BLACKWOOD -EL CASERÓN DE LAS SOMBRAS


Si habéis escuchado a Rodrigo Cortés en alguna de sus colaboraciones radiofónicas, -como el podcast Todopoderosos- sabréis que es una de las personas que mejor entiende y habla de cine en este país. Curiosamente, esta relativa "fama" mediática no se ha traducido en su reconocimiento popular como director de cine, a pesar de estupendas películas como Concursante (2007), la exitosa Buried (2010) y Luces rojas (2012). En apenas tres películas podemos distinguir entre obras más personales, escritas por el propio Cortés, con un ritmo muy peculiar, marcado por el montaje, del que también suele ser autor; y films en los que aparecen acreditados otros guionistas, como Buried o esta Blackwood. En todas, sin embargo, el trabajo de Cortés tras la cámara es siempre de una entrega encomiable, con una voluntad poderosa de ofrecer algo en cada plano, en cada secuencia, buscando siempre encuadres y movimientos de cámara que aporten a la historia. En Blackwood la narración a la que da vida Cortés con la cámara, es puro misterio, que se va desvelando poco a poco, y que no muestra sus verdaderas cartas hasta casi el final de la cinta. Basada en la novela de Louis Duncan, Down a Dark Hall (1974), autora también del texto literario que dio pie a Sé lo que hicisteis el último verano, estamos ante un relato de corte juvenil, en el que su protagonista, Kit (AnnaSophia Robb), es una adolescente rebelde que se ve obligada a ingresar en una academia privada como último recurso para no acabar en un centro de menores. Dicha academia, Blackwood, es un oscuro caserón -literal y figuradamente- regentado por una no menos oscura directora, Madame Duret, una estupenda Uma Thurman, que evita que su personaje sea simplemente la mala de la película. Poco más se puede contar porque la gran baza del film es la incógnita de lo que ocurre en ese lugar. La gran dificultad para encarar Blackwood es la sospecha de encontrarnos ante otro producto adolescente como los que aparecen en cartelera cada verano -ahí está Mentes poderosas- y la verdad es que Cortés no intenta evitar esa sensación, aunque cite a Polanski como referente: esta es la historia de una joven que se siente marginada, de padre ausente, que descubre que quizás es especial, en un escenario en el que los adultos son los antagonistas. Eso sin hablar de algunos elementos románticos. Entre los nombres detrás de la producción nos encontramos con el de Stephenie Meyer, autora de la saga Crepúsculo (2008), que fue la primera en hacerse con los derechos para esta adaptación. A partir de esta premisa, sin embargo, Cortés juega a otra cosa. Se agradece su esmero en darle algo de peso a cada personaje, porque en este tipo de ficciones, los protagonistas son cada vez más endebles. Pero sobre todo, se nota la ambición del director al hablar de las disciplinas en las que deben iniciarse las alumnas de Blackwood -música, pintura, literatura, matemáticas- que emparentan esta obra con la reciente y fallida Musa (Jaume Balagueró, 2017); y que significan un intento de contar algo más que una historia adolescente o de sustos -que los tiene, que son muy elegantes, y que hacen soñar con una película de terror dirigida por Cortés-.

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