Tenía que ocurrir. Era inevitable. Al menos para mí, es la primera vez que una buena parte del desarrollo de una película ocurre a través de una conversación vía mensajes de texto telefónicos. Las redes sociales y los smartphones ya habían aparecido en gran cantidad de films, pero casi siempre como elementos secundarios, meros reflejos de la época en la que vivimos. Supongo que alguna película de terror habrá utilizado las nuevas tecnologías como gimmick y no hay que olvidar el experimento narrativo de Nacho Vigalondo con múltiples pantallas en Open Windows (2014). Pero aquí, el veterano Olivier Assayas -mejor director en Cannes- utiliza profusamente los mensajes de texto como un motor importante dentro de su historia: los caracteres luminosos parpadeando sobre una pequeña pantalla, la tensa espera antes de un mensaje, el sobresalto por el sonido de una notificación inesperada. Vemos a Maureen (Kristen Stewart) escribiendo frenéticamente con sus pulgares y haciendo caso omiso de los que están a su alrededor, absorta en su teléfono móvil, como un zombie desconectado de lo que hay a su alrededor. Assayas utiliza este recurso de forma coherente, porque su discurso no es otro que expresar que vivimos en un mundo fantasma. Maureen, la asistente personal de una celebrity insoportable, se pasa la vida entrando en habitaciones vacías, pronunciando el nombre de personas ausentes, leyendo notas que le han dejado, comprando ropa y joyas que nunca se pondrá, recibiendo mensajes de un remitente desconocido, con el que se confiesa porque no hay nadie más. Maureen deambula por un mundo deshabitado -el de la moda, el de la fama, el de los hoteles caros, el de las nuevas tecnologías, el moderno, el nuestro- su novio trabaja lejos -habla con él por Internet- y no parece tener amigos. Vive en un mundo fantasma figurada y literalmente: es una médium que intenta hacer contacto con su hermano fallecido. Olivier Assayas hace en Personal Shopper un film de autor sobre la soledad y la incomunicación utilizando la atmósfera de una película de terror. El sugestivo final nos hace pensar que podríamos estar ante algo muy parecido al terror psicológico de Repulsión (1968) de Roman Polanski o incluso, por qué no, ante una versión intelectual de El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999).
WILSON: VIÑETAS DE LA SOLEDAD
Es imposible no querer a Wilson. Socialmente inepto, sin oficio conocido, ha gozado del tiempo libre necesario para formarse una opinión sobre casi todo. Una visión profunda de cómo funciona el mundo, casi siempre negativa. La mirada desencantada de Wilson sobre la vida moderna tiene que ver con vivir anclado en un pasado analógico, superado, pero más honesto, menos hipócrita, menos preocupado de gilipolleces. Wilson no tiene móvil ni ordenador, y por supuesto no sabe qué es Facebook ni Whatsapp. Si quiere conectar con alguien, simplemente le habla, cara a cara, en la calle. Es por eso que Wilson nos parece un tío raro, un friki. Que pensemos que alguien está loco por hablar con los demás, es una idea que bien vale una película. O un cómic. Basada en una novela gráfica -para la revista Times fue el sexto mejor libro de 2010- Wilson es la vida de un fracasado deslenguado, en la línea de otros personajes de Daniel Clowes -autor clave del cómic indie- siempre outsiders, solitarios y deprimidos por la mediocridad de los que les rodean. El director, un emergente Craig Johnson -The Skeletons Twins (2014)- firma con este su tercer film, heredando un proyecto de Alexander Payne -Nebraska (2013)- y siendo esta la primera vez que no participa en el guión. De esto se encarga el propio Clowes, que ya adaptó dos de sus obras al cine en colaboración con Terry Zwigoff: la estupenda Ghost World (2001) y la desapercibida El arte de estrangular (2006). El elegido para dar vida a Wilson es Woody Harrelson -True Detective- que lima algunas aristas del personaje original, rebaja su vocabulario -en el cómic parece sufrir el síndrome de Tourette- y acaba resultando más entrañable, entre Humberto D. (Vittorio De Sica, 1952) y Woody Allen. Wilson desprecia nuestra sociedad de zombies pegados a la pantalla del móvil, pero al mismo tiempo desea integrarse, a través de un orden más natural y primario, como lo es la familia. El protagonista descubre el sentido de la vida en lo biológico, en nuestra programación genética, tras fracasar probando suerte con los amigos, las relaciones de pareja, y hasta la religión. Este viaje de descubrimiento de una verdad existencial, es la película. En el cómic original, Clowes se vale de una narrativa en la que la historia se desarrolla en páginas individuales, que recuerdan a las dominicales de las tiras cómicas. Decisión curiosa, siendo esta la primera obra que Clowes no publica primero por entregas. El cómic es el arte secuencial y nos exige rellenar los agujeros entre viñeta y viñeta. En Wilson, un tiempo indeterminado, a veces parecen años, separa una página de otra, lo que nos obliga a completar el relato, en un uso sugestivo de la elipsis narrativa. El cine es imagen en movimiento -no hay espacio entre fotogramas- y esta adaptación apuesta por una mayor unidad dramática de tiempo. Así, la gran diferencia entre la historieta y la película es la ausencia del tono nostálgico del original, que aportaba el paso del tiempo y la vejez de Wilson. Tiene esta adaptación un sabor ligeramente distinto. Debajo de sus imágenes limpias, que intentan emular la estética del tebeo, se oculta un amargo retrato de la soledad infinita que padecemos todos. Precisamente, escribo estas líneas en una pequeña libreta, en el metro, y una chica me mira de reojo con curiosidad, como si fuera un bicho raro, mientras teclea con sus pulgares en un smartphone. Quizás yo también soy un poco Wilson.
