Presentada en nuestro país en el Festival de Sitges -y nominada a mejor película en la sección Midnight X-treme- la canadiense Slaxx es un buen ejemplo de película 'festivalera' que se disfruta en una sala de cine entre risas y aplausos de los fans del género. Lamentablemente, un visionado más serio, en solitario ahora que se estrena en Filmin, tiene pocos alicientes. La película parte de una premisa tan absurda como atractiva: un par de pantalones asesinos que tienen la capacidad de ajustarse muy bien al cuerpo. A cualquier cuerpo, ya sea masculino o femenino. A partir de esta idea, en realidad, Slaxx se desarrolla como una comedia que critica el consumismo y el sistema capitalista. El escenario es una tienda de ropa -tan colorida que hace pensar en Benetton- creada por un gurú a lo Steve Jobs que se dedica a soltar estúpidos eslóganes supuestamente inspiradores. Slaxx satiriza acertadamente la cultura del éxito, las políticas empresariales, pero sobre todo el aborregamiento de sus trabajadores: el villano deviene en el robótico gerente de la tienda, Craig (Brett Donahue) quien, siempre con un pinganillo en la oreja, elige defender los intereses de la compañía -y un posible ascenso- incluso cuando se están perdiendo vidas humanas. Mi problema es que los personajes de Slaxx acaban siendo caricaturas, lo que resta consistencia a una trama que luego se convierte en una suerte de slasher: los odiosos empleados de la tienda de ropa van cayendo asesinados uno a uno. Pero no hay tensión en las secuencias de las muertes, que no están bien resueltas, ni son originales, ni graciosas, ni tienen gore suficiente. Slaxx quiere ser simpática, quiere ser disfrutada entre amigos, pero al mismo tiempo propone temas serios de fondo -la máquina explotadora del capitalismo- sobre los que no aporta nada realmente nuevo. Tampoco brilla en sus momentos cómicos ni consigue inquietar en los terroríficos, y parece una versión low cost de la superior In Fabric (2018) -comentada también en Indienauta-. Lo mejor: esos pantalones caminando solos. Pero poco más.
SLAXX -PANTALONES DE MUERTE
Presentada en nuestro país en el Festival de Sitges -y nominada a mejor película en la sección Midnight X-treme- la canadiense Slaxx es un buen ejemplo de película 'festivalera' que se disfruta en una sala de cine entre risas y aplausos de los fans del género. Lamentablemente, un visionado más serio, en solitario ahora que se estrena en Filmin, tiene pocos alicientes. La película parte de una premisa tan absurda como atractiva: un par de pantalones asesinos que tienen la capacidad de ajustarse muy bien al cuerpo. A cualquier cuerpo, ya sea masculino o femenino. A partir de esta idea, en realidad, Slaxx se desarrolla como una comedia que critica el consumismo y el sistema capitalista. El escenario es una tienda de ropa -tan colorida que hace pensar en Benetton- creada por un gurú a lo Steve Jobs que se dedica a soltar estúpidos eslóganes supuestamente inspiradores. Slaxx satiriza acertadamente la cultura del éxito, las políticas empresariales, pero sobre todo el aborregamiento de sus trabajadores: el villano deviene en el robótico gerente de la tienda, Craig (Brett Donahue) quien, siempre con un pinganillo en la oreja, elige defender los intereses de la compañía -y un posible ascenso- incluso cuando se están perdiendo vidas humanas. Mi problema es que los personajes de Slaxx acaban siendo caricaturas, lo que resta consistencia a una trama que luego se convierte en una suerte de slasher: los odiosos empleados de la tienda de ropa van cayendo asesinados uno a uno. Pero no hay tensión en las secuencias de las muertes, que no están bien resueltas, ni son originales, ni graciosas, ni tienen gore suficiente. Slaxx quiere ser simpática, quiere ser disfrutada entre amigos, pero al mismo tiempo propone temas serios de fondo -la máquina explotadora del capitalismo- sobre los que no aporta nada realmente nuevo. Tampoco brilla en sus momentos cómicos ni consigue inquietar en los terroríficos, y parece una versión low cost de la superior In Fabric (2018) -comentada también en Indienauta-. Lo mejor: esos pantalones caminando solos. Pero poco más.
