Como en una tragedia griega, sabemos de antemano el final de Big Little Lies. El destino -alguien ha muerto de forma violenta- es anunciando por los vecinos de Monterrey en varios flashforwards. Estos vecinos, por cierto, funcionan como el coro del teatro griego y representan el entorno social de las protagonistas. Un entorno hostil, ya que los vecinos se comportan como una terrible opinión pública de cotilleos, sospechas, envidias y opiniones sin base apoyadas en rumores. Estos vecinos son Twitter. Si la fatalidad es inevitable, lo que no conocemos son los pecados de las heroínas del relato. Todas ellas, y sus parejas, pertenecen a un determinado grupo social: son de clase media/alta, blancos, progresistas y de mediana edad. Todos se enfrentan a inseguridades e insatisfacciones sobre el éxito profesional, la identidad personal, la vida matrimonial y sobre todo, su desempeño como padres de varios niños de existencia privilegiada. ¿Qué puede amenazar este estado de bienestar? La serie responde que bajo la fachada de corderos, se esconden lobos. Big Little Lies es, al mismo tiempo, un estudio de sus personajes y un divertido (doble) juego argumental para descubrir a los depredadores ocultos en el rebaño. Un whodunit con tres incógnitas. Primero, la más interesante para mí -soy padre- es la identidad del niño que agrede a la pequeña Amabella Klein (Ivy George) en varias ocasiones. Hay un sospechoso, un aparente falso culpable, el hijo de la recién llegada Jane Chapman (Shailene Woodley), Ziggy (Iain Armitage). La situación del pequeño es especialmente traumática por lo que una acusación así puede provocar en la vida social de un niño. Como que la supuesta víctima, Amabella, no le invite a su cumpleaños, convertido en un importante evento social y en campo de batalla para las respectivas madres. Uno de los grandes aciertos de la serie es convertir la clase escolar de unos niños pequeños en una microsociedad que se refleja en el mundo de los adultos. Estos utilizan a sus hijos como peones en sus pequeñas rencillas, pero también proyectan en ellos sus insatisfacciones y dudas. Para algunos, la felicidad de los hijos es como un trofeo: la adolescente Abigail (Kathryn Newton) es un peón en el conflicto entre Madeline (Reese Witherspoon) y su exmarido Nathan (James Tupper), casado con la joven y atractiva Bonnie (Zoë Kravitz). El pequeño Ziggy es el recuerdo constante del trauma de Jane, y la identidad de su padre es el tercer misterio a resolver. Los gemelos Josh y Max Wright (Cameron y Nicholas Crovetti) viven bajo la amenaza de descubrir las peleas -demasiado físicas- entre Perry (Alexander Skarsgard) y Celeste (Nicole Kidman). La serie relaciona claramente las agresiones de Perry hacia Celeste con las que sufre la pequeña Amabella, lo que habla de la violencia inherente al ser humano, de cómo nuestros hijos repetirán nuestros errores. Esa agresividad oculta en cada personaje sirve de hilo conductor al segundo juego argumental: descubrir la identidad de un posible asesino -¿Cuál de estos personajes es capaz de matar?- pero además, en un giro bastante original, debemos descubrir también quién es la víctima, por lo que el juego se convierte en relacional. ¿Qué dos personajes se odian lo suficiente para que uno mate al otro?
Estos juegos argumentales -el niño agresor y el adulto asesino y su víctima- funcionan como marco para presentar a unos personajes retratados en profundidad. El mejor, para mí, es la repelente Madeline, siendo Witherspoon una elección de casting perfecta -algo así como una prolongación de su papel en Election (1999)-. A Madeline la llegamos a conocer como si fuera una persona real. Su historia es la más cotidiana, la más probable y ella es la que conecta a todos los personajes. Más extremas son las historias de Jane, vengativa víctima de una violación (el tercer enigma) o Celeste, inmersa en una relación tóxica con un marido maltratador. Los dos actores de esta última trama -Kidman y Skarsgard- están soberbios en su pequeño universo secreto de intimidación, moratones maquillados y sexo rabioso. Eso sin olvidar a Renata Klein -la siempre genial Laura Dern- que por derecho propio está a la altura de las protagonistas. Renata es una mujer rica, obsesionada con el éxito, cuyas reacciones y emociones siempre parecen falsificadas, que esconde un gran sentimiento de culpa como madre por haber elegido su carrera profesional. La verdad es que nos gustaría saber más de estos personajes, pero estamos ante una miniserie. La resolución del enigma es coherente pero obvia, ya que los culpables son los esperados, los principales sospechosos. Tanto el niño abusón como el adulto capaz de un asesinato, no podían ser otros. Pero la sorpresa está en la identidad de la víctima y del padre del hijo de Jane. El desenlace tiene una gran virtud y es la emocionante idea del nacimiento de una solidaridad humana, femenina, que supera las rencillas, envidias, rivalidades y bajezas que hemos presenciado durante 7 capítulos.
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