VUELVE TWIN PEAKS, VUELVE DAVID LYNCH
Estrenada la tercera temporada de Twin Peaks se puede decir que, más que la serie sobre la muerte de Laura Palmer, lo que ha vuelto a nuestras vidas es David Lynch. Al menos de momento. Hay que recordar que el director se retiró del cine con la exigente Inland Empire (2006) un largometraje de 180 minutos, con una narrativa fragmentada y sin lógica. Obviamente, no era un plato para todos los gustos. Lo que encontramos en los primeros instantes de este regreso a la serie que causó furor en 1990, tiene más que ver con el cine del autor de Terciopelo azul (1986) que con ver al agente Cooper comiendo donuts. Lynch no hace concesiones al espectador medio. Plantea situaciones inconexas, algunas en escenarios clásicos de la serie original, otras en lugares y con personajes novedosos. Twin Peaks era una rareza en la televisión de los años 90, pero su estructura argumental respondía a parámetros razonablemente conservadores, con planteamiento, nudo y desenlace, giros argumentales y desarrollo de personajes. Nada que ver con el cine de Lynch, más parecido a una pesadilla que a una narración lineal. Esto puede desorientar al espectador menos acostumbrado a las intenciones artísticas del director de 71 años o decepcionar al fan nostálgico, que en el fondo solo espera revivir situaciones pasadas. Pero lo más recomendable sería dejarse llevar. Lynch sustituye el grano catódico de la serie de los 90 por el frío hiperreralismo del vídeo digital de alta definición, que produce auténtico vértigo; alarga los planos cargándose el ritmo narrativo y consiguiendo la incomodidad del que mira; los archiconocidos temas de Badalamenti no aparecen, al menos en estos primeros compases -y sin contar la cabecera- y son sustituidos por una banda sonora de ruidos industriales desasosegantes. Este Twin Peaks es mucho más terrorífico que el original, con una atmósfera de cine de horror y elementos propios de esa vertiente de la obra de Lynch, como los actores de fisonomía peculiar -por no llamarlos directamente freaks- estrategias de extrañamiento como los diálogos recitados robóticamente; un actor que interpreta a dos personajes; una atmósfera surrealista y una estética kitsch. Si todos recordamos el humor excéntrico de la serie, aquí estamos ante un comienzo mucho más oscuro, que produce auténtico desasosiego. El fan de Lynch está sin duda de enhorabuena, pero creo que el de Twin Peaks tiene razones para la esperanza. Primero, por el innegable interés de revisitar los escenarios míticos del original y por volver a ver a los actores 27 años después. Pero también porque, a pesar de lo dicho, bajo el envoltorio artístico lyncheano de primera clase, se plantea una historia de investigación criminal, con un buen misterio y que acaba en un cliffhanger que engancha. Seguiremos pegados a la pantalla. Si en 1990 Twin Peaks parecía adelantada a su época, lo mejor que se puede decir de esta nueva temporada, es que lo sigue estando.
THE FLASH -TEMPORADA 3- THE ONCE AND FUTURE FLASH
Hay varias cosas que The Flash hace realmente bien. La primera es jugar con la mitología de la propia serie. Retuercen a cada personaje hasta exprimirlo bien. Así, en este capítulo, el velocista escarlata viaja al futuro para descubrir cómo es su mundo tras la posible muerte de Iris West (Candice Patton). Los guionistas vuelven a jugar a presentar a los protagonistas con pequeñas variaciones, como ya han hecho mostrando futuros alternativos -Flashpoint- y mundos paralelas -Tierra-2-. Esto solo funciona si conocemos bien a los personajes y están tan excelentemente dibujados como estos. Lo segundo que hacen bien es meternos verdaderamente en la historia y convencernos de su planteamiento: no sé vosotros, pero estoy convencido de que Iris morirá a manos de Savitar. Han buscado ya tantas formas de evitarlo y han fracasado, y el tono de esta tercera temporada es tan oscuro, que verdaderamente no veo otro final. Un espectador curtido como yo, debería saber que probablemente Iris se salvará -como poco hay un 50% de probabilidades- pero es mérito de los guionistas el convencerme de que la tarea de Barry Allen (Grant Gustin) es, como poco, complicada. En el mismo sentido, la serie es muy buena creando antagonistas verdaderamente temibles y cuya identidad es una auténtica incógnita. Al menos yo estoy verdaderamente intrigado. Por último, hay que alabar el delicioso cóctel de referencias ochenteras que es cada entrega de The Flash: aquí, un viaje al futuro como en Regreso al futuro (1985); H.R. (Tom Cavanagh, que además dirige el capítulo) recoge su baqueta justo antes de que se cierre una puerta como Indiana Jones; el mismo H.R. responde "lo sé" a una admiradora que le dice "te deseo" como Han Solo responde al "te amo" de Leia en El imperio contraataca (1980); sin olvidar el futuro distópico y las manos mecánicas de Cisco (Carlos Valdes) que recuerdan a Terminator (1984). Esta serie mola.
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DÉJAME SALIR: TERROR SOCIAL
Es difícil imaginarse hoy la carga transgresora que tuvo La noche de los muertos vivientes por tener un protagonista afroamericano en 1968. George A. Romero fabricó un clásico del cine terror y de paso creó un subgénero -que hoy es más popular que nunca- el de los zombies. En aquella película de bajísimo presupuesto, los zombies eran por primera vez caníbales -antes eran monigotes reanimados con vudú- y representaban el horror de una sociedad masificada. El héroe afroamericano, Ben -interpretado por Duane Jones- al final del film -espero que esto ya no sea un spoiler- sobrevivía a los zombies, pero caía muerto por los disparos de paletos blancos que se habían organizado en grupos paramilitares para cazar muertos vivientes. Hoy solo nos acordamos de los walking dead -los fans de la serie seguramente no han visto esta vieja película en blanco y negro- pero George A. Romero se apoyó en un conflicto social para darle más fuerza a su película de terror. Siguió haciéndolo en obras posteriores, abordando temas como el consumismo o la inmigración. En Déjame salir, utiliza esta misma estrategia Jordan Peele -seguramente le recordaréis de la primera temporada de Fargo- actor, escritor y ahora director, normalmente ligado a la comedia. Este, su primer largometraje, es una variación en clave de horror de Adivina quién viene a cenar esta noche (Stanley Kramer, 1967). Protagonizada por Daniel Kaluuya -el ciclista de Black Mirror- y Allison Williams -la guapa de Girls-, no conviene desvelar las sorpresas que esconde su argumento -que también recuerda a la terrorífica La visita (Night M. Shyamalan, 2015)-. Sí podemos decir que su mayor virtud es que la inquietud se modula muy lentamente, creciendo desde el detalle cotidiano hasta la fantasía terrorífica. Peele afila su película utilizando el tema racial, todavía incómodo en Estados Unidos, y con este hace una sátira sobre los prejuicios de los blancos acerca de la raza negra. Los villanos, cuando al fin se desvelan, resultan ser la máxima expresión de ese racismo paternalista que intenta camuflarse como admiración hacia el talento o los supuestos atributos físicos de los afroamericanos. Si bien no me parece destacable como película de terror, Déjame salir -la traducción de su título original Get Out, por cierto, desactiva uno de los momentos más terroríficos en la versión original- como comedia macabra resulta brillante.