LA VIDA DE LOS DEMÁS -VARIACIONES SOBRE UN MISMO TEMA
SOLOS -LO QUE NOS SEPARA Y LO QUE NOS UNE
UN LUGAR TRANQUILO 2 -NARRATIVA VISUAL
LUCA -DOBLE NATURALEZA
EL CUENTO DE LA CRIADA -CUARTA TEMPORADA -LA VÍCTIMA CUESTIONADA
De hecho, esta ficción sigue fiel a muchas de sus constantes, como la denuncia del machismo y la desigualdad de género; seguimos emocionándonos con dolorosas separaciones y reencuentros; se siguen explotando miedos femeninos sobre la maternidad -o la dificultad para engendrar- o sobre la posible pérdida de los hijos. Pero además se añaden temas de ficción política, como el enfrentamiento entre esos distópicos Estados Unidos y Canadá; se desarrollan temas sociales como el de los refugiados de Gilead, o la dificultad de criadas y martas -caso de Rita (Amanda Brugel) en el episodio Nightshade- para adaptarse a la vida en libertad. Nuevos asuntos que tienen un claro reflejo en la actualidad política de Estados Unidos e internacional y que buscan revitalizar un argumento desgastado, pero ¿Lo consiguen?
A partir de ahora paso al análisis breve, con spoilers, de cada episodio. La temporada se inicia con Pigs y con la reunión de dos actrices de la recordada Mad Men: Elisabeth Moss comparte escena con Mckenna Grace, que aquí interpreta a un personaje interesante pero algo extremo. En The Crossing -dirigido por Elisabeth Moss- la serie da un giro de 360 grados: June es capturada y escapa para volver a ser una fugitiva. Este capítulo recrea además momentos ya vistos, por ejemplo, en la segunda temporada, con nuevas escenas de tortura, y recupera a esa gran villana que es la tía Lydia (Ann Dowd). June sigue siendo una fugitiva en Milk, adoptando la trama aires más aventureros. El episodio Chicago tiene varios pasajes interesantes: presenta a un grupo de resistencia en el que Janine (Madeline Brewer) parece adaptarse a una nueva realidad, aparentemente más libre -aunque sin liberarse del todo de sus obsesiones-.
Vows y Home representan un verdadero cambio en la trama, que coloca a June en un estatus completamente diferente y la hacen afrontar nuevos conflictos fuera de Gilead, donde debe comenzar a afrontar todo lo que ha vivido, sin haber resuelto aún la pérdida de su hija, Hannah, a la que no ha podido rescatar. La transformación del personaje se completa en el episodio Testimony, dirigido también por Elisabeth Moss, en el que June se muestra obsesionada por vengarse de sus torturadores. Su monólogo, mirando a cámara, en un plano sostenido, relatando todo lo que ha sufrido, es tremendo. Su violento enfrentamiento con Fred y Serena seguramente había sido muy esperado. Esa sed de venganza es una interesante reflexión sobre las víctimas -de agresiones sexuales, del terrorismo, de dictaduras- y quizás un reflejo de la etapa post Trump que vive Estados Unidos, planteando una disyuntiva entre venganza y reconciliación. Otro apunte interesante es cómo Fred y Serena, a pesar de todos sus crímenes, encuentran apoyos y simpatizantes: vivimos en una época en la que hasta los peores crímenes pueden ser justificados. Seguimos con el episodio Progress, también dirigido por Moss, quien con ironía convierte una comida de 'tías' en la última cena cristiana, con la tía Lydia en el papel de Jesús. La trama se centra en el conflicto emocional de June, dividida entre Luke (O-T Fagbenle) y Nick (Max Minghella), o lo que es lo mismo, sufriendo por el divorcio entre la que era su vida anterior normal -en un estado de bienestar- y la víctima/superviviente en la que se ha convertido tras todo lo sufrido en Gilead. El guión coordinado por Bruce Miller coloca al espectador ante el dilema de seguir identificándose con June tras convertirse en una persona llena de rencor y deseo de venganza, un ejercicio interesante ¿Estamos dispuestos a perdonar ese odio que lógicamente siente tras haber sufrido lo indecible?
