TRAIN TO BUSAN: ZOMBIES EN EL TREN


El creador del zombie moderno, George A. Romero, insufló en sus películas de terror un subtexto político o social que aportaba otros niveles de lectura a sus obras, lo que no quiere decir que estas no estuviesen repletas de sustos, acción y gore suficientes para ser mínimamente comerciales. Partiendo de La noche de los muertos vivientes (1968), el zombie ha sido una metáfora de las preocupaciones de cada época, desde la mirada crítica sobre la sociedad consumista de Zombi (1978), hasta La tierra de los muertos vivientes (2005), en la que los cadáveres revividos representaban a los marginados y a los inmigrantes. Hoy hablaríamos de los refugiados. Train to Busan, film surcoreano que coloca a los muertos vivientes en un tren, esboza también algunos apuntes críticos, al enfocar su discurso principal en torno al egoísmo de la hedonista sociedad moderna -¿Y occidentalizada?-. Así, los supervivientes de un primer brote zombie se dividen muy pronto en privilegiados y marginados, utilizando el miedo a ser infectados como excusa para sacrificar al otro en aras de la supervivencia personal. Este tema, muy presente en la ficción que ha puesto de moda a los zombies, The Walking Dead (2010), no evita que estemos ante un film adrenalínico que se presenta como la típica película de catástrofes, con su grupo humano de personajes diferenciados que irán sucumbiendo en un medio de transporte cotidiano. En este sentido, Train To Busan se define claramente como una Guerra Mundial Z (2013) de serie B, dicho esto en el buen sentido. La propuesta surcoreana supera en todo a su modelo hollywoodiense, excepto en su presupuesto y en el star power de Brad Pitt. Casi mejor. Yeon Sang-ho, mejor director en Sitges 2016, curtido en films de animación, firma aquí su primera película de acción real, en la que destaca su ritmo endiablado, su concreción narrativa y algunas ideas brillantes para aprovechar el reducido espacio de un tren repleto de cadáveres reanimados. Se propone aquí un zombie contorsionista y espasmódico, histérico, rapidísimo, que se aleja del monstruo lento de Romero y Robert Kirkman, acercándose más bien a los ágiles infectados de 28 días después (2002). A esto se añaden unas reglas de comportamiento de las criaturas, aceptablemente originales y sobre todo bien aprovechadas en la historia: me refiero, por ejemplo, a lo que ocurre en la oscuridad de los túneles por los que pasa el tren. En este desarrollo lineal que marca el escenario ferroviario, la película se acerca a la obra de ciencia ficción Snowpiercer (2013), firmada por otro surcoreano, Bong Joon-ho, quien también nos dio una de catástrofes, pero con monstruo gigante, en la magistral The Host (2006). Solo algunos apuntes melodramáticos -la trama principal es la relación entre un padre y su hija pequeña- y una música poco acertada, empañan el producto. Estamos ante un film de género sin complejos, terriblemente entretenido y sobre todo imprescindible para el aficionado al cine de terror.

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