ALIEN: COVENANT -EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
Que la vida y la muerte son conceptos inseparables era la idea principal detrás de Alien (1979). El bello monstruo diseñado por H.R. Giger y Carlo Rambaldi es la más pura expresión de la muerte: existe solo para matar, sin ojos, sin más razón de ser que reproducirse para que su especie perviva. La segunda película de Ridley Scott, un clásico de la ciencia ficción y del terror, nos mostraba detalladamente el ciclo vital de la criatura extraterrestre -el huevo, el face hugger, el chest burster, y el xenomorfo- en una clara metáfora de la maternidad -mucho antes que Gravity (Alfonso Cuarón, 2013)-. Así, los tripulantes de la nave espacial Nostromo despertaban de la animación suspendida -en cápsulas parecidas a úteros- como si volvieran a nacer; y sin olvidar que el ordenador de abordo se llamaba directamente "Madre". Esta idea de que la vida contiene la muerte se mantendría bajo la superficie argumental de las secuelas: James Cameron masificó las bajas en una película de guerra como es Aliens: el regreso (1986); David Fincher mató a Ripley (Sigourney Weaver) para salvarnos a todos en una metáfora cristiana en Alien 3 (1992); y Jean Pierre Jeunet resucitó a la teniente convirtiéndola en un clon que compartía el ADN de su enemigo en Alien: Resurrección (1997). Mucho tiempo después, Ridley Scott volvió a la ciencia ficción reiniciando la franquicia con Prometheus (2012) precuela que, como su título indica, introduce el complejo de Frankenstein en la franquicia -el miedo del hombre a las máquinas se rebelen- convirtiendo a la humanidad en el resultado de experimentos genéticos de una raza de gigantes que, hace millones de años, decidieron dejar de ser dioses creando la semilla de su propia mortalidad. Un creacionismo alienígena en el que creía a pies juntillas el anciano millonario Peter Weyland (Guy Pearce), un doctor Frankenstein obsesionado con evitar su inminente fallecimiento. La película recuperaba la metáfora sobre la maternidad en su heroína, Elizabeth Shaw (Noomi Rapace), que protagonizaba nada menos que la cesárea/aborto de un feto alien. Ese nuevo ser, con ADN humano, acababa convirtiéndose en el xenomorfo que conocemos. Así, nosotros somos los padres del alien y la vida conlleva, necesariamente, la muerte. Una idea, por cierto, también presente en la más explícita -y con menos gracia- Life (Daniel Espinosa, 2017), que coincide en la cartelera con esta nueva Alien: Covenant.
Lo primero que hay que decir sobre ella, es que se trata de una secuela de Prometheus, lo que debe ser una mala noticia para los detractores de la misma: la mayoría haters despistados del guionista Damon Lindelof, que todavía no superan el final de Perdidos (2004-2010) y eso que The Leftovers (2014-2017) es una maravilla. Aquí ya no está Lindelof y la verdad es que no sé si es para bien o para mal. Con un inicio que recuerda a la prescindible Passengers (2016) y que quizás se extiende más de lo necesario, conocemos a una nueva tripulación, la de la nave Covenant, en una estructura argumental que ha sido invariable a través de toda la saga. La película parece un puente entre Prometheus y un film de Alien -vuelve el xenomorfo de toda la vida- por lo que quizás se queda un poco entre dos aguas. Tenemos a una nueva heroína -Daniels (Katherine Waterson)- siguiendo los pasos de Ripley, pero sorprende que el soneto Ozymandias de Shelley marque las motivaciones del antagonista principal, algo así como un coronel Kurtz espacial: incluso escuchamos a las Valkirias de Wagner. Alien: Covenant ofrece una imaginería cósmica espectacular -Scott mantiene su buen ojo- que se mezcla con escenas de terror logradas y tensas. El difícil equilibrio entre la elegancia trascendente del espacio profundo y un delicioso monstruo de serie B marcaba ya el primer Alien y aquí Scott se la vuelve a jugar: personalmente, la escena de la ducha, me parece que chirría. No faltan los habituales estallidos de sangre y las viscosas escenas gore a las que nos tiene acostumbrados la franquicia. Pero lo mejor es el protagonismo del androide que interpreta Michael Fassbender, que pasa de ser una criatura frankensteiniana a mad doctor, a moderno Prometeo. ¿Sueñan los androides con aliens eléctricos?
