QUE NADIE DUERMA -TIEMPOS CONVULSOS


Que nadie duerma
(2023) podría ser la versión femenina de Taxi Driver (1976) o El rey de la comedia (1982). Aquí, nos encontramos con un personaje solitario, con un trauma del pasado, cuya percepción de la realidad es puesta en duda constantemente y en el que adivinamos emociones negativas que pueden explotar en cualquier momento. Como un personaje de Paul Schrader pero con los rasgos de Malena Alterio. Lo que hace esta actriz es un recital interpretativo, que pasa por todas las emociones posibles, jugando siempre al despiste con el espectador. La protagonista, Lucía, puede ser tan cercana y reconocible como divertida o aterradora. Y en esa duda la película va creciendo según avanza el metraje. De partida, Lucía toma varias decisiones importantes tras perder su trabajo injustamente: se convierte en taxista y busca el amor. Como todo el mundo. Pero también miramos con inquietud sus obsesiones: su fijación con un misterioso hombre que no estamos seguros de si existe realmente y con la ópera Turandot. Desde el primer momento de la película, el director Antonio Méndez Esparza crea un clima de paranoia, apoyándose en el montaje, en encuadres expresivos y sobre todo en la música en crescendo de Zeltia Montes. Con estos elementos se genera una tensión que, de primeras, no sabemos muy bien de dónde viene. Su origen está en el torbellino emocional de la protagonista, que acaba contaminando toda la película hasta llegar al delirio. Que nadie duerma está muy centrada en su personaje principal y tiene una estructura episódica que delata su origen literario: es la adaptación de la novela de Juan José Millás, escrita por el propio Méndez Esparza y por Clara Roquet, en un ejercicio estupendo de traducción de un texto literario al cine.

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