¿No vivimos acaso en un mundo en el que un grupo de personas puede creer fanáticamente en una idea absurda y contraria a ‘lo de toda la vida’? Club Zero (2024) de Jessica Hausner propone un planteamiento francamente razonable: que nuestra relación -como sociedad occidental- con la comida es tóxica, muy poco saludable, y se apoya en el consumismo y en el capitalismo, generando, encima, todo tipo de sentimientos de culpa y de insatisfacción con respecto a nuestro cuerpo y a nuestra imagen. A partir de esta idea, Hausner construye una sátira hiriente -y muy graciosa-, muy cuidada estéticamente -en la línea de la anterior Little Joe (2019)- en la que una profesora de nutrición -más bien una gurú pseudo religiosa- interpretada deliciosamente por Mia Wasikowska le lava el cerebro a un grupo de adolescentes. Estos son los típicos personajes inadaptados que han protagonizado los títulos anteriores de la directora austriaca -desde Lovely Rita (2001)-, incomprendidos y repudiados por su entorno social, en este caso, por sus padres. Club Zero es una comedia en la que Hausner habla de la pérdida de validez del sistema y sus estructuras y supuestos valores: la educación, el arte, el deporte, el consumismo, las redes sociales o las tradiciones -como la Navidad-, la idea del éxito, y especialmente, la familia. Todo eso ya no vale de nada. La brecha generacional es tremenda, porque la generación anterior no solo no se entiende con sus hijos, sino que, simplemente, no tiene respuestas para ninguno de los problemas actuales y está condenada a seguir repitiendo patrones sin sentido por el simple hecho de hacer lo que se ha hecho siempre. ¿Por qué hay gente que niega el covid, las vacunas, vota a Trump y apoya el Brexit? No lo sabemos. No estamos de acuerdo con ellos. Pero ¿Están completamente equivocados? ¿Podemos descartarlos como simples lunáticos? El gran fracaso es que no podamos comunicarnos con ellos. Que ninguno de los bandos pueda ceder, o enterarse siquiera de lo que ocurre realmente del otro lado para llegar a una solución es el gran fracaso de nuestra sociedad. Incluso sobre las cosas más obvias -como que la Tierra no es plana- no tenemos una certeza absoluta en el sentido de que todo puede ser puesto en duda eternamente de forma irracional. Solo hace falta tener fe. La crítica de la religión organizada es una constante en las películas de Hausner y pasa a un primer plano en la contundente Lourdes (2008), con la que esta, Club Zero, establece no pocas conexiones. Hausner nos presenta una vez más un artefacto que alimenta -el juego de palabras es intencionado- múltiples interpretaciones y discusiones. Y cuenta, además, con una escena tan gráfica que resultará muy difícil de olvidar. Avisados estáis.
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