Definitivamente tienes que ir a ver Un lugar tranquilo y, si puede ser, sabiendo lo menos posible de su argumento. Por lo que quizás es mejor que no sigas leyendo este texto. La película de John Krasinski - el Jim Halpert de la serie The Office- director y protagonista -junto a su pareja, Emily Blunt- es de esas sorpresas, no demasiado habituales, que nos ofrece de vez en cuando el cine de Hollywood -produce Michael Bay-. El film es fresco, parece que estamos ante algo relativamente diferente, pero sobre todo es rematadamente entretenido y razonablemente original, aunque podamos buscar antecedentes en clásicos como Tiburón (1975), Alien (1979), Señales (2002) y hasta en la franquicia Cloverfield -Monstruoso (2008)-. La premisa del film se puede resumir con cierta facilidad: si en toda película de terror hay un momento en el que la protagonista se ve acorralada por el asesino en serie, alien, dinosaurio, o tiburón, y por ello debe hacer el menor ruido posible para no ser detectada -y perecer-, Un lugar tranquilo es algo así como prolongar esa escena -y su tensión- durante 90 minutos. Y esto lo hace muy bien. La mayor virtud del guión -firmado por Bryan Woods y Scott Beck- es su capacidad para plantear situaciones que se van complicando para los personajes hasta límites de crispación muy divertidos. Hay momentos de tensión conseguidos, elegantes e inteligentes. Pero el verdadero milagro de la película es que su premisa condena a los personajes -una familia- a no hacer ruido ni a hablar: esa ausencia de diálogos obliga a los responsables del film a ser ingeniosos. Los guionistas deben contar las cosas con acciones -deberían hacerlo siempre-, los actores deben expresarse sin la palabra, el director está obligado a buscar soluciones visuales, los efectos de sonido y la música diegética se convierten en elementos creativos que aportan muchísimo. Es una pena que, lo que parece una cierta falta de riesgo, haya llevado a utilizar música extradiegética -en la banda sonora- para apoyar la tensión y golpes de sonido para apuntalar los sustos. No hacía falta, la verdad. Cuando se estrenó It (2017) leí un montón de críticas negativas al respecto, que ahora brillan por su ausencia. Lo que diferencia un film independiente (o europeo) de uno de estudio es el miedo a dejar fuera a parte del público. Un autor más atrevido habría dejado este film en completo silencio. Aún así, hay que aplaudir el uso de los efectos sonoros en esta cinta y cómo desde el guión hay un empeño encomiable por utilizar el sonido como un leitmotiv temático. Ahora bien, lo que me parece auténticamente milagroso es que, al ser prácticamente muda, esta película exige al público actual -ese con déficit de atención, acostumbrado a mirar el móvil, comer palomitas y a hacer comentarios idiotas- a que preste atención, a meterse dentro de la historia. Todo un logro.
UN LUGAR TRANQUILO -LOS GRITOS DEL SILENCIO
Definitivamente tienes que ir a ver Un lugar tranquilo y, si puede ser, sabiendo lo menos posible de su argumento. Por lo que quizás es mejor que no sigas leyendo este texto. La película de John Krasinski - el Jim Halpert de la serie The Office- director y protagonista -junto a su pareja, Emily Blunt- es de esas sorpresas, no demasiado habituales, que nos ofrece de vez en cuando el cine de Hollywood -produce Michael Bay-. El film es fresco, parece que estamos ante algo relativamente diferente, pero sobre todo es rematadamente entretenido y razonablemente original, aunque podamos buscar antecedentes en clásicos como Tiburón (1975), Alien (1979), Señales (2002) y hasta en la franquicia Cloverfield -Monstruoso (2008)-. La premisa del film se puede resumir con cierta facilidad: si en toda película de terror hay un momento en el que la protagonista se ve acorralada por el asesino en serie, alien, dinosaurio, o tiburón, y por ello debe hacer el menor ruido posible para no ser detectada -y perecer-, Un lugar tranquilo es algo así como prolongar esa escena -y su tensión- durante 90 minutos. Y esto lo hace muy bien. La mayor virtud del guión -firmado por Bryan Woods y Scott Beck- es su capacidad para plantear situaciones que se van complicando para los personajes hasta límites de crispación muy divertidos. Hay momentos de tensión conseguidos, elegantes e inteligentes. Pero el verdadero milagro de la película es que su premisa condena a los personajes -una familia- a no hacer ruido ni a hablar: esa ausencia de diálogos obliga a los responsables del film a ser ingeniosos. Los guionistas deben contar las cosas con acciones -deberían hacerlo siempre-, los actores deben expresarse sin la palabra, el director está obligado a buscar soluciones visuales, los efectos de sonido y la música diegética se convierten en elementos creativos que aportan muchísimo. Es una pena que, lo que parece una cierta falta de riesgo, haya llevado a utilizar música extradiegética -en la banda sonora- para apoyar la tensión y golpes de sonido para apuntalar los sustos. No hacía falta, la verdad. Cuando se estrenó It (2017) leí un montón de críticas negativas al respecto, que ahora brillan por su ausencia. Lo que diferencia un film independiente (o europeo) de uno de estudio es el miedo a dejar fuera a parte del público. Un autor más atrevido habría dejado este film en completo silencio. Aún así, hay que aplaudir el uso de los efectos sonoros en esta cinta y cómo desde el guión hay un empeño encomiable por utilizar el sonido como un leitmotiv temático. Ahora bien, lo que me parece auténticamente milagroso es que, al ser prácticamente muda, esta película exige al público actual -ese con déficit de atención, acostumbrado a mirar el móvil, comer palomitas y a hacer comentarios idiotas- a que preste atención, a meterse dentro de la historia. Todo un logro.