Z, LA CIUDAD PERDIDA: LA LEY DE LA SELVA
No esperéis encontrar en Z, la ciudad perdida un film de aventuras trepidante como las películas de Indiana Jones -por otro lado, estupendas- de Steven Spielberg y George Lucas. Lo que propone el director y guionista James Gray es una aventura, primero, histórica -los viajes expedicionarios de Percival Fawcett en busca de una civilización perdida en el Amazonas- segundo, absolutamente realista, con un tratamiento de las peripecias alejado de lo espectacular y de la set piece hollywoodense; y tercero, de una densidad casi literaria, con tiempos muertos tan importantes como los enfrentamientos con salvajes en la selva, además de varias elipsis que abarcan décadas. El viaje a la Amazonia de Fawcett ocurre a principios del siglo XX, cuando todavía quedaban tierras por explorar. Así, la jungla que nos presentan está poblada por pirañas, caníbales y peligrosas tribus armadas con flechas y lanzas. Pero la mirada sobre estos peligros de serial cinematográfico no es reduccionista, sino humanista: profundiza mostrando aspectos culturales de las tribus salvajes, que acaban resultando admirables. El de Fawcett es un encuentro con otros seres humanos, antes que el mero enfrentamiento con la naturaleza, que no tiene tanto peso como en la visión panteísta de Werner Herzog en Aguirre, la cólera de Dios (1972) y sobre todo en Fitzcarraldo (1982), inspirada en hechos reales -un irlandés decide montar un teatro de ópera en plena selva- que aparecen reflejados también aquí. Por otro lado, este envoltorio de aventura clásica le sirve, en realidad, a Gray para reincidir en los temas habituales de su filmografía. El neoyorkino se ocupó, al principio de su carrera, de dramas criminales situados siempre en su ciudad natal, como Cuestión de sangre (1994), La otra cara del crimen (2000) y La noche es nuestra (2007) que bien podrían formar una trilogía. Two Lovers (2008) cambiaba el elemento criminal por el romántico, pero mantenía el escenario neoyorkino, al igual que El sueño de Ellis (2013), un melodrama de época sobre una joven inmigrante interpretada por Marion Cotillard. Así, Z, la ciudad perdida significa un cambio de registro importante para el autor por su género, sus exóticos escenarios selváticos y sus personajes británicos. Pero Gray no se aleja de los temas recurrentes en sus películas: el héroe insatisfecho y marcado -trágicamente- por su profesión -aquí la carrera militar de Percy Fawcett (Charlie Hunnam)-; una relación romántica -con Nina Fawcett (Sienna Miller)- que debe superar enormes dificultades que escapan a su control; y los conflictos familiares y generacionales -con su hijo, Jack Fawcett (Tom Holland)-. Estos motivos aparecen de nuevo en Z, aportando una profundidad a la historia y a los personajes poco frecuente en un género más enfocado a la acción. En la aventura, el viaje físico de los héroes debe reflejarse en un cambio interior y eso pocas veces ha sido tan cierto como en esta película: el protagonista se siente incómodo en una sociedad civilizada, pero inhumana de tan rígida, además de clasista y racista, por lo que acaba enamorándose de un orden anterior, el de los indios sudamericanos, más cruel, más duro, pero también más justo y noble. Hay una crítica a la colonización, al hombre blanco civilizado que acaba provocando la destrucción del paraíso primitivo. En el desencanto de Fawcett hacia sus congéneres, juega también un papel importante el horror de la guerra en Europa, hechos reflejados en una magnífica secuencia. Por último, la ciudad de Z que busca el explorador protagonista acaba adquiriendo un poder simbólico, un sentido existencial, que justifica su reiterado descenso al infierno verde.
TRES AUTORES PARA PILLAR GUARDIANES DE LA GALAXIA VOL. 2
Tras ver el fantástico segundo volumen de Guardianes de la galaxia les hablo de tres autores que sin duda han influido en la nueva space opera de James Gunn. Empecemos por el más conocido, que ya habréis adivinado: George Lucas. Si en El Imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980), Luke Skywalker (Mark Hamill) descubre que su padre es el malvado Darth Vader (James Earl Jones), aquí Peter Quill/Star-Lord (Chris Pratt) conoce por fin la verdadera identidad del suyo. La primera parte de Guardianes de la galaxia (2015) tenía como referente obvio Star Wars (1977) pero también todo el cine producido por George Lucas y por extensión, el de los años ochenta. La estructura del primer Guardianes recuerda a En busca del arca perdida (Steven Spielberg, 1981) con los extraterrestres kree haciendo de nazis y una gema del infinito funcionando como mcguffin, como arca de la alianza. Recordemos que incluso había un cameo del Pato Howard, personaje Marvel, pero también uno de los mayores fracasos producidos por Lucas en 1986. Este Volumen 2 de los Guardianes es, como El Imperio contraataca, algo más oscuro, menos aventurero que su predecesor, y sobre todo, más sorprende por estar más centrado en los personajes. Gunn hace otra reverencia nostálgica a los 80, con el segundo cassette de la madre de Quill como banda sonora; haciendo referencias a El coche fantástico y al ya demasiado parodiado David Hasselhoff; pero sobre todo por la presencia de Kurt Russell, actor imprescindible del cine de género en los años 80 -especialmente en los films de John Carpenter-. Eso sin mencionar la breve aparición de un icono como Sylvester Stallone. Todas estas referencias no molestan en absoluto -las canciones pop transforman la textura de ciencia ficción del film en algo absolutamente original- pero James Gunn parece decirnos, al final de la historia, que la nostalgia no da más de sí: ahí está la aparición de -atención spoiler- un nuevo gadget del pasado, mucho más reciente, llamado Zune que reemplaza el walkman de Peter Quill.
El segundo autor es uno de los más influyentes en la cultura popular actual. Si en cada cómic Marvel de los años 70 y 80 rezaba al principio aquello de "Stan Lee presenta" es porque el guionista de 94 años es el cocreador de casi todos los superhéroes de Marvel Comics -Los Cuatro Fantásticos, Spiderman, Los Vengadores, X-Men, Doctor Extraño- lo que se traduce en las adaptaciones cinematográficas en cameos de "The Man" en cada película o incluso serie. Su breve aparición en Guardianes Vol. 2 tiene algo de testamentaria y de broma para fans. Lee aparece rindiendo cuentas a una raza extraterrestre del Universo Marvel -el de los cómics- conocida como los Vigilantes, seres gigantescos, calvos, que se dedican a observar todo lo que ocurre, especialmente en la Tierra superpoblada de superhéroes. Que aparezca Stan Lee con ellos da a entender que ha sido su emisario, una especie de corresponsal encargado de recoger datos para ellos: por eso aparece en todas las películas. Esta preciosa idea enlaza todos los cameos de forma divertida, pero, al mismo tiempo, sería el cierre perfecto a todas las apariciones de Stan Lee.