Convertidos definitivamente June y Fred en víctima y violador, en el episodio final de la cuarta temporada, The Wilderness, ella toma una decisión que desde luego, merece una reflexión. La protagonista apuesta por la venganza. Al parecer, incluso renuncia al rescate de su hija Hannah, con el fin de vengarse personalmente de Fred Waterford en un clímax polémico, discutible y violento, aunque contenido, que no se recrea especialmente en el final del comandante. El cuento de la criada otorga a las mujeres una venganza que pocas veces ocurre en la vida real. No estamos hablando de justicia -¿O sí?- sino de un ajuste de cuentas primitivo y catártico que debería dar mucho que hablar. Un final, por cierto, que recuerda al de un dictador linchado por su propio pueblo -pensemos, por ejemplo, en Muadar El Gadafi, ajusticiado en Libia-. No se trata de un final festivo, como, por ejemplo, el de Death Proof (2007) de Quentin Tarantino, en el que también un grupo de mujeres se toma la justicia por su mano. Aquí, la violencia pasa factura, psicológica y personalmente a June, como demuestra la mirada de horror de Luke y la mancha de sangre en el moflete de su hija, la bebé Nicole. Una mancha que, además, expresa las razones por las que June ha hecho lo que ha hecho: para que la siguiente generación no vuelva a sufrir la discriminación y la violencia contra la mujer.
EL INOCENTE -EL ENIGMA EN LA FICCIÓN
El inocente es una buena muestra de la calidad de las series españolas de los últimos años. Destaquemos, primero, que está muy bien dirigida por el realizador Oriol Paulo -Durante la tormenta (2018)- que también es show runner junto al guionista Jordi Vallejo -No matarás (2020)-. Paulo dirige este thriller con buen pulso, manteniendo la tensión durante 8 capítulos de una hora de duración, lo que no es sencillo. La serie tiene un empaque muy potentes, con un cuidado diseño de producción. Mención aparte merece el montaje -de Alberto Guitérrez- sobre todo en las soberbias secuencias que presentan a los personajes, saltando de un punto de vista a otro, descolocando al espectador. Estas pequeñas historias dentro de cada capítulo son lo mejor de la serie, estupendos ejercicios de economía narrativa, con imágenes sintéticas, magnífico montaje y una música perfecta. Hay que sumar a las virtudes de El inocente un elenco de actores que son de lo mejor del cine español: Mario Casas, José Coronado, Alexandra Jiménez, Aura Garrido, Juana Acosta, Susi Sánchez, Ana Wagener, Gonzalo de Castro o la argentina Martina Gusman.
Dicho esto, hablemos del argumento, que adapta la novela del estadounidense Harlan Coben, y que se muestra muy atrevido al proponer una serie de enigmas sucesivos que enganchan sin remedio al espectador. La historia comienza con un trágico accidente que llevará al protagonista, Mateo Vidal (Mario Casas) a la cárcel, por homicidio. Pero eso es solo el principio, porque si algo tiene El inocente es un ritmo narrativo tremendo, que no deja respiro y que, de hecho, le acaba pasando factura, ya que los dos últimos episodios deben pagar el precio de esta estimulante apuesta: el espectador puede perderse con tanto giro de guión, y para aclarar el desenlace hace falta una buena cantidad de diálogos explicativos. Estamos ante un whodunit en el que debemos descubrir quién está detrás de todo lo que está pasando -imposible resumir todos los vericuetos argumentales- pero también ante una interesante idea temática: todo el mundo esconde algo, todo el mundo tiene un pasado, pecados ocultos, y todo el mundo merece una segunda oportunidad. O quizás no. En su primera mitad la miniserie es una huida hacia adelante en la que se plantean constantes incógnitas, pero en su segunda parte, estos misterios se van resolviendo poco a poco, lo que, lógicamente, resta interés al relato.
La ficción televisiva reciente se ha dedicado a evitar el síndrome del final de Perdidos, esmerándose en resolver todos sus misterios para que nadie acuse a los guionistas de perezosos o de falta de profesionalidad. Pero eso no es necesariamente bueno. En su empeño en dejar todos los cabos bien atados -secuencia post créditos incluida- El inocente renuncia a la ambigüedad y a darle margen a la imaginación del espectador, perdiendo poder de sugerencia. Además, las explicaciones y las identidades de los culpables -si es que hay alguien inocente aquí- acaban resultando algo forzadas, un mal, sin duda, menor. También podemos achacarle a esta ficción cierta tendencia al cliché, sobre todo cuando se describen ambientes de cine negro como comisarías de policía, prostíbulos o en la descripción de personajes, que van desde los narcotraficantes hasta una monja. Pero esto debe perdonarse porque lo que importante es el argumento, el enigma, las ganas de contar y en eso, El inocente, es brillante.
