Tras haber cerrado en el capítulo anterior la historia -y el falso documental televisivo My Roanoke Nightmare- AHS nos sorprende con un giro absolutamente coherente con el género del terror: una secuela. Esta temporada ha jugado desde el principio a la metaficción, mezclando a actores interpretando a personas "reales" junto a actores haciendo de esas personas. ¿Lo pilláis? Esto hace evidente los mecanismos de la representación y aporta un inusitado realismo al mencionado falso documental. En este episodio, los guionistas amplían este juego inventándose un reality -paradigma de lo falso disfrazado de verdad- en el que los personajes reales y los ficticios deben convivir en la casa encantada, en una especie de Gran Hermano terrorífico. Bueno, todavía más terrorífico. Así, nos muestran a los actores que interpretaron a las personas reales, en un juego de espejos que alcanza su máxima expresión cuando la Shelby real (Lily Rabe) tiene un romance con el "Matt" de la ficción (Cuba Gooding Jr.) que acaba a hostias con el "verdadero" Matt (André Holland). En otro momento bastante lúcido, Kathy Bates interpreta a la actriz que dio vida a la Carnicera en la dramatización, pero descubrimos que se ha dejado absorber de tal manera por el papel, que ha perdido la cabeza. Todo este entramado aporta una distancia postmoderna a la historia de terror y sobre todo muchísimo humor: el mejor momento es la toma falsa que da pie al romance entre dos personajes. Cheyenne Jackson interpreta a Sidney James, un productor de televisión avispado, egocéntrico, petardo y sin escrúpulos, que protagoniza lo que es otro ejemplo de terror found footage. El rótulo que anuncia que todos mueren, menos uno, es la promesa de un body count generoso, que enseguida se cobra su primera víctima. American Horror Story se reinventa y confirma que es una de las series más entretenidas del momento.
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