A fuego lento (2023) es un plato típico del cine francés. Tiene los ingredientes del cine de calidad y del éxito taquillero: la presencia de una estupenda -y guapísima- actriz con gancho para el público, como es Juliette Binoche, y un tema que ya ha dado buenos resultados como es la gastronomía. La película, dirigida por el director vietnamita Tras Anh Hung -que ya estuvo nominado al Óscar por El olor de la papaya verde (1993)- es además un drama de época y una adaptación literaria -de la novela de Marcel Rouff-. La pregunta es si una película, con tantos ingredientes para el éxito -mencionemos también el protagonismo de Benoít Magimel- puede balancearlos adecuadamente, sin compromisos, para resultar una obra cinematográficamente satisfactoria, con alma, con personalidad. La gran apuesta del film es centrarse, de forma decidida, en mostrarnos la preparación de decenas de platos, mostrándonos minuciosamente sus ingredientes, la forma en la que deben ser preparados y hasta cómo hay que degustarlos, todo en el contexto de la época, a finales del siglo XIX. En este sentido, hay que decir que A fuego lento es una película que hace agua la boca. Sin embargo, la historia -de amor- que une a los dos protagonistas, parece algo endeble, a pesar de estar narrada con sensibilidad, sin excesos románticos, y con la virtud de contar con dos estupendos intérpretes. Un fantástico diseño de producción -decorados, vestuario- y, sobre todo, la estupenda fotografía de Jonathan Ricquebourg -creo que inspirada en los pintores impresionistas-hacen de A fuego lento un festín visual, una obra agradable, aunque quizás le falte algo de sustancia.
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