Según Chernobyl, el fin del mundo ya ha ocurrido. La serie de HBO y Sky
creada por Craig Mazin -hasta ahora un guionista asociado a comedias como las
secuelas de Scary Movie y Resacón en las Vegas-
habla sobre todo de la muerte, que aquí deja de ser un imprevisto para
convertirse en una certeza estadística en boca del físico Valery Legasov,
interpretado por un inmenso Jared Harris -grandísimo actor, al que siempre
recordaré en Mad Men-. En esta ficción, la muerte se despoja de su
misterio para convertirse en una amenaza invisible pero segura, matemática: tras 90
segundos de exposición a la radiación, a una determinada distancia, morirás en tres días. Y punto. No hay escapatoria posible, ni heroísmo ni romanticismo
alguno. La serie se divide en cinco capítulos que son una película de horror
total que no necesita monstruo, ni asesino en serie. La gran amenaza la hemos
creado nosotros mismos, la raza humana.
No hay personajes en Chernobyl, sino la
representación de estamentos sociales muy concretos. Hablemos primero del
pueblo, retratado como ignorante -por lo que es víctima del desastre- incapaz
de salvarse, pero al mismo tiempo, valiente y heroico: mencionemos a los
bomberos, a los trabajadores de la propia central nuclear y sobre todo, a esos magníficos
mineros que manchan de hollín el traje del ministro del carbón en una escena
reivindicativa. Precisamente, la otra clase social representada en la serie es
la política, personificada en Boris Scherbina -también soberbio Stellan
Skarsgard- que no sale retratada precisamente en su mejor perfil: incompetentes
y tan ignorantes como el pueblo que gobiernan. Encima, los que vemos aquí, pertenecen
al sombrío aparato soviético, más interesado en la propaganda que en salvar
vidas. Los políticos, sin embargo, son también capaces de inspirar -¿O manipular?- al
pueblo utilizando la palabra. Magnífico el momento en el que Boris apela al
heroísmo del pueblo ruso, en un discurso para conseguir voluntarios para una
misión suicida. Entre el pueblo y sus dirigentes, encontramos a los
científicos, como el ya mencionado Legasov y también Ulana Khomyuk (Emily
Watson), un personaje ficticio. Ambos son dueños del conocimiento, lo que lleva a una moral superior,
a una ética humanista. Pero ojo, la serie deja claro que los científicos
también son, en parte, culpables. Mencionemos además el estamento militar,
representando en dos personajes, Pavel (Barry Keoghan) y Bacho (Fares Fares),
que, lejos de ser máquinas de matar, son simples hombres, trabajadores, que
intentan cumplir una misión. Con este elenco Chernobyl busca retratar, más que un sistema como el comunista, a la propia humanidad con sus dudas, sus preocupaciones y sobre todo, sus mentiras.
Creo que no hay que caer en el error de entender Chernobyl como
la crónica realista del accidente ocurrido en 1986 en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, en Ucrania. El
director sueco Johan Renck propone una estética de pesadilla, agobiante, que
remite al cine de terror, cuyos mecanismo son utilizados con efectividad. Destaquemos el suspense que genera ver a una pareja joven, con su hijo pequeño, que anuncia su intención de acercarse al accidente, inconscientes del peligro mortal que corren. Hay también momentos poéticos, como la gélida belleza
del cielo sobre la central nuclear siniestrada. Mencionemos la decadencia orgánica de los afectados por la radiación, digna de la nueva carne de David Cronenberg. También el tono apocalíptico de la cacería de perros contaminados; los desesperantes turnos de 90 segundos de
los robots-humanos encargados de contener la radiación; el idílico flashback que nos transporta a los momentos previos al accidente que cobra un cariz macabro porque ya conocemos la tragedia que ocurrirá. Chernobyl es una ficción basada en hechos reales, construida con elementos del cine de género, como el terror o la ciencia ficción. El capítulo final de esta miniserie es una anticlimática exposición de hechos, en formato de cine judicial, que resulta desalentadora en su contundente reflexión sobre la verdad y la mentira oficial, esas fake news que acaban imponiéndose como relato impuesto.
Todo esto aparece en una serie cuya principal virtud es su rigor a la hora de exponer el horror sin tremendismo. Pero también sin concesiones. Solo veremos los momentos de esta historia en los que las víctimas estuvieron cara a cara con el horror. Si Chernobyl conmueve no es porque narre un hecho real terrible, ocurrido, al fin y al cabo, en un país concreto hace más de tres décadas. Es porque nos coloca, en cada una de sus escenas, delante de la muerte, del vacío, de la nada que nos espera. Nos recuerda que la muerte está ahí, que rara vez es digna y sobre todo, que es inevitable.
Todo esto aparece en una serie cuya principal virtud es su rigor a la hora de exponer el horror sin tremendismo. Pero también sin concesiones. Solo veremos los momentos de esta historia en los que las víctimas estuvieron cara a cara con el horror. Si Chernobyl conmueve no es porque narre un hecho real terrible, ocurrido, al fin y al cabo, en un país concreto hace más de tres décadas. Es porque nos coloca, en cada una de sus escenas, delante de la muerte, del vacío, de la nada que nos espera. Nos recuerda que la muerte está ahí, que rara vez es digna y sobre todo, que es inevitable.
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