MARVEL FASE 2: THOR: EL MUNDO OSCURO (ALAN TAYLOR, 2013)
-AVISO SPOILERS-
La segunda película sobre Thor (Chris Hemsworth) es menos estática y dubitativa -y menos camp y pseudoshakesperiana- que la primera entrega dirigida por Kenneth Branagh en 2011. Thor: el mundo oscuro apuesta por la fantasía heroica, tiene más acción y en algunos momentos recuerda incluso a un peplum italiano: cuando Thor lucha con el elfo oscuro Kurse (Adewale Akinnuoye-Agbaje). Y todo eso está muy bien.
Las batallas multitudinarias iniciales vibran con buen pulso y el descubrimiento por parte de los científicos terrestres de un nuevo portal entre dimensiones, tiene un adecuado sentido de la maravilla. Donde falla esta película -en mi opinión- es en la explicación, farragosa, del conflicto central. Hace falta un prólogo con la voz en off de Odin (Anthony Hopkins), y luego que éste consulte un antiguo libro sobre la historia de los elfos oscuros, para explicar la naturaleza del éter que, aún así, nunca queda del todo clara. Eso a pesar de que no es más que el macguffin de la historia.
Por suerte, pasado ese obstáculo, la película retoma un ritmo aventurero muy disfrutable. Lo mejor es probablemente el viaje que emprenden Thor, Loki (Tom Hiddleston) y Jane (Natalie Portman) -los tres personajes con más entidad- pero lamentablemente esto dura muy poco. A pesar de cierta frialdad, Thor: El mundo oscuro es una aventura más que digna, que se habría beneficiado de un poco más de desparpajo.
Es justo decir que la película tiene que lidiar con su condición de secuela del primer Thor (2011) -de allí provienen Jane Foster y Darcy (Kat Dennings)- pero también de Los Vengadores (Joss Whedon, 2012), que marca la situación de Thor y Loki al principio de El mundo oscuro. Eso sin contar que estamos ante un film que precede a una tercera entrega sobre el dios del trueno -en la que el reinado de Loki probablemente tendrá consecuencias- y a Los Vengadores: La era de Ultrón (Joss Whedon, 2015). Por si fuera poco, esta historia tiene un epílogo en un episodio de la serie Agentes de S.H.I.E.L.D. La escena postcréditos en la que aparece el Coleccionista (Benicio del Toro) lleva directamente a Guardianes de la Galaxia (James Gunn, 2014), pero la referencia a las gemas del infinito tiene todavía más alcance: conecta con la futura Los Vengadores: La Guerra del Infinito (2018).
Por suerte, pasado ese obstáculo, la película retoma un ritmo aventurero muy disfrutable. Lo mejor es probablemente el viaje que emprenden Thor, Loki (Tom Hiddleston) y Jane (Natalie Portman) -los tres personajes con más entidad- pero lamentablemente esto dura muy poco. A pesar de cierta frialdad, Thor: El mundo oscuro es una aventura más que digna, que se habría beneficiado de un poco más de desparpajo.
Es justo decir que la película tiene que lidiar con su condición de secuela del primer Thor (2011) -de allí provienen Jane Foster y Darcy (Kat Dennings)- pero también de Los Vengadores (Joss Whedon, 2012), que marca la situación de Thor y Loki al principio de El mundo oscuro. Eso sin contar que estamos ante un film que precede a una tercera entrega sobre el dios del trueno -en la que el reinado de Loki probablemente tendrá consecuencias- y a Los Vengadores: La era de Ultrón (Joss Whedon, 2015). Por si fuera poco, esta historia tiene un epílogo en un episodio de la serie Agentes de S.H.I.E.L.D. La escena postcréditos en la que aparece el Coleccionista (Benicio del Toro) lleva directamente a Guardianes de la Galaxia (James Gunn, 2014), pero la referencia a las gemas del infinito tiene todavía más alcance: conecta con la futura Los Vengadores: La Guerra del Infinito (2018).
MARVEL FASE 1: THOR -SER O NO SER
Sobre el papel parecía una buena idea: Kenneth Branagh, reputado autor de adaptaciones de textos de Shakespeare, parecía el director ideal para llevar a la pantalla -con calidad- las aventuras del dios del trueno, sobre todo si atendemos a la grandilocuente etapa del personaje en manos de Stan Lee en los tebeos -acompañado por Jack Kirby o John Bucema-. El elenco que rodeaba al entonces poco conocido Chris Hemsworth -que ha resultado ser el intérprete perfecto por su físico y su vena cómica- era también contundente: Natalie Portman como Jane Foster, Anthony Hopkins como Odin, además de Idris Elba como Heimdall. Pero el verdadero descubrimiento fue Tom Hiddleston como Loki. Con estos elementos y unos efectos especiales competentes, resulta decepcionante afirmar que hablamos de una película fallida. El principal problema es que presenta dos líneas demasiado distintas: el tono épico de fantasía heroica en la legendaria Asgard por un lado, y el humor cotidiano de las situaciones que vive el dios del trueno en la Tierra, auténtico pez fuera del agua, lo que da pie a varios apuntes de comedia romántica con Natalie Portman. Los dos tonos no acaban de funcionar como un todo y en conjunto no convencen a nadie, aunque los elementos robados de The Ultimates, en los que todos creen que el héroe es un loco, y no un dios, están relativamente conseguidos. La secuela apostaría por la aventura de espada y brujería, pero tampoco daría en el clavo del todo. La tercera entrega, en cambio, me parece un grandísimo acierto por su tono de space ópera casi paródica.