POSSESOR UNCUT -IDENTIDAD LÍQUIDA
Al menos a mí me resulta imposible ver la segunda película dirigida por Brandon Cronenberg, Possesor, sin pensar en la sombra alargada de su padre. En esta película encuentro equivalencias sobre todo con la estupenda eXistenZ (1999), por el uso de implantes tecnológicos en el cuerpo humano y por la presencia de la magnífica actriz Jennifer Jason Leigh en ambas cintas. Ganadora en el Festival de Sitges de premios a la mejor película y al mejor director, el argumento de Possesor propone a una asesina corporativa que se infiltra en los cuerpos de otras personas mediante implantes cerebrales para acercarse a sus objetivos. El alma humana se convierte en un software que se puede instalar en cualquier dispositivo/cuerpo y acaba siendo algo parecido a un virus destructivo. Este argumento de serie B no deja de ser una mera excusa para sumergirnos en una pesadilla de imágenes virtuales, de recuerdos soñados, en los que la identidad se diluye y la existencia pierde su sentido para los personajes. Me atrevo a decir que si David Cronenberg es tremendamente riguroso, cerebral y hasta frío en el planteamiento de sus argumentos -y en su puesta en escena-, su hijo Brandon fabrica imágenes muy potentes desde planteamientos más emocionales: los personajes experimentarán estallidos de furia que llevan a explosiones de violencia extrema -el inolvidable grito de rabia de la protagonista en el clímax, por ejemplo-. Tasya Vos (Andrea Riseborough) es una asesina a sueldo con una doble vida como esposa y madre, dos realidades incompatibles de las que intentará escapar incluso cambiando de género, al poseer el cuerpo de un niño pijo, mantenido, que trafica con drogas, Colin -estupendo Christopher Abbott-. Estos dos personajes acabarán fundiéndose en un estudio inquietante sobre la identidad que se expresa, como ya he dicho, sobre todo por la fuerza de las imágenes que fabrica Cronenberg: cuando Colin se pone una grotesca máscara de Tasya; los momentos de 'nueva carne' que parecen salidos de un cuadro de Francis Bacon; o la imagen final de dos cuerpos que intentan tocarse mientras los charcos de su sangre se unen, que recuerda a esa mariposa disecada que sirve como recuerdo para Tasya de quién es realmente.
PSYCHO GOREMAN -GOMAESPUMA SANGRIENTA
EXPEDIENTE WARREN: OBLIGADO POR EL DEMONIO -INVESTIGACIÓN PARANORMAL
SWEAT -HUMANIDAD VS. REDES SOCIALES
MARE OF EASTTOWN -LA COMEDIA HUMANA
Ya he dicho que Mare of Easttown conjuga un argumento policial trepidante con el retrato costumbrista de seres humanos que llegamos a entender y querer. Pero hay más. Porque debajo de todo eso subyace un tema principal, que, de forma subterránea eleva el conflicto emocional hasta niveles que llegan a ser insoportables en alguna escenas -y especialmente en el episodio final-. Ese tema es el de la paternidad irresponsable. Si prestáis atención, todos los personajes de la serie pertenecen a dos grupos. Primero están los padres que han sido incompetentes, de alguna manera, en el cuidado de sus hijos, que no han podido educarlos adecuadamente o protegerlos de los males del mundo. Que no han podido evitar que cometan errores fatales. Padres que lo han sido demasiado pronto y que no han podido afrontar la exigencia de traer una vida al mundo. Y por otro lado están esos hijos, decepcionados y enfadados, que no han recibido de sus padres la atención y el amor que deseaban. Esa reflexión que coloca sobre los hombros de los padres el origen de todos los males del mundo y que convierte a los hijos en las víctimas de sus pecados, es también lo que hace de Mare of Easttown una serie diferente y una de las mejores de los últimos años.