Basada en una novela del escritor superventas Jo Nesbo y con Harry Hole como héroe -detective protagonista nada menos que de 11 entregas literarias- El muñeco de nieve no puede ser más convencional. Estamos ante una historia de crímenes enmarcada en el reciente furor de la novela policíaca nórdica -Nesbo es noruego- que comparte no pocos elementos con otros éxitos del estilo -la serie Millenium-. Un policía veterano, brillante, pero alcohólico y fracasado en su vida personal, debe perseguir a un retorcido asesino en serie con un modus operandi peculiar -macabro y sangriento a lo El silencio de los corderos (1991) o Seven (1995)- que secuestra madres y deja muñecos de nieve mirando a sus casas-. Todos los personajes esconden secretos -lo que aporta un tono desencantado al relato, hay algunos apuntes de crítica al sistema con el típico político corrupto- y el tema de una historia familiar problemática sirve para proporcionar una mínima profundidad psicológica. Precisamente, lo que debe haber perdido esta adaptación cinematográfica con respecto al original literario es el peso de sus personajes, adelgazados para encajar en una historia de poco más de dos horas. Aquí no hay cientos de páginas para dibujar la personalidad de cada uno, por lo que gana protagonismo una trama enrevesada -la película nos exigirá toda nuestra atención- endeble y finalmente forzada. La revelación de la identidad del asesino de guantes negros -como en el giallo italiano de los 70- no resulta precisamente satisfactoria ni mucho menos emocionante. Algunos de los giros son bastante predecibles, mientras los sospechosos se van descartando uno a uno. Los actores, empezando por Michael Fassbender, acompañado por las estupendas Rebecca Ferguson, Charlotte Gainsbourg y Chlöe Sevigny, más el veterano JK Simmons, y un lamentablemente desmejorado Val Kilmer, son todos nombres solventes pero infrautilizados y sin mucho a qué hincarle el diente. Película, fría, de parajes nevados, carreteras solitarias, ciudades grises y casas con muebles de Ikea, solo la realización del sueco Tomas Alfredson, elegante, simétrica y capaz de alzar el guión en algunos momentos, salva el conjunto. Alfredson toca aquí un nuevo género tras su original aproximación al tema vampírico en la estupenda Déjame entrar (2008) y su vigorosa e intrincada cinta de espías, El Topo (2011). Pero en este policíaco con toques de terror, naufraga, a pesar de resolver la papeleta dignamente. Es este, para mí, un género caduco y demasiado codificado, que necesita urgentemente ser revitalizado.
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