Les hablo, por último, de Jim Starlin, sin duda el menos conocido de los autores que propongo, pero uno de los más importantes del tebeo: sin él no existirían los Guardianes de la Galaxia. Starlin es el padre de la zona cósmica del Universo Marvel, al haberse encargado de personajes de corte espacial como el Capitán Marvel. Starlin es el creador de Thanos, villano en la sombra de todas las películas de Marvel Studios y supuesto enemigo final en la última entrega de Los Vengadores, con la voz de Josh Brolin. Starlin es el padre también de Adam Warlock, otro héroe cósmico, de tintes mesiánicos, de piel dorada, que -atención spoiler- se anuncia en una de las varias escenas postcréditos de este volumen 2 de Los Guardianes de la Galaxia. Toda la película es un homenaje al Marvel cósmico de los años setenta, una ciencia ficción blanda pero muy divertida, casi lisérgica, repleta de personajes de todos los colores y pelajes. Ahí está esa gigantesca aleta roja en la cabeza de Yondu (Michael Rooker) que aparece aquí, desplegada en todo su esplendor naive, cuando en la primera parte había sido "limada" en favor de una discreción que James Gunn ya no necesita. Reaparece también, brevemente, el mencionado Howard el Pato, un personaje viable solo en aquella casa de las ideas en la que todo era posible, que fue Marvel en los años 70. Guardianes de la Galaxia es La guerra de la Galaxias, sí, pero también es la ciencia ficción pre-Star Wars, como la de aquellos episodios de la Star Trek clásica en los que Kirk (William Shatner) podía acabar liado con una extraterrestre de piel verde en bikini. Pero también refleja las preocupaciones existenciales de aquellos años: Ego (Kurt Russell) es un ser divino, más allá del bien y del mal, como en Star Trek lo fue Nomad (el suplantador), como el V'Ger de la película de 1979, el Q de La Nueva Generación o, volviendo a los cómics de Marvel, como un personaje tan mítico como el Galactus creado por Jack Kirby y Stan Lee.
STAR WARS: EPISODIO VI -EL RETORNO DEL JEDI (RICHARD MARQUAND, 1983)
El Retorno del Jedi le debe a Kevin Smith su mala fama de película de "muñecos". Es verdad que hay marionetas y un montón de ewoks. Es cierto que George Lucas abandona el tono relativamente adulto de El imperio contraataca (1980). Pero a cambio, el Episodio VI recupera el optimismo contagioso de Una nueva esperanza (1977), que se resume en el grito eufórico de Lando Calrissian (Billy Dee Williams) tras la destrucción de la segunda Estrella de la Muerte.
El principal defecto del Retorno es que aporta pocas novedades. Sí que se estrenan personajes importantes -ya mencionados en las películas anteriores- como el repugnante Jabba el Hutt y el malvado emperador Palpatine (Ian McDiarmid). Hay también secuencias memorables como el homenaje al stop-motion que es el gigantesco rancor y la electrizante carrera de moto jets. No olvidemos a los ewoks, que a pesar del odio que despiertan en los espectadores "adultos", son el mejor reflejo de la rebelión contra el Imperio opresor y tecnológico. Pero hay que reconocer que el resto de elementos de la película son una reiteración de lo ya visto en los capítulos anteriores y casi un remake de Una nueva esperanza. Revisitamos Tatooine con los droides; Luke (Mark Hamill) vuelve a encontrarse con Yoda (Frank Oz); descubrimos también que hay otro Skywalker; la batalla helada de Hoth es reemplazada por la de la jungla en la luna de Endor; cambiamos los pesados AT-AT por los ágiles AT-ST; Luke y Vader vuelven a enfrentarse con sus sables; y se repite la batalla final de la Estrella de la Muerte, que si bien supera a la original en el apartado técnico, seguramente no la iguala en emoción. Esta estrategia de evocar momentos ya conocidos sería la elegida por Lucas en las precuelas: según él, estas "riman" con la trilogía original. 30 años después, el esperado Episodio VII (2015) hace algo similar para complacer al fan.
A pesar de estos defectos, El retorno del Jedi es una película perfecta para su público (infantil): es pura aventura. Hay una mayor dosis de humor -los ewoks creen que C3PO (Anthony Daniels) es un dios- y como en muchas terceras partes, asoman los primeros apuntes autoconscientes, postmodernos: el mencionado C3PO narra a los ewoks lo ocurrido en las entregas anteriores. En otro momento, Chewbacca (Peter Mayhew) se columpia en una liana haciendo el grito de Tarzan.
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STAR WARS: EPISODIO V -EL IMPERIO CONTRAATACA (IRVING KERSHNER, 1980)
Siempre he pensado que la película original de Star Wars (1977) -esa a la que luego se le añadió aquello de "Episodio IV"- es única. Creo que su final, con el triunfo de la rebelión y el espectacular clímax de la destrucción de la Estrella de la Muerte, tiene una sensación de cierre, de conclusión. Es verdad que quedaban cabos sueltos: Luke Skywalker (Mark Hamill) no llegaba a enfrentarse directamente a Darth Vader (James Earl Jones) y este acababa flotando en el espacio; pero tenéis que admitir que en Una nueva esperanza no hay un cliffhanger obvio como en el resto de películas de la saga, exceptuando, claro, El Retorno del Jedi (1983). Lo que quiero decir es que La Guerra de las Galaxias existe en mi mente como una obra cerrada y perfecta. Las secuelas y precuelas son otra cosa. Algo similar me ocurre con Matrix (1999).
