohmer, 1969) Jean-Louis (Jean-Louis Trintignant) era un joven ingeniero católico capaz de disertar sobre Pascal, aquí Nathalie (Isabell Hupert) es directamente una profesora de filosofía. No nos hubiéramos creído que se dedicase a ninguna otra cosa. Lo más bonito de esta película, es cómo se opone la vida intelectual de su protagonista -a la que la distancia interpretativa de Hupert le viene muy bien- con lo mundano, con los problemas más cotidianos. Así, mientras Nathalie intenta enseñar a sus alumnos a pensar por sí mismos, debe lidiar con protestas sociales por el retraso de la edad de jubilación; con el marketing que intenta hacer atractivo un libro de filosofía que no se vende bien; con un marido infiel; con una madre loca que requiere atención (y con su gato gordo); con la idea de la muerte inevitable y con la de una nueva vida; con un alumno aventajado que le reprocha el divorcio entre su forma de vivir y su forma de pensar. Nathalie mira constantemente al cielo, pero tropieza continuamente con los obstáculos del suelo. Creo que el gran mensaje del film es la apuesta por la identidad, por encima de las causas coyunturales que atraviesan nuestras vidas. Pero esa es solamente una convicción personal. Hay, además, otra oposición en la película, tremendamente provechosa. En el guión conviven la tesis y el desarrollo profundo de su personaje principal. Por un lado, el tema de su título, el porvernir, se refleja en diferentes facetas: en los jóvenes que quieren cambiar el mundo, en la mentalidad empresarial que lo rebaja todo, en la vejez, en la muerte, en la soledad del fin de los días, en la esperanza de la llegada de una nueva vida. Al mismo tiempo, se desarrolla con mimo el personaje protagonista: saldremos de la sala de cine con la sensación de haber conocido a una persona real llamada Nathalie. El cómo un film tan pretencioso, idealista e intelectual consigue ser cotidiano y emocionarnos profundamente, es para mí un misterio solo explicable por el talento de Mia Hansen-Love y de Isabelle Hupert. A destacar la imagen perfecta de una triste separación sentimental: cuando en la estantería de Nathalie faltan la mitad de los libros.
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