Cada uno de los hombres alrededor de Molly Bloom -Jessica Chastain, nominada a un Globo de Oro- es un auténtico imbécil. Empezando por su padre -Kevin Costner ahora siempre hace de padre- y pasando por su jefe y los jugadores de póquer -aficionados, nuevos ricos, profesionales, mafiosos- que conocerá durante su vida. Molly debe luchar contra machirulos que la humillan, la menosprecian, se ofenden si viste demasiado sexy, la golpean si se pasa de la raya, tratan de sacar partido o peor, se enamoran de ella. Molly se mantiene firme en sus principios ante los ataques de todos estos tipos menos inteligentes que ella, inseguros, salidos, alcohólicos, violentos, infieles. La historia de Molly Bloom es probablemente la de cualquier mujer que pretenda tener éxito. Su único defecto es ser demasiado lista, guapa, sexy, y sobre todo, autosuficiente, en un mundo de hombres. Aaron Sorkin -El ala oeste de la Casa Blanca (1999-2006)- escribe y dirige una película absolutamente fantástica, muy "americana", sí, con un ritmo increíble -sus dos horas y veinte minutos pasan volando- inteligente, llena de humor, y en su desenlace, humana y emocionante. Nominado a un Globo de Oro por su guión, Sorkin despliega su arsenal habitual: narración en off absorbente, diálogos que ametrallan, datos propios del Trivial que sorprenden y enriquecen el discurso. Y compromiso. Sorkin no nos cuenta la vida sentimental de Molly ni por qué no ha tenido hijos. Una decisión que hay que aplaudir: habría sido fácil humanizarla de esa manera. Pero al director no le hace falta, porque tiene a una Jessica Chastain inmensa -en un papel que invita a la comparación con Erin Brockovich (2000)-. A ella y a Costner hay que sumarles a Idris Elba -perfecto- y a un inquietante Michael Cera, en un registro completamente distinto al habitual. Sorkin es lo suficientemente inteligente para no dejar a todo el género masculino por los suelos: el abogado de Elba es de esos personajes positivos, idealistas, que solo nos creemos en el cine de Hollywood. Y eso no es un defecto. Por encima de todo, hay que agradecer esos temas que Sorkin se encarga de inyectar en sus trabajos -que tanto echamos de menos en el cine estadounidense actual- esa desconfianza en el sistema, el rechazo a la codicia capitalista, y especialmente esa integridad -aquí feminista- que hay en Molly y que Sorkin hace evidente citando El Crisol de Arthur Miller: a ella también intentarán quemarla en la hoguera, aunque tras la película sepamos que en Salem no quemaron a ninguna bruja.
MOLLY´S GAME- ¿QUIÉN ES TU HÉROE?
Cada uno de los hombres alrededor de Molly Bloom -Jessica Chastain, nominada a un Globo de Oro- es un auténtico imbécil. Empezando por su padre -Kevin Costner ahora siempre hace de padre- y pasando por su jefe y los jugadores de póquer -aficionados, nuevos ricos, profesionales, mafiosos- que conocerá durante su vida. Molly debe luchar contra machirulos que la humillan, la menosprecian, se ofenden si viste demasiado sexy, la golpean si se pasa de la raya, tratan de sacar partido o peor, se enamoran de ella. Molly se mantiene firme en sus principios ante los ataques de todos estos tipos menos inteligentes que ella, inseguros, salidos, alcohólicos, violentos, infieles. La historia de Molly Bloom es probablemente la de cualquier mujer que pretenda tener éxito. Su único defecto es ser demasiado lista, guapa, sexy, y sobre todo, autosuficiente, en un mundo de hombres. Aaron Sorkin -El ala oeste de la Casa Blanca (1999-2006)- escribe y dirige una película absolutamente fantástica, muy "americana", sí, con un ritmo increíble -sus dos horas y veinte minutos pasan volando- inteligente, llena de humor, y en su desenlace, humana y emocionante. Nominado a un Globo de Oro por su guión, Sorkin despliega su arsenal habitual: narración en off absorbente, diálogos que ametrallan, datos propios del Trivial que sorprenden y enriquecen el discurso. Y compromiso. Sorkin no nos cuenta la vida sentimental de Molly ni por qué no ha tenido hijos. Una decisión que hay que aplaudir: habría sido fácil humanizarla de esa manera. Pero al director no le hace falta, porque tiene a una Jessica Chastain inmensa -en un papel que invita a la comparación con Erin Brockovich (2000)-. A ella y a Costner hay que sumarles a Idris Elba -perfecto- y a un inquietante Michael Cera, en un registro completamente distinto al habitual. Sorkin es lo suficientemente inteligente para no dejar a todo el género masculino por los suelos: el abogado de Elba es de esos personajes positivos, idealistas, que solo nos creemos en el cine de Hollywood. Y eso no es un defecto. Por encima de todo, hay que agradecer esos temas que Sorkin se encarga de inyectar en sus trabajos -que tanto echamos de menos en el cine estadounidense actual- esa desconfianza en el sistema, el rechazo a la codicia capitalista, y especialmente esa integridad -aquí feminista- que hay en Molly y que Sorkin hace evidente citando El Crisol de Arthur Miller: a ella también intentarán quemarla en la hoguera, aunque tras la película sepamos que en Salem no quemaron a ninguna bruja.
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