Ha querido la historia que se estrene Fe de etarras en 2017 -en Netflix- cuando tenemos el país lleno de banderas de España colgando de los balcones. En la nueva película de Borja Cobeaga -director de Pagafantas (2009) y guionista de Ocho apellidos vascos (2014) y Ocho apellidos catalanes (2015)- las fachadas de Madrid también están llenas de banderas españolas, si bien las razones de su presencia se deben a sentimientos más positivos -o quizás no- ya que la cinta está ambientada durante el Mundial de Sudáfrica de 2010. La cuestionable exaltación del nacionalismo es, por supuesto, mucho más actual y creo que más importante para Cobeaga, que el terrorismo: sí, los cuatro protagonistas de la película forman un pequeño comando etarra que espera en un piso franco una llamada para actuar, pero el guión evita hablar de muertes, víctimas y atentados. Creo, por tanto, que no hace falta plantearnos aquí los límites del humor, ya que, inteligentemente, Cobeaga y el guionista Diego San José, esquivan las cuestiones más dolorosas, conocedores de la posible reacción de los espectadores. Así, creo que Fe de etarras tiene poco que ver con el humor negro de Four Lions (Christopher Morris, 2010) sobre un grupo de torpes yihadistas en Reino Unido -el humor británico quizás sí puede permitirse esos lujos-. Esta película es menos atrevida, pero más profunda y lógicamente es una extensión de El negociador (2014) que también se centraba en la cuestión vasca desde un planteamiento mundano. Así, aquí la eterna espera de una llamada para atentar es la que obliga a los -chapuceros- terroristas a convertirse en humanos. Maravillosamente interpretados por Javier Cámara, Julián López, Gorka Otxoa y Miren Ibarguren, a estos etarras los vemos calentar unas croquetas en el microondas, jugar al Trivial cuestionando las preguntas referidas a España y maldecir cada gol de la selección en su camino a ganar el campeonato mundial. La película de Cobeaga está llena de gags afortunados, pero su trasfondo es rotundamente serio: pone en solfa los nacionalismos -dos de los terroristas ni siquiera son vascos- y sobre todo indaga inteligentemente en la elección entre un ideal y un proyecto de vida individual. Cobeaga responde a esta pregunta diciéndonos lo que todos intuimos, que la mayoría de la gente se conforma con poco y solo quiere vivir en paz. Una película imprescindible en los tiempos que corren.
No hay comentarios:
Publicar un comentario