MARVEL FASE 1: IRON MAN 2 -PECADOS DEL PASADO
Lo único que mantiene en pie una película como Iron Man 2, víctima de una tremenda dispersión, es el carisma de Robert Downey Jr. como Tony Stark/Iron Man que aquí se confirma. Esta secuela apunta en demasiadas direcciones: el villano empresario que es Justin Hammer (Sam Rockwell) sirve para un argumento que recuerda a Robocop (1987); el antagonista físico Whiplash (Mickey Rourke) representa, de nuevo, los pecados del pasado -del padre de Tony- que vuelven para atormentar al héroe de la armadura. Pero también está la comedia romántica de Pepper Potts (Gwyneth Paltrow), a la que se suma la Viuda Negra (Scarlett Johansson) -futura vengadora-. Mencionemos también los colaboradores: Happy Hogan (el director Jon Favreau) vuelve a ser comparsa y alivio cómico, pero también se incorpora otro tío con armadura, War Machine -Don Cheadle sustituye a Terence Howard-. Por si fuera poco, además de todo esto, hay que añadir los problemas personales de Stark y un coqueteo argumental con el famoso alcoholismo del personaje en los cómics, reducido en el film a su mínima expresión. Todavía hay más, porque hay que añadir a Nick Fury (Samuel Jackson) de S.H.I.E.L.D, ya que el Universo Marvel estaba a punto de llegar: enseguida se estrenarían Thor (2011) -en la escena post-créditos encuentran el martillo del dios del trueno- y Capitán América: El primer vengador (2011). Por todo esto, Iron Man 2 parece una secuela apresurada y demasiado pendiente de colocar las bases de la inminente Los Vengadores (2012).
MARVEL FASE 1: EL INCREÍBLE HULK -ESLABÓN PERDIDO
Segunda película del Universo Marvel Cinematográfico, El increíble Hulk es probablemente el film menos recordado de la franquicia. La razón puede ser su tono, algo distinto a lo que luego sería el sello de Marvel Studios. La película del director francés Louis Leterrier -eficaz artesano de films de acción- es algo más grave que las entregas que veríamos luego -o incluso que el anterior Iron Man- esto quizás por las propias características del personaje, mucho más atormentado que sus compañeros vengadores y, en su forma superheroica, incapaz de las típicas réplicas graciosas y chascarrillos. Este Hulk es además un film bisagra, que retoma la historia del de Ang Lee -cine de superhéroes de autor- sustituyendo a Eric Bana por el siempre interesante -e incómodo- Edward Norton, quien, a su vez, sería sustituido por el actual Mark Ruffalo -quien maneja mejor un espectro que va de la comedia a la tragedia-. Sin embargo, la película es un buen entretenimiento, con un ritmo trepidante, que casi no ofrece respiro, aunque se resienta por sus peleas entre Hulk y el villano Abominación (Tim Roth), en las que vemos a dos personajes digitales dándose de mamporros. El nivel visual de la cinta, que imprime Leterrier, no es nada despreciable, con algunas secuencias estupendas, como la persecución en las favelas de Brasil o la forma en la que la sangre radiactiva gamma de Banner contamina un refresco en la fábrica en la que trabaja de incógnito (para desgracia de Stan Lee). Aunque el film haya acabado siendo un callejón sin salida -en el tintero se quedaron personajes como Leonard Samson (Ty Burrell) y Samuel Stern/El Líder (Tim Blake Nelson) seguramente semillas para secuelas que nunca se harán- esta entrega está firmemente anclada en el Universo Marvel: menciones al suero del súper soldado del Capitán América, la aparición de Tony Stark (Robert Downey Jr.) y el personaje del General 'Thunderbolt' Ross (William Hurt), que ha sido recuperado en películas posteriores como Capitán América: Civil War (2016).
