Barry Seal: El traficante es el descriptivo título que le ha puesto la distribución española a la nueva colaboración del director Doug Liman y Tom Cruise, tras la estupenda Al filo del mañana (2014). El título original, American Made, describe menos esta película pero dice mucho más de sus intenciones. Estamos ante una nueva mirada al reverso del sueño americano, que cuenta la historia de un piloto aventurero y sin escrúpulos que trabajó para la CIA, para el cartel de Medellín, y para los Contras de Nicaragua. Al mismo tiempo. Tom Cruise vuelve a pilotar tras Top Gun (1986) al servicio de su país... y de su propio bolsillo. La historia es entretenida a más no poder, con un tono de comedia satírica muy agradecido. Se puede describir como un cruce entre Uno de los nuestros (1990) -o su actualización, El lobo de Wall Street (2014)- y la serie Narcos. Ahí está la voz en off del narrador protagonista, las imágenes de archivo televisivas, la época de los 80 y hasta sale Pablo Escobar. De hecho, Barry Seal tiene idénticos problemas para ocultar su dinero, que gana más rápido de lo que puede gastar (y blanquear). Y creo que ese es el mensaje de la película: el dinero de Barry se convierte en un fin en sí mismo, mientras el piloto sirve como títere para los intereses políticos de Estados Unidos en Latinoamérica. Los peores dardos de un guión trepidante se dirigen hacia el Gobierno estadounidense y una chapucera CIA, haciendo sangre sobre todo de Ronald Reagan -pero también de Bush padre e hijo y hasta de Bill Clinton-. Los criminales colombianos y los revolucionarios nicaragüenses, como en la mencionada Narcos, son meras caricaturas estereotipadas, personajes de opereta que sirven de fondo para expresar el absurdo al que se enfrenta el (anti)héroe estadounidense encarnado por Cruise. A pesar de una factura impecable y de su sano sentido de la diversión, Barry Seal, cuya precuela podría ser Air America (Roger Spottiswoode, 1990) -protagonizada por Mel Gibson- se queda a un paso de ser una película verdaderamente memorable. Le falta algo de mala leche -Tom Cruise no se "ensucia"-, afilar más a sus personajes -el ama de casa que encarna Sarah Wright tenía más recorrido- y arriesgar un poco más -¿Y si nos hubieran contado la historia del pueblo de Mena, Arkansas en el que se afinca Barry Seal?-.
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