Creo haber leído alguna vez que Ernesto Sábato se permitió corregir a Séneca afirmando que el hombre de animal tiene mucho, pero de racional, poco. La irracionalidad, a la que se refería el argentino, tiene que ver con la capacidad del ser humano de superar tragedias como la guerra, el hambre o las enfermedades. Cuando lo lógico sería acabar con el sufrimiento de una forma práctica y eficaz. Seguir viviendo, seguir sufriendo, es lo que le parecía irracional a Sábato y de eso habla Manchester frente al mar. De un dolor insoportable. Depende de vosotros la decisión de someteros, o no, al drama que propone esta historia que busca, sin duda, eso que los griegos llamaban catarsis. Lo que sí os puedo decir es que, la mayor virtud de la película, es hacer soportable su terrible historia, encontrando humanidad en sus personajes y dándole verosimilitud a sus ambientes de Nueva Inglaterra. Para conseguir esto, el guionista y director Kenneth Lonergan utiliza una de las mejores estrategias que he visto en un drama: la torpeza. Pequeños titubeos, errores humanos, chapuzas, que en los momentos más duros de la historia hacen que la película sea mucho más real que cinematográfica. Cuando dos sanitarios no consiguen meter a una mujer -no revelaré de quién se trata- en una ambulancia, en el momento más trágico de la película, porque las patas de la camilla no se pliegan, lo que nos dice Lonergan es que la vida real no nos concede la gracia de ser solemne simplemente porque sintamos dolor. Sigue siendo pueril, absurda, incluso (tragi)cómica, en los peores momentos. Y eso es lo que hace entrañable este film de hombres de pocas palabras, abrazos mal dados y adolescentes que no pueden evitar reírse cuando intentan hacer el amor por primera vez. Uno de los mejores retratos que he visto de la vida -y de la muerte- en una pantalla de cine. La historia se sostiene sobre los hombros de un personaje tan enigmático como contenido, perfectamente interpretado por Casey Affleck -nominado a un Oscar-. El por qué de su actitud es el motor de la película. Su silencio, su hosquedad, deja espacio suficiente para que brille otro actor -también nominado- el joven Lucas Hedges, que es un torrente de humanidad y de calidez en lo que de otra forma sería una tragedia difícil de digerir para el espectador. La actriz Michelle Williams también está soberbia, en un pequeño papel que encara con una honestidad diametralmente opuesta al glamour de Hollywood. Nominada a seis premios de la Academia, Manchester frente al mar no ofrece respuestas fáciles, no inventa soluciones mágicas a conflictos que no las tienen y encuentra su mayor fuerza en elementos casi invisibles: esas botellas de alcohol, presentes en casi cada plano, dicen mucho sin llamar la atención; esos tres marcos cuyas fotos nunca vemos se quedarán para siempre en mi memoria.
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