ALTERED CARBON -IDENTIDAD LÍQUIDA
Altered Carbon es la penúltima apuesta de Netflix por generar contenido original, un esfuerzo ambicioso que lamentablemente falla. Lo primero que hay que decir es que la serie no esconde sus intenciones de apropiarse de la estética de Blade Runner (Ridley Scott, 1982) -un poco como Mute (Duncan Jones, 2018)- o de su reciente secuela Blade Runner 2049 (2017). Aquí nos encontramos con una ambientación futurista impresionante, que estéticamente remite a la cinta de Scott: la ciudad distópica es la misma, con sus bajos fondos de cine negro, policías desencantados, prostíbulos y hoteles de mala muerte enfrentados a rascacielos luminosos y aislados. Basada en una novela ciberpunk de Richard Morgan, adaptada por Laeta Kalogridis, aquí los conflictos existenciales de los replicantes son sustituidos por otra excusa argumental, diferente pero equivalente: el hombre ha vencido a la muerte desarrollando una tecnología capaz de migrar la conciencia de cuerpo en cuerpo -llamados 'vainas'- ya sean usados -de otros- o sin estrenar -clonados-. Tampoco esto es nuevo, ya lo hemos visto en otra adaptación, la de Ghost In The Shell (2017) que seguramente también es un referente. Otro tema presente en Altered Carbon es la rebelión de los oprimidos, en este caso, una clase obrera que no puede acceder a la costosa inmortalidad, lo que remite también a otra obra inspirada en Phillip K. Dick, Desafío Total (1990). Si allí los ricos controlaban nada menos que el aire, aquí solo ellos pueden darse el lujo de vivir para siempre, como el enigmático multimillonario Laurens Bancroft (James Purefoy). Recordemos que el tema del enfrentamiento de clases está de fondo en los replicantes de Blade Runner, y en su auténtica heredera, la estupenda West World. Por cierto, el musculoso protagonista de Altered Carbon, Joel Kinnaman -también fue el nuevo Robocop (2014)- está más cerca de Arnold Schwarzenegger que de Harrison Ford.
Altered Carbon se desarrolla entonces como una derivación de estas películas y de sus temas. En algunos momentos parece un exploit con dosis exageradas de violencia -se incide mucho en la sangre y el gore- aparatosas secuencias de acción y sexo -casi softcore-. El problema es que la trama también incluye situaciones dramáticas que se pretenden trascendentes, sobre temas de calado existencial que, simplemente, no convencen. Estas pretensiones, lamentablemente, impiden que esto sea verdaderamente divertido. El argumento se desarrolla como una novela policíaca, proponiendo la resolución de diferentes crímenes como motor de cada episodio, hasta que una trama mayor se apodera del relato con la idea de atar todos los cabos sueltos del pasado del protagonista.
Si Altered Carbon tiene ideas muy interesantes, hay que decir que no les saca partido. No explora en profundidad, por ejemplo, los cambios que experimenta una humanidad con la capacidad de ser inmortal, más allá de decirnos que los ricos siguen siendo ricos y los pobres, pobres. Especialmente desaprovechado está el tema de la religión ¿Cuál sería su papel si ya no es necesaria la trascendencia del alma cuando los cuerpos pueden sustituirse? La respuesta parece tan verosímil como simple: los religiosos -católicos- rechazan la inmortalidad argumentando que el alma, en un cuerpo en el que no has nacido, acabará en el infierno. Esto se expresa dramáticamente a través del personaje de Kristin Ortega (Marta Higareda) y de su madre, estereotipos latinos lamentables.
Lo más interesante de la serie, y lo menos aprovechado, es la pervivencia de un personaje a través de varios actores, según va cambiando sus "vainas". Así, el protagonista Takeshi Kovacs es interpretado por el mencionado Joel Kinnaman, pero también por Will Yun Lee, Morgan Gao y Byron Mann en diferentes momentos. Creo que el personaje de Kovacs no está suficientemente bien definido como para que tengamos la sensación de estar viendo siempre al mismo sujeto con diferentes rostros. Más interesante todavía, en la serie, un mismo actor puede interpretar a diferentes personajes, según distintas psiques habitan sucesivamente el mismo cuerpo. Es el caso de la 'abuela' fallecida de los Ortega, metida en un cuerpo tatuado y lleno de piercings (Matt Biedel) que luego sirve para albergar al mafioso Dimi. Este criminal ruso -que antes fuera Tahmoh Penikett- es capaz de multiplicarse -ilegalmente- en varios clones. Las posibilidades de todo esto me parecen increíbles, si esta ficción hubiese decidido apostar fuerte: pensemos en cómo James Bond o Batman han sido encarnados por un montón de actores que -mejores o peores- relacionamos fácilmente con estos héroes, o como Harrison Ford es Han Solo, Indiana Jones y el Rick Deckard de Blade Runner (1982). Eso por no hablar de un tema mucho más profundo: el de la identidad. En el futuro que propone Altered Carbon, los más adinerados son capaces de tener una "copia de seguridad" en caso de que el soporte digital que contiene su psique sea destruido. Pero creo que volcar en un cuerpo una suma de rasgos de personalidad y recuerdos no es lo mismo que seguir existiendo. ¿O sí? En todo caso, el argumento no explora estas dudas.
Resulta por ello decepcionante esta Altered Carbon, porque creo que esquiva incluso sus propias ideas afortunadas, que acaban reducidas a guiños: como que el hotel en el que se hospeda el protagonista esté inspirado en Edgar Allan Poe (Chris Conner) lo que lleva a pensar en uno de sus relatos más conocidos, El entierro prematuro (1844) ¿No están los huéspedes de las 'vainas' enterrados en vida?
