Ha encontrado Supergirl una zona de comodidad en la que cada episodio ofrece un buen entretenimiento. En estos capítulos, la serie no emociona, pero tampoco aburre. Las tramas planteadas se van desarrollando apaciblemente, sin aburrir, pero sin demasiada tensión. Así, la vocación heroica de James Olsen (Mehcad Brooks) como el blindado Guardian, sigue avanzando sin más obstáculos que una suave oposición de Supergirl (Melissa Benoist) que aquí descubre el secreto de su actividad como justiciero. Paralelamente, Mon-El (Chris Wood) también quiere ser un superhéroe, aunque su motivación no sea altruista, sino el amor que siente por Kara. Estos dos personajes son rivales, sobre todo por sus sentimientos hacia la kriptoniana. El mejor momento del episodio es cuando ambos son capturados por los villanos y la criminal Lisa Gold (Jessie Graff) les recrimina que se crean mejores héroes que Supergirl. No lo son. Por otro lado, hay dos subtramas más que también reflejan un tema central, el de los valores que debe tener un héroe. Mon-El debe aprender a sacrificarse por los demás, incluso cuando sus sentimientos por Kara le empujan a protegerla primero a ella. Además, J'onn J'onzz (David Harewood) aprende a perdonar a su enemiga, la marciana blanca M'gann M'orzz (Sharon Leal), a la que odia, únicamente, por su raza. Así, esta serie de ciencia ficción se preocupa de nuevo por trasladarnos mensajes feministas y de tolerancia racial. Por último, la propia Kara aprende a dar una oportunidad incluso a la villana más cruel, su némesis, Livewire (Brit Morgan) que aquí aparece por tercera vez para enfrentarse a la chica de acero. Todo esto está muy bien, pero, como he dicho antes, a la serie le falta tensión, le falta la amenaza de un gran enemigo. Ya se perfila una futura invasión de los marcianos blancos.
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