Dicho esto, El Imperio Contraataca (1980) es mi película favorita. Y creo que es la mejor de la saga cinematográficamente hablando. El guión de Lawrence Kasdan -autor de En busca del arca perdida (1981)- y de Leigh Bracket -colaboradora habitual de Howard Hawks- a partir de una historia de George Lucas es dinámico, ingenioso y brillante en los diálogos. Los intérpretes -sobre todo Harrison Ford y Carrie Fisher- están mejor que nunca. La dirección de Irving Kershner es funcional, pero también sobria y elegante. Y creo que no hace falta hablar de los efectos especiales. A pesar de ser una secuela, El Imperio no se repite, presenta ideas nuevas o escenas soñadas como el enfrentamiento entre Luke y Darth Vader. Eso sin contar con los divertidos giros propios de la space opera, término que mezcla ciencia ficción y culebrón. Por todo esto, creo que muchos sentimos que el Episodio V es la cúspide de la saga de Lucas.
Si lo pensáis bien, El Imperio Contraataca es Star Wars. La mayoría de las cosas que identificamos con la saga están en esta secuela y no en la original. Empezando por los mastodónticos caminantes imperiales -los AT-AT-; destacando a un personaje tan importante como Yoda (Frank Oz); sin olvidar a otros como Lando Calrissiam (Billy Dee Williams) o Boba Fett (Jeremy Bulloch); pasando por momentos como el ya mencionado duelo de espadas láser que lleva a una de las frases más reconocibles de la historia del cine: "Yo soy tu padre". El romance entre Han y Leia produce, además, otra línea de diálogo inolvidable, el "Lo sé" que responde Solo al "Te quiero" del la princesa. Por último, se puede decir que La marcha imperial de John Williams es el tema más popular de la saga. ¿O no?
En Clerks (Kevin Smith, 1994), dice el protagonista que "El Imperio tiene un final mejor: a Luke le cortan la mano, descubre que Darth Vader es su padre, a Han lo congelan y parece que ha muerto... es deprimente. Verás, la vida es así, una sucesión de finales tristes." Y tiene razón. El Episodio V reduce el papel de los droides y amplía los conflictos dramáticos -freudianos- que son más complejos que la mera oposición del bien y del mal. En Una nueva esperanza el lado oscuro de la Fuerza estaba claramente definido y personificado en Darth Vader; aquí, Yoda enseña a Luke que el mal anida también en su interior. Si toda la saga está pensada para un público infantil, El Imperio Contraataca parece una película para niños que también puede disfrutar un adulto.
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STAR WARS: EPISODIO IV -UNA NUEVA ESPERANZA (GEORGE LUCAS, 1977)
Resulta imposible entender en 2015 lo que debe haber sido entrar en un cine en 1977 a ver una película llamada Star Wars. Sin tener ni idea de lo que te ibas a encontrar. Mañana, asistiremos a las salas de cine con unas expectativas que posiblemente sean imposibles de satisfacer. A finales de los setenta, La Guerra de las Galaxias era puro misterio. No sabíamos nada de aquel universo tan lejano. Es ese misterio lo que J.J. Abrams ha intentado recuperar con su secretismo sobre El despertar de la Fuerza.
Una nave gigantesca, más grande que la vida, irrumpía en la pantalla de cine. Ahora sabemos que se trata de un destructor imperial, pero entonces no teníamos ni idea. Y la película no nos explicaba nada. En este sentido, George Lucas seguía la idea de Stanley Kubrick -en 2001: Una odisea del espacio (1968), de la que también sale la respiración de Darth Vader- que establecía que, si los personajes viven en ese mundo, no es lógico que se expliquen unos a otros cómo funciona todo a su alrededor. Igual que nosotros le contamos a nadie cómo funciona un coche. Star Wars era lo no explicado. Estimulaba nuestra imaginación, que fantaseaba con esas Guerras Clon de las que Ben Kenobi (Alec Guiness) le hablaba a Luke (Mark Hamill). Hoy tenemos una película sobre ellas, El ataque de los clones (2002). ¿Cómo robaron los rebeldes los planos de la Estrella de la Muerte? Entonces no importaba. En 2016 tendremos otro film sobre el tema, Rogue One. Star Wars era imaginarse todo eso que ahora tenemos sobreexplicado en precuelas, novelas, cómics, series animadas, páginas webs y documentales. Algo hemos perdido.
En Star Wars, George Lucas supo mezclar muy bien diversos elementos para hacer algo original. Todo comenzó con Akira Kurosawa y sus películas de samuráis. Lucas se inspiró en ellos para sus jedis y más concretamente en La fortaleza escondida (1958) de donde extrajo la idea de una pareja cómica -R2D2 y un C3PO cuyo aspecto recuerda a la María de Metrópolis (Fritz Lang, 1927)- y también de una princesa temperamental y guerrera. ¿Y si Toshiro Mifune hubiera sido Obi-Wan Kenobi? Sergio Leone plagió Yojimbo (1961) en Por un puñado de dólares (1964), y Tatooine tiene mucho de Almería, es casi un spaghetti Sci-Fi. Estas influencias se mezclan con la intención de hacer un serial de aventuras galácticas -una space opera al estilo de Flash Gordon (1936)- copiando además momentos del cine de aventuras que deben haberse quedado grabados en la memoria de Lucas. Cuando Luke atraviesa un abismo en la Estrella de la Muerte con la princesa Leia (Carrie Fisher), el director calca una escena de Simbad y la princesa (Nathan Juran, 1958). Por si fuera poco, las escaramuzas entre los Ala-X y los cazas TIE están inspiradas en viejos documentales de la Segunda Guerra Mundial.