Lo más interesante de la serie, y lo menos aprovechado, es la pervivencia de un personaje a través de varios actores, según va cambiando sus "vainas". Así, el protagonista Takeshi Kovacs es interpretado por el mencionado Joel Kinnaman, pero también por Will Yun Lee, Morgan Gao y Byron Mann en diferentes momentos. Creo que el personaje de Kovacs no está suficientemente bien definido como para que tengamos la sensación de estar viendo siempre al mismo sujeto con diferentes rostros. Más interesante todavía, en la serie, un mismo actor puede interpretar a diferentes personajes, según distintas psiques habitan sucesivamente el mismo cuerpo. Es el caso de la 'abuela' fallecida de los Ortega, metida en un cuerpo tatuado y lleno de piercings (Matt Biedel) que luego sirve para albergar al mafioso Dimi. Este criminal ruso -que antes fuera Tahmoh Penikett- es capaz de multiplicarse -ilegalmente- en varios clones. Las posibilidades de todo esto me parecen increíbles, si esta ficción hubiese decidido apostar fuerte: pensemos en cómo James Bond o Batman han sido encarnados por un montón de actores que -mejores o peores- relacionamos fácilmente con estos héroes, o como Harrison Ford es Han Solo, Indiana Jones y el Rick Deckard de Blade Runner (1982). Eso por no hablar de un tema mucho más profundo: el de la identidad. En el futuro que propone Altered Carbon, los más adinerados son capaces de tener una "copia de seguridad" en caso de que el soporte digital que contiene su psique sea destruido. Pero creo que volcar en un cuerpo una suma de rasgos de personalidad y recuerdos no es lo mismo que seguir existiendo. ¿O sí? En todo caso, el argumento no explora estas dudas.
Resulta por ello decepcionante esta Altered Carbon, porque creo que esquiva incluso sus propias ideas afortunadas, que acaban reducidas a guiños: como que el hotel en el que se hospeda el protagonista esté inspirado en Edgar Allan Poe (Chris Conner) lo que lleva a pensar en uno de sus relatos más conocidos, El entierro prematuro (1844) ¿No están los huéspedes de las 'vainas' enterrados en vida?
MARVEL FASE 1: IRON MAN -HEAVY METAL
La película que inaugura el Universo Marvel Cinematográfico puede parecer poca cosa hoy, pero en 2008 fue una auténtica revolución. Aquel primer film, dirigido por un director discreto como Jon Favreau, no aportaba demasiado como película de superhéroes. El origen del vengador de la armadura no era muy diferente del de cualquier otro personaje del género: vemos cómo Tony Stark (Robert Downey Jr.) obtiene sus poderes -en este caso, el protagonista fabrica su propia armadura- para luego ir superando obstáculos hasta el enfrentamiento con un antagonista final -el supervillano Obadiah Stone/Iron Monger (Jeff Bridges)-. Todo esto es, sin duda, lo menos interesante de la propuesta. En lo que Marvel Studios acertó desde el principio fue en introducir un sentido del humor que ahora es marca de la casa, que hace del film algo mucho más desenfadado y divertido, evitando los excesos de gravedad del superhéroe tradicional: nada que ver con las pretensiones de Christopher Nolan. Este sentido del humor sirve para retratar y hacer cercanos a los personajes, mucho más importantes que la trama en sí: el carisma de Robert Downey Jr. como Stark, las réplicas de comedia romántica de Pepper Potts (Gwyneth Paltrow), el alivio cómico del propio Favreau como Happy Hogan. Añadamos a esto el realismo en la forma de contar la historia -los personajes viven en nuestro mundo, el real, el actual y no en la amalgama imaginaria de Gotham City o Metrópolis- para hacer creíble la fantasía desbordada concebida por Jack Kirby y Stan Lee. Los conflictos internos de Tony Stark son más importantes que sus espectaculares peleas como Iron Man -aunque los efectos especiales sean impecables-. En esta primera película se plantean los errores del pasado y la sombra del padre como las principales causas de los problemas actuales de Stark, tema que se repetirá en posteriores secuelas y marcará al personaje incluso en su relación con Spider-Man. Si añadimos a esto la promesa implícita del film, que forma parte de algo mayor -Nick Fury salido de The Ultimates en la piel de Samuel L. Jackson- aunque discreta, Iron Man funciona como un tiro. Aunque luego haya sido superada.
LOS HAMBRIENTOS: CINE ZOMBIE DE AUTOR
Los hambrientos es un más que notable film de zombies que, contra todo pronóstico, consigue aportar algo novedoso a una temática muy explotada en los últimos años. Hablamos de todo un subgénero del Fantástico y del terror, creado por George A. Romero en La noche de los muertos vivientes (1968) -aunque haya precedentes como Yo anduve con un zombie (Jacques Tourneur, 1943)- que vivió su esplendor en los años 80, proliferando gracias a la explotación de italianos como Lucio Fulci. Actualmente el zombie es el monstruo que mejor parece expresar los tiempos que vivimos, tras renacer con el éxito de 28 días después (Danny Boyle, 2002) y Amanecer de los muertos (Zack Snyder, 2004)- y gracias a la popularidad de la serie The Walking Dead. Hemos visto muertos vivientes como vehículo para todo tipo de historias: las metáforas políticas del fallecido Romero; la comercialidad de blockbusters como Guerra Mundial Z o la saga Resident Evil -ambas en clave digital-; el humor de esa cumbre que es Zombies Party (Edgar Wright, 2004) y hasta el cruce con el universo literario de Jane Austen, en Orgullo y prejuicio y zombies (2016). Reconociendo que estos cadáveres ambulantes han bailado en Thriller (Johnh Landis, 1984) y salen hasta en Juego de Tronos ¿Qué queda por decir sobre ellos?
