Crudo es la película del momento. Si entendéis el cine como una expresión artística y no como un mero entretenimiento, creo que es imprescindible. Es de esas escasas obras que generan necesariamente una reacción: buena o mala, es difícil que sus poderosas imágenes os dejen indiferentes. La historia del cine pondrá luego en su lugar a esta enérgica ópera prima de la francesa Julia Ducornau, dependiendo sobre todo de cómo progrese la carrera cinematográfica de esta chica de apenas 34 años. Pero hoy, la película que tenéis que ver, se llama Crudo. Ha recibido premios en festivales importantes: Cannes, Austin, Londres, Sitges y Toronto, donde se dice que su proyección causó desmayos. Yo creo que no es para tanto, pero es verdad que hay momentos que pueden suponer un mal trago para espectadores sensibles. La historia resulta difícil de describir, porque su argumento es prácticamente nulo más allá del despertar a la madurez -en todos los sentidos- de su protagonista, una inquietante Justine -sí como la heroína de Sade- enigmáticamente interpretada por Garance Marillier. La película nos cuenta cómo ella deja su hogar familiar para ingresar en la universidad, en la carrera de veterinaria, bajo la tutela de una hermana mayor, Alexia, sabrosamente encarnada por Ella Rumpf. Poco más se puede contar, porque uno de los mayores placeres de esta película, increíblemente entretenida, es que resulta sorprendente en cada escena, provocadora en cada paso que da en un crescendo que produce un vigoroso entusiasmo. Como he dicho antes, Crudo casi prescinde de un argumento para encadenar escenas -set pieces- cada ves más alucinantes. La película es completamente libre, salvaje y lo más lejos de la autocensura y de la contención que se nos pueda ocurrir. Es lo que debe ser una ópera prima. A pesar de ser claramente una película de autor, utiliza el gore como detonante, como un medio para llegar a un fin, antes que como un fin en sí mismo. En esto me recuerda al primer David Cronenberg, que disfrazaba de cine de terror genérico sus muy intelectuales propuestas. Hay también algo de la crudeza distante de Michael Haneke, sobre todo en la escena del prólogo. Su intención feminista hace pensar también en el Lucky McKee de la reciente The Woman (2011). Su estructura de caos creciente solo es comparable a un High-Rise (Ben Wheatley, 2015) en clave femenina. También viene a la mente la estrategia de shock de un Lars Von Trier. El espíritu combativo y los colores pop del Godard de Pierrot el loco (1965), la rabia juvenil del If.... (1968) de Lindsay Anderson. Todo esto aderezado con un macabro sentido del humor que impide que la propuesta se convierta en algo pretencioso. Insumisa, rebelde, Crudo representa un sanísimo rechazo absoluto hacia los mecanismos coercitivos de socialización, que comienzan desde el propio núcleo familiar. No dejéis de verla.
CRUDO: CINE PROVOCACIÓN
Crudo es la película del momento. Si entendéis el cine como una expresión artística y no como un mero entretenimiento, creo que es imprescindible. Es de esas escasas obras que generan necesariamente una reacción: buena o mala, es difícil que sus poderosas imágenes os dejen indiferentes. La historia del cine pondrá luego en su lugar a esta enérgica ópera prima de la francesa Julia Ducornau, dependiendo sobre todo de cómo progrese la carrera cinematográfica de esta chica de apenas 34 años. Pero hoy, la película que tenéis que ver, se llama Crudo. Ha recibido premios en festivales importantes: Cannes, Austin, Londres, Sitges y Toronto, donde se dice que su proyección causó desmayos. Yo creo que no es para tanto, pero es verdad que hay momentos que pueden suponer un mal trago para espectadores sensibles. La historia resulta difícil de describir, porque su argumento es prácticamente nulo más allá del despertar a la madurez -en todos los sentidos- de su protagonista, una inquietante Justine -sí como la heroína de Sade- enigmáticamente interpretada por Garance Marillier. La película nos cuenta cómo ella deja su hogar familiar para ingresar en la universidad, en la carrera de veterinaria, bajo la tutela de una hermana mayor, Alexia, sabrosamente encarnada por Ella Rumpf. Poco más se puede contar, porque uno de los mayores placeres de esta película, increíblemente entretenida, es que resulta sorprendente en cada escena, provocadora en cada paso que da en un crescendo que produce un vigoroso entusiasmo. Como he dicho antes, Crudo casi prescinde de un argumento para encadenar escenas -set pieces- cada ves más alucinantes. La película es completamente libre, salvaje y lo más lejos de la autocensura y de la contención que se nos pueda ocurrir. Es lo que debe ser una ópera prima. A pesar de ser claramente una película de autor, utiliza el gore como detonante, como un medio para llegar a un fin, antes que como un fin en sí mismo. En esto me recuerda al primer David Cronenberg, que disfrazaba de cine de terror genérico sus muy intelectuales propuestas. Hay también algo de la crudeza distante de Michael Haneke, sobre todo en la escena del prólogo. Su intención feminista hace pensar también en el Lucky McKee de la reciente The Woman (2011). Su estructura de caos creciente solo es comparable a un High-Rise (Ben Wheatley, 2015) en clave femenina. También viene a la mente la estrategia de shock de un Lars Von Trier. El espíritu combativo y los colores pop del Godard de Pierrot el loco (1965), la rabia juvenil del If.... (1968) de Lindsay Anderson. Todo esto aderezado con un macabro sentido del humor que impide que la propuesta se convierta en algo pretencioso. Insumisa, rebelde, Crudo representa un sanísimo rechazo absoluto hacia los mecanismos coercitivos de socialización, que comienzan desde el propio núcleo familiar. No dejéis de verla.
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