Por debajo de estas referencias cinéfilas, hay un sustrato mítico, fruto del estudio que hizo Lucas de la obra del mitógrafo Joseph Campbell. Star Wars tiene los mismos elementos que los mitos de culturas de todo el mundo: la idea de una persona corriente que se convierte en héroe, en el elegido para salvarnos del mal. J.R.R Tolkien debe haber pensado algo similar: si comparáis la historia de Luke con la de Frodo, encontraréis que Star Wars y El Señor de los anillos (1954) cuentan prácticamente lo mismo. Luke es un granjero y Frodo un simple hobbit que vive en la Comarca. Un mentor les enseña el camino para convertirse héroes: Ben Kenobi y Gandalf. Ambos encuentran aliados en una cantina: Han Solo y Aragorn. Los dos reciben armas de gran poder: el sable láser y el anillo único. Y se aventuran en el territorio de su gran enemigo Darth Vader/Sauron cuando entran en la Estrella de la Muerte/Mordor. Por último, el anillo único ejerce en Frodo el mismo poder que el lado oscuro en Luke. Con esto no estoy hablando de un plagio, ni de una casualidad, sino de elementos comunes a todas las historias que forman parte del inconsciente colectivo humano. Por eso, Star Wars (1977) -o El Señor de los Anillos, o Matrix (1999)- resuena a un nivel muy profundo en todos nosotros. Por eso resulta casi imposible resistirse a su encanto.
PELÍCULA ANTERIOR: STAR WARS: EPISODIO III -LA VENGANZA DE LOS SITH
THE FLASH -TEMPORADA 3- ABRA KADABRA
ABRA KADABRA (28 DE MARZO DE 2017) -AVISO SPOILERS-
El futuro es, sin duda, el leitmotiv de esta tercera temporada de The Flash. Primero porque el villano principal, Savitar (Andre Tricoteux), proviene de allí. Luego, por la revelación de la posible muerte de Iris West (Candice Patton), que Barry Allen (Grant Gustin) intenta evitar por todos los medios posibles. En este episodio, otro villano, también del futuro, aparece como por arte de magia. Abra Kadabra fue creado en los cómics en 1962 con una historia estimulante: proveniente del siglo 64, se trata de un mago que vuelve al pasado buscando un público que tenga todavía la capacidad de creerse sus trucos. Aquí los guionistas son listos y se sirven de una famosa cita del escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke -2001: Una odisea espacial- que dice que una tecnología lo suficientemente avanzada parecerá "magia" para el espectador primitivo. Pero Abra Kadabra (David Dastmalchian) no es solo un villano episódico, sino que dice tener la clave para derrotar a Savitar, lo que pone a los protagonistas en el dilema moral de si deben dejarle libre -a pesar de ser un asesino- para obtener la información que podría salvarle la vida a Iris. La historia se resuelve cuando Barry toma una decisión más que lógica: para resolver el conflicto la única vía posible es viajar en el tiempo al futuro. Todo esto sería más que suficiente para un episodio redondo, pero los guionistas nos sorprenden alargando el epílogo normalmente breve para resolver una subtrama que también se preocupaba del porvenir: Caitlin Snow (Danielle Panabaker) se transforma por fin en la malvada Killer Frost.
CAPÍTULO ANTERIOR: DUET
THE FLASH -TEMPORADA 3- DUET
Siendo el primer crossover entre Supergirl y The Flash absolutamente maravilloso -World´s Finest era algo así como la aventura superheroica perfecta- la idea de reunirles de nuevo era bastante lógica. El atrevimiento de juntarles en un episodio de género musical, parecía una idea simplemente maravillosa. El resultado, sin embargo, ha sido algo decepcionante, quizás, por haber dejado volar demasiado la imaginación sobre lo que podía ser esto, y sobre todo al saber que estaban implicados algunos de los compositores de la fantástica La La Land (2016). Era de esperarse que este capítulo no podía ser un gran musical, con elaboradas coreografías. No pasa nada. Pero sí que se puede alabar la intención de atreverse con algo distinto, de homenajear los musicales clásicos -Cantando bajo la lluvia (1952)- y de ofrecer algo divertido y original. Hay un par de números que no están mal -Put a Little Love in Your Heart- pero en la mayoría los que actores se limitan a cantar, más que a bailar. Eso sí, todos los intérpretes demuestran un talento para la canción que sorprende -al parecer más de uno tiene experiencia en Broadway-. Hay que lamentar, eso sí, una subtrama más superheroica en el "mundo real" -ya que el musical ocurre en la mente de Kara (Melissa Benoist) y Barry (Grant Gustin), en el que el resto de héroes persiguen al antagonista, Music Meister -Darren Criss, de Glee (2010-2015)- que rompe completamente la magia. Lo más atrevido del capítulo es que, cuando Barry vuelve al mundo real, se atreve a cantarle un tema a Iris (Candice Patton) -Runnin' Home To You- con lo que consigue de ella -de nuevo- el "sí quiero".
CAPÍTULO ANTERIOR: INTO THE SPEED FORCE
THE FLASH -TEMPORADA 3- INTO THE SPEED FORCE
INTO THE SPEED FORCE (14 DE MARZO DE 2017) -AVISO SPOILERS-
La Fuerza de la Velocidad es un concepto acuñado a lo largo de decenas de cómics sobre The Flash, en un intento de dotar al personaje -creado en 1956- de un universo propio, de un sentido -casi religioso- que conectase y dotase de significado a todas las encarnaciones de velocistas -el Flash original de 1940, Kid Flash y villanos como Zoom- en un marco común. Además, por supuesto, de servir de escenario para nuevas aventuras. Esta idea, creada por el guionista Mark Waid en 1994, sería retomada y ampliada por los subsiguientes escritores de las aventuras del velocista escarlata. Pero una adaptación como esta serie parte con la ventaja de tener a su disposición 61 años de historias, personajes, villanos e ideas como esta Fuerza de la Velocidad o una Ciudad Gorila. Así, aquí, Barry Allen (Grant Gustin) emprende una misión para rescatar a Wally West (Keiynan Lonsdale) de la prisión que el primero habría creado en el futuro para el malvado Savitar (Andre Tricoteux). El argumento, sin embargo, evita las escenas de acción y funciona como una suerte de Cuento de Navidad en el que Barry hace de Scrooge, cambiando la avaricia por la culpa que acarrea debido al encarcelamiento de Wally, pero también por las muertes de Eddie Thawne (Rick Cosnett), Ronnie Raymond (Robbie Amell) y Leonard Snart (Wentworth Miller) en las temporadas anteriores. Así, los fantasmas de las Navidades pasada, presente y futura son sustituidos por la propia Fuerza de la Velocidad, que se encarna en estos personajes fallecidos para hablar con Barry y aleccionarle sobre su papel en la vida de los que le rodean. Como he dicho, hay poca acción en un capítulo que se cierra sobre la propia mitología de la serie, con apenas el antagonismo de los fantasmas del tiempo como amenaza y que se resuelve con demasiada facilidad gracias a la aparición de otro velocista, Jay Garrick, el Flash original en más de un sentido, que interpreta John Wesley Shipp: no me cansaré de verle con el casco alado. La subtrama que protagoniza Jessie Quick (Violett Beane), que da un pasito hacia la posible derrota del invencible Savitar, tiene su punto. Los momentos sentimentales, en cambio, parecen algo mecánicos: tanto Barry como Wally se quedan sin novia sin demasiada justificación.