Los hambrientos -Les Affames en el original- es algo así como la madurez del subgénero. Ha ganado premios en festivales como Fantasporto, Molins de Rei, Montreal, Nocturna y Toronto. Desde la mirada del cine de autor, el canadiense Robin Aubert hace una película de muertos vivientes que tiene poco que ver con los ejemplos antes mencionados. Los tiempos muertos -perdonen el chiste- la ausencia de racord, de música y otras constantes estéticas de lo que solemos llamar 'cine de autor' se aplican a un argumento relativamente convencional: un grupo de supervivientes enfrentados a una epidemia y a la escasez de víveres. Pero ese deambular de los protagonistas por un mundo acabado antes que recordar a El día de los muertos (1985), tiene más que ver con el tono apocalíptico -y las pinceladas de humor negro- de Week-end (Jean-Luc Godard, 1967) o la aproximación a la ciencia ficción de Michael Haneke en El tiempo del lobo (2003). El fan de los zombies clásicos encontrará esta película muy lenta -nada que ver con la frenética Train to busan (Yeon Sang-ho, 2016)- y con un ritmo más espeso que el de los capítulos más pretenciosos de The Walking Dead. Solo que aquí, la mirada existencialista de Robin Aubert justifica la densidad del relato. Por si fuera poco, el canadiense elabora secuencias de tensión cuando los monstruos persiguen a los protagonistas, crea imágenes inquietantes -atención, sin gore, sin golpes de música, sin maquillajes elaborados- y encima tiene ideas originales, como las misteriosas pirámides de objetos perdidos que crean los zombies y que los protagonistas van descubriendo poco a poco. Para cinéfilos desprejuiciados y gorefans gafapastas.
MIRA LO QUE HAS HECHO -BERTO Y UN BIBERÓN
Berto Romero, uno de los cómicos más populares e inteligentes de este país, está detrás de su propia serie en Movistar. Y eso es una buena noticia. Mira lo que has hecho se vende como una comedia sobre lo complicado que es ser padre primerizo. El problema es que las anécdotas sobre la paternidad acaban siendo lo menos inspirado de esta ficción. Los gags sobre el parto, la lactancia, el no dormir por las noches, elegir guardería, las visitas al pediatra y el sexo en pareja -o su ausencia- son lo más flojo. La comicidad de estos momentos se basa en la mera identificación -a todos los que somos padres nos han pasado estas cosas- pero los chistes me resultan superficiales. Echo de menos la mirada original de Berto acerca de lo que significa ser padre -o madre, interpretada por la estupenda Eva Ugarte-. En Mira lo que has hecho, la paternidad es una carrera de obstáculos para la pareja, despojada de su dimensión emocional. Prácticamente no se nos muestra al bebé de los protagonistas -probablemente por razones de producción- lo que involuntariamente convierte el conflicto argumental en algo casi abstracto. Lo bueno es que esto elimina de la ecuación los golpes bajos de ternura y sentimentalismo. Pero también evita que la serie profundice en las verdaderas razones por las que los padres dejamos de dormir, follar y perseguir nuestros sueños: tener hijos nos cambia (habitualmente para mejor).
Esta sitcom sigue la línea de estupendas producciones de Netflix como Love o Master of None: comedias románticas que tienen de fondo el mundo del espectáculo y que se sirven de elementos formales del cine indie. Así, aquí Berto hace de Berto, el real -más o menos- un humorista al que vemos haciendo monólogos y aguantando que su fama haya ido a menos -sin llegar a las humillaciones de ¿Qué fue de Jorge Sanz?-. Esto aleja un poco el argumento de las vicisitudes de la paternidad, como también lo hacen los conflictos que aportan personajes secundarios de la familia de la pareja protagonista: los padres de Berto, el suegro borde, la cuñada moderna y el hermano caradura. Otro tema curiosamente recurrente en el argumento es el de la generación youtuber, retratada de forma antipática y crítica. Asunto solo parcialmente pertinente, al fin y al cabo, habla de una brecha generacional y de educación. Pero quizás habría sido más efectivo comprometerse más con el argumento principal sobre la experiencia de ser padres.
Mira lo que has hecho me parece irregular, una mezcla de momentos poco inspirados con otros muy afortunados: el cameo sorpresa de un famoso presentador; el humor negrísimo de comerse un bocadillo de chistorra en el peor momento; y sobre todo el pediatra al que da vida el siempre estupendo Emilio Gavira, que protagoniza una escena hilarante. Hay también momentos sobresalientes, como la acertada secuencia que muestra la machacona rutina diaria de nosotros los padres; los saltos temporales paralelos del capítulo que explica cómo se conocieron Berto y Sandra. Los prólogos de cada episodio, normalmente situados en otro momento de la vida de los protagonistas, en su imaginación, o en sus miedos, también me parecen ingeniosos. Hay además secuencias ambiciosas, aunque no demasiado pulidas, como la liberación que experimenta la pareja protagonista en el hospital, expresada con un montaje musical, en el episodio titulado Papá. El humor es una cuestión muy personal, y si Mira lo que has hecho no me ha convencido del todo, también estoy seguro de que veré la segunda temporada.
