Cuando eres un niño todo es felicidad porque te crees inmortal. La vida es un horizonte lejano ante el cual todo es posible. Entonces conoces a tus abuelos. Son lentos, ruidosos, quejicosos. Son la decadencia orgánica. Y eso da miedo. Los abuelos son el primer contacto de los niños con la muerte -cercana- y por eso el papel de los padres es enseñar a sus hijos a quererlos. Porque ese cariño lleva implícita la aceptación de la existencia humana en toda su dimensión. El miedo a los abuelos -a la muerte- es el primero, el más inmediato, al que hace referencia La visita de M. Night Shyamalan. Pero no es el único.
-AVISO SPOILERS-
El director y guionista nos lleva de la mano a través de un caserón en mitad de la nada y los terrores que nos enseña van mutando casi imperceptiblemente. Tras comenzar con el miedo natural a unos abuelos desconocidos y algo excéntricos, Shyamalan sube el volumen del terror poco a poco. En un momento de la historia llegamos a pensar que los ancianos que reciben a sus nietos no solo son mayores, sino que además han perdido la razón. Estamos entonces ante el miedo a la locura, al extravío de uno mismo. A la pérdida de la identidad. Pero todavía hay más. Una de las cosas que más me ha gustado de esta película es que funciona como la clásica historia de casas embrujadas, solo que la explicación -racional- a los fenómenos sobrenaturales la tenemos ante nuestros propios ojos. La pareja de ancianos que aterra a los niños protagonistas es la responsable de los ruidos extraños, las puertas que se cierran, las apariciones repentinas y hasta del clásico fantasma que se esconde bajo una sábana blanca. Pero el mayor miedo de la película es, sin duda, el de la pérdida. El de la separación. La ausencia del padre de los niños, que les ha traumatizado tanto a ellos como a su propia madre. Un dolor compartido que les une también a los abuelos que resurgen del pasado con la posible clave para solucionar sus vidas.
En la mayoría de las películas de terror hay un malestar en los protagonistas que se proyecta en el monstruo. Toda historia de miedo es un vehículo metafórico, una ficción que utiliza elementos fantásticos para la superación de traumas reales. Lo mismo ocurre con los cuentos infantiles, y esta película contiene una referencia clara a Hansel y Gretel. Es la misma función de los mitos y las leyendas. El mitógrafo Joseph Campbell llegó a la conclusión de que los mitos son universales porque, en todas las culturas, el hombre debe superar las mismas fases de la vida. Y los mitos le ayudan a atravesar esas etapas. Campbell configuró un viaje arquetípico que la mayoría de los héroes de todas las culturas deben experimentar en sus aventuras. Ese viaje está compuesto por 12 etapas, una de las cuales recibe el nombre de El retorno con el elixir. El héroe vuelve a casa con un tesoro, una recompensa, una enseñanza. En esta película, la protagonista, Becca (Olivia DeJonge), hace una referencia explícita al elixir. Cree que su misión es conseguirlo para su madre, incapaz de encontrar pareja tras ser abandonada por su marido. Becca lo consigue, graba el perdón de su abuela a su madre con su cámara. Pero este elixir no es real, porque es su madre la que debe experimentar directamente la aventura para aprender de ella. El verdadero elixir de esta historia es el que curará el trauma de los dos niños, cuyo origen es la ya referida ausencia del padre.
Esto está contado en La visita de una forma al mismo tiempo realista y fantástica. El problema de Becca es real y cotidiano: se cree culpable de la separación de sus padres. Por eso no soporta verse a sí misma en el espejo y por eso prefiere grabar con su cámara a los demás (la película pertenece al subgénero del foundfootage). Pero la solución al problema de Becca se presenta en la película de una forma fantástica: se enfrenta al monstruo -cuya identidad no revelaremos- y éste la obliga a mirarse al espejo, literalmente. De hecho, el monstruo rompe el espejo con la cara de Becca, que utiliza uno de los fragmentos para matarle en defensa propia. Los monstruos son siempre nuestros miedos proyectados en algo externo. Por eso decía Becca que "la abuela tiene mis ojos".
Por último, llegamos a la conclusión de que, en La visita, el mayor horror es el del abandono. Así lo demuestran las durísimas imágenes de ese padre -que ya no está- jugando con sus niños, en las que el formato de vídeo doméstico se mezcla con los otros materiales de la película, como si todos fueran parte de la memoria, de los recuerdos. Pocas veces algo tan sencillo me había parecido tan triste.
M. Night Shyamalan consigue en La visita, su undécima película, la frescura de una ópera prima. Sin estrellas de cine pero fiel a ese sorpresivo giro que te obliga a replanteártelo todo. Sin abandonar lo comercial -la película se mueve entre Expediente Warren (James Wan, 2013) y Paranormal Activity (Oren Peli, 2007)- pero mostrando su ambición artística: ese final bajo la lluvia en el que los rostros se deforman por las gotas de agua.
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