CAPÍTULO ANTERIOR: THE WRATH OF SAVITAR
THE FLASH -TEMPORADA 3- THE WRATH OF SAVITAR
THE WRATH OF SAVITAR (7 DE MARZO DE 2017) -AVISO SPOILERS-
Tras el doble paréntesis sobre el ataque de los gorilas en los dos episodios anteriores, de tono más lúdico, volvemos aquí a la trama principal, más dramática y oscura: el enfrentamiento con el villano Savitar (Andre Tricoteux) y los esfuerzos de Barry Allen (Grant Gustin) para evitar ese posible futuro en el que su amada Iris West (Candice Patton) es asesinada por este. Este destino manifiesto tiene la facultad de oscurecer la trama, incluso más que si la muerte de Iris hubiese ocurrido efectivamente. Así, un gesto romántico -¡cursi!- como el que Barry le pida matrimonio a Iris pierde su romanticismo al descubrirse que este ha dado el paso en un intento más de cambiar el futuro. Barry ha pedido la mano de Iris por miedo, no por amor. También resulta afectada la relación entre Barry y su sidekick, Kid Flash (Keiynan Lonsdale) cuyos elementos de celos y rivalidad se potencian al desvelarse que el joven velocista podría estar bajo el influjo de Savitar. Lo mismo ocurre con el uso interesado que hacen los héroes de Julian Albert (Tom Felton), al utilizarle como médium del malvado dios de la velocidad, arriesgándole una y otra vez a ser controlado por este, ante la insistencia de Barry, desesperado por encontrar una forma de derrotarle. Savitar habla por la boca de Julian y esto permite que el villano se muestre confiado y amenazante, resultando verdaderamente terrorífico, como el Hannibal Lecter (Anthony Hopkins) que conversa desde su celda con Clarice Starling (Jodie Foster). Todas estas sombras hacen de este un episodio verdaderamente dramático, muy interesante, y mucho más oscuro de lo habitual. La pelea entre The Flash y Savitar es espectacular e intensa, porque sabemos, de antemano, que es una batalla perdida.
CAPÍTULO ANTERIOR: ATTACK ON CENTRAL CITY
GUARDIANES DE LA GALAXIA VOL. 2: DONDE NINGÚN SUPERHÉROE HA LLEGADO JAMÁS
Guardianes de la galaxia (2014) se permitía cerrar una historia espectacular de superhéroes cósmicos con un diálogo sobre si el fin justifica los medios. Los protagonistas -excriminales- acababan de realizar todo tipo de tropelías -robos, asesinatos- justificadas porque se trataba de salvar el universo. Tras esa hazaña, los guardianes preguntaban al agente de los Nova Corps, Dey (John C. Reilly), sobre la legalidad de acciones semejantes en el futuro, en un intercambio de frases al más puro estilo Monty Python. Con humor negro e irónico, el director y guionista James Gunn se atrevía a sacar a la luz las sombras que siempre ha tenido la figura del superhéroe, pero asumiéndolas divertidamente. Ahora, Gunn, entrega una secuela que se aleja bastante de las coordenadas de los supertipos -apenas hay conexiones con la narrativa principal de las películas de Marvel Studios- creando una comedia de ciencia ficción tan peculiar como satisfactoria. Y Gunn sube las apuestas, arriesgándose todavía más con un plano final, introspectivo, de un mapache creado con CGI. Guardianes de la galaxia Vol. 2 es increíblemente entretenida, aunque, paradójicamente, sea relativamente menos aventurera y contenga menos acción que su predecesora. Más centrada en sus personajes, resulta por eso mismo sorprendente y refrescante. Y es que Gunn consigue profundizar en cada uno de los miembros del reparto original. El bárbaro Drax (Dave Bautista), es el más divertido de la función, y se convierte en un personaje realmente interesante por su forma de pensar despiadada -pobre Mantis (Pom Klementieff)- pero honorable. Gunn también desnuda a su personaje más cartoon, el mencionado mapache, Rocket (Bradley Cooper), al que logra darle peso y presencia a pesar de estar generado por ordenador. También se resuelven los problemas familiares que Peter Quill (Chris Pratt) arrastraba desde la primera película -esta secuela es el equivalente a El Imperio contraataca (1980)- y explota el conflicto entre las hermanas Gamora (Zoe Saldana) y Nébula (Karen Gillian). Por último, se abre el corazón de Yondu, fantásticamente interpretado por Michael Rooker, que resulta tan entrañable como gracioso convirtiéndose en el personaje principal del film. Además, aunque estamos ante una película con mucho diálogo, James Gunn le da más importancia a la imagen en esta entrega, creando estampas espectaculares que parecen portadas de la revista Amazing Stories, y creando set pieces bastante originales: la batalla inicial con un monstruo tentacular se muestra en segundo plano para enfocarse en Baby Groot (Vin Diesel); la pelea protagonizada por Yondu, con su flecha mágica trazando líneas rojo brillante, resulta casi abstracta; el clímax, con los héroes atrapados en unos asteroides, recuerda lo mejor de Los Cuatro Fantásticos, esos que estuvieron atrapados en la Zona Negativa dibujada por el gran Jack Kirby. Guardianes de la galaxia Vol. 2 es de lo mejor que nos ha dado el cine de superhéroes.
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