JUEGO DE LADRONES -TIPOS DUROS
Los seguidores del género policíaco y de acción no deberían dejar pasar Juego de ladrones, solvente película de atracos perfectos, que trasciende su falta de pretensiones para ofrecer un producto impecable, con carisma y más profundidad de la que aparenta en su revelador, pero convencional, cartel. Eso sí, el film es un despliegue de testosterona tremendo -no supera el test de Bedchel ni de lejos- en el que sus personajes son lo que se conoce como "tipos duros". Encabeza la función 'Big Nick' O'Brien, interpretado por un Gerald Butler entregado e implicado como productor. Los días como galán de comedia romántica del actor de 300 (2006) parecen haber terminado: aquí se muestra hinchado, tatuado, chuleta, fumador, bebedor, violento, putero, mal marido y peor padre. Semejante "pieza" es, atención, el policía de la función; un agente de la ley que a la hora de intimidar a un criminal le suelta que "nosotros somos los malos". En el otro bando, Ray Merrimen, es un atracador de bancos, al que da vida Pablo Schreiber -Orange Is the New Black- que parece aquí el Chris Evans del Capitán América. Merrimen es más protagonista que antagonista, y un teórico villano meticuloso, profesional, y limpio. Su pasado en Afganistán da entender que siente que su país le debe algo. Completan el reparto actores de carácter, muchos músculos y pocas palabras, incluyendo al rapero 50 Cent -que ha vivido tiroteos en la vida real- y O'Shea Jackson Jr. -Straight Outta Compton (2015)- quien, si os suena su cara, es por ser hijo de Ice Cube.
Christian Gudegast escribe y dirige su ópera prima tras encargarse de varios guiones -Objetivo: Londres (2016)- siempre en el terreno del cine criminal y de acción. Juego de ladrones es una película de atracos bien contada, dirigida con brío -en los tiroteos- con tensión -en los atracos- y urgencia -en las persecuciones-. Pero también es una película de personajes, que le da tanta importancia a los policías como a los criminales. Gudegast sigue el modelo del Heat (1995) de Michael Mann, aunque no tiene grandes actores a su disposición -como Al Pacino o Robert De Niro- sino un grupo de sujetos malencarados, musculosos y tatuados, más parecidos al reparto de Fast and Furious. Lo interesante es cómo, al profundizar en estos personajes, la película va borrando las líneas entre el bien y el mal, igualando a policías y atracadores aunque unos estén del lado de la ley y los otros sean criminales. En sus mejores momentos, el film tiene un tono crepuscular al presentar a sus personajes como figuras -masculinas- que no encuentran su lugar.
Estos son hombres entregados a su profesión -legal o delictiva- y la película dedica secuencias enteras a los procedimientos, a cómo se persigue a una banda criminal o a cómo se atraca un banco. Hay sorpresas varias para animar el argumento, pero son lo de menos porque lo que nos dice Gudegast es que estos tipos duros viven aparte de la sociedad "normal". Son "machos" que no se sienten cómodos en otros roles: los problemas maritales de 'Big Nick', que además se ve obligado a visitar a su hija a través de una reja; el criminal que intimida al novio de su hija adolescente; el atasco que se convierte en un tiroteo del que todos los civiles tienen que salir pitando. Tipos duros que no pertenecen a nuestro mundo y que utilizan nuestras ciudades como escenario para su juego de policías y ladrones.
JESSICA JONES -SÚPER FEMINISMO
Lo que diferencia a los superhéroes de Marvel Comics -Spiderman y Los Vengadores- de los de DC Comics -Superman y Batman- es exactamente lo que distingue a Jessica Jones de Wonder Woman. La detective es superfuerte, resistente a los golpes -y al alcohol- y puede dar unos saltos impresionantes, pero no representa los ideales, la inocencia, la pureza de la amazona a la que tan bien ha dado vida Gal Gadot. Jessica Jones (Kristen Ritter) no es una semidiosa nacida en un isla mítica, sino una mujer actual, con defectos y un montón de inseguridades. No lleva un colorido disfraz, sino unos vaqueros rotos, una sudadera y una chupa de cuero. La segunda temporada de la serie de la show runner Melissa Rosenberg es una prolongación directa de la primera -aunque ahora Jessica sea una celibrity a su pesar, tras su participación en The Defenders-. Una vez más, la detective de Alias -nombre de la serie de cómics original- debe investigar un caso complicado: el suyo propio. Como todo héroe Marvel, una serie de traumas y complejos -de culpa- de su pasado, persiguen a la protagonista. ¿Cuál es su verdadero origen? ¿De dónde provienen los superpoderes que para Jessica son una maldición? Este es el McGuffin que sirve de motor para una trama que incluye, de nuevo, a un misterioso villano cuya identidad se irá desvelando poco a poco. En la mayoría de las series de Marvel Studios para Netflix, el pasado del héroe marca la historia y se hace presente a través de flashbacks que, como un puzle, se va completando poco a poco. Por otro lado, Jessica Jones es como cualquier otra serie policíaca, en la que sus protagonistas investigan crímenes, siguen pistas falsas, y la trama se contorsiona con giros inesperados y callejones sin salida. A esto hay que añadir, claro, peleas de superhéroes de fuerza imposible, inscritas, eso sí, en un entorno realista y urbano. Nada de extraterrestres. El abanderado Capitán América solo aparece como el muñeco preferido del hijo del casero de Jessica.
