La reencarnación es parte esencial del hinduismo, la creencia en que tras morir volveremos a nacer en un ciclo sin fin. El protagonista de la película Lion, Saroo -Dev Patel, nominado a un Oscar- tiene al menos dos vidas: una como el niño que tiene la mala fortuna de extraviarse en la inmensa India y otra como hijo adoptivo de una pareja australiana, que le brinda la oportunidad de una nueva existencia en el estado de bienestar occidental. La película tiene, por tanto, dos partes muy diferenciadas: primero, la infancia de Saroo y luego su vida adulta en Tasmania. El gran defecto del film es, precisamente, el abismo entre ambas partes. El inicio de esta historia basada en hechos reales -recogidos en el libro autobiográfico A Long Way Home (2013)- es soberbio. Un retrato duro de la situación de la infancia abandonada en la India, que se beneficia del tremendo carisma del niño Sunny Pawar -todo un hallazgo-. Este relato tiene un pulso narrativo estupendo y a pesar de que el debutante Garth Davis rueda las imágenes de la pobreza con estética publicitaria -se nota su pedigrí como director de anuncios- sí consigue transmitirnos la inmensa sensación de indefensión del pequeño Saroo. Siempre he pensado que la narrativa cinematográfica es más eficiente cuanto más se acerca a la unidades dramáticas de tiempo, espacio y acción. Al contarnos las peripecias del protagonista infantil, la narración de Lion se mantiene concreta, enfocada y satisfactoria, pero cuando da el salto temporal hacia la vida adulta de Saroo, en su nuevo entorno, comienza a dispersarse perdiendo gran parte de su interés. La segunda mitad del film contiene numerosas elipsis temporales que complican al espectador la posibilidad de comprometerse emocionalmente con el protagonista. Esto se intenta paliar con la introducción de flashbacks que representan los recuerdos de la infancia de Saroo, que poco a poco van invadiendo su vida presente hasta obsesionarle con sus orígenes. Pero no conseguimos conectar con su conflicto personal, aunque lo entendamos perfectamente. La historia que nos cuentan -la real- es potente, pero su adaptación a la pantalla de cine chirría, quizás, por una excesiva fidelidad al material original. Habría sido recomendable, quizás, eliminar la subtrama del hermano problemático de Saroo, el también adoptado Mantosh, cuyos traumas no están bien integrados en la historia; mucho más claro tengo que no venía a cuento la excéntrica confesión que hace el personaje de la madre, interpretado por Nicole Kidman -también nominada- auténtico momento WTF de la película. Y tampoco habría estado mal dramatizar el clímax de la historia de una forma más visual y atractiva que una búsqueda en Google Maps. Lion no es una mala película, pero, desde luego, no se entiende que esté nominada a seis premios Oscar.
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