A pesar de este cruce de géneros, lo que diferencia realmente a Jessica Jones de otras series es su feminismo, que emana de sus protagonistas, mujeres: la propia Jessica y la estupenda Trish Walker (Rachael Taylor) -quien, por cierto, en los cómics es nada menos que Gata Infernal-. Hay que destacar la relación entre estas hermanastras como uno de los puntos fuertes de esta ficción. No son las únicas mujeres de la historia, mencionemos también a la abogada sin escrúpulos -y lesbiana- Jeri Hogarth -Carrie-Anne Moss ya fue Trinity en Matrix (1999)- un personaje cuya antipatía revela los esfuerzos que debe haber hecho -y en lo que se ha tenido que convertir- para llegar a ser la letrada más exitosa y temida de Nueva York. Jessica Jones propone en cada episodio obstáculos a los que se enfrentan las mujeres: el piropo asqueroso de un perdedor en la barra de un bar; el novio sobreprotector que da más miedo que otra cosa; el colega profesional que ofrece su ayuda de forma paternalista; el director de cine que abusa sexualmente de sus actrices, por jóvenes que sean -¿Harvey Weinstein?- un acosador en el autobús o el que Jessica obligue por la fuerza a un capullo a redefinir la palabra "perra". Las protagonistas deben demostrar constantemente que son capaces de valerse por sí mismas y de defenderse solitas. Pero hay más. La violencia que ejerce Jessica Jones -contra un detective rival, por ejemplo- es bastante inusual: en la ficción estamos acostumbrados a ver a hombres ejerciendo dicha violencia -muchos más si, como en este caso, esa violencia es negativa-. La abogada Hogarth es cruel, dominante, egoísta y mujeriega, características que, habitualmente, relacionamos con un hombre. En el mismo sentido, Jessica o Trish ejercen su sexualidad cuando les da la gana y con quien les da la gana -si el hombre consiente, claro-. Trish es completamente inmune al romanticismo -¿machista?- y desea tener una pareja en igualdad de condiciones -a pesar de la pérfida influencia de su madre (¡Rebeca de Mornay!)-. De hecho, en un momento revelador, la ex estrella infantil se da cuenta de que no ama a su novio, sino que quiere ser él: un periodista respetado y exitoso. En Jessica Jones, las protagonistas son mujeres y los hombres, de hecho, se quejan de ser tratados con desdén: véanse las constantes quejas de Malcolm (Eka Darville), un sidekick que reivindica constantemente una mayor confianza y algo así como una equiparación salarial. Resumiendo, la serie habla de mujeres y de conflictos entre ellas, que son los más importantes. Otro dato importante: los 13 episodios de Jessica Jones han sido dirigidos por mujeres.
Jessica, además de mujer, en la más pura tradición Marvel, tiene superpoderes que lejos de ser un don, la convierten en una marginada, equiparable a las minorías raciales en Estados Unidos, pero también a los inmigrantes o los homosexuales. Incluso su casero (J.R. Ramirez), latino, con antecedentes, quiere echarla de casa porque es "peligrosa". Las injusticias sociales están muy presentes en la serie -el bufete que intenta despedir a Hogarth tras revelarse una cuestión médica- la situación de los adictos a las drogas, de los sin techo, o de los inmigrantes ilegales son otros temas que aparecen durante la historia y no por casualidad. Los principales personajes de la serie son 'juguetes rotos' enfrentados a las exigencias de la cultura del éxito y del sueño americano. La segunda temporada de Jessica Jones está a la altura de la primera, cierra definitivamente las interrogantes sobre el origen del personaje y sus traumas del pasado; y sobre todo salva el escollo de la pérdida del carisma del villano Kilraven (David Tennant). Convierte al antagonista de la heroína en un personaje mucho más interesante que el típico supervillano, con una implicación emocional profunda con Jessica, lo que permite matizar un conflicto que escapa del simple enfrentamiento entre buenos y malos. Yo estaré ahí para la tercera temporada.
HAVE A NICE DAY -CARTOON FICTION
Lo más atractivo de Have a Nice Day es su divertida trama criminal de corte tarantiniano -al menos el de los inicios, sobre todo el de Pulp Fiction (1994)- clara influencia en esta película del animador chino Liu Jian: incluso "roba" el famoso plano subjetivo del maletero. La historia nos presenta a personajes marginales, de los bajos fondos, que se ven mezclados con el crimen de poca monta y que buscan dar el gran golpe, para fugarse de sus miserables vidas. Sus reflexiones de tono cotidiano, con mucho humor y un poco de filosofía, marcan el desarrollo de la trama. Hay guiños a la cultura popular -carteles de películas, videojuegos y hasta de Messi, en las paredes de los escenarios- o diálogos como el de la anécdota de la infancia que cuenta un mafioso a su cautivo torturado, en la secuencia inicial; la discusión sobre si es más poderoso Buda o Dios. Eso sí, de esta película china de animación hay que advertir que está animada al mínimo. Prácticamente no hay movimiento y no creo haber visto a ningún personaje mover sus piernas. El film está compuesto de ilustraciones, dibujadas con el estilo realista y cotidiano de la línea clara del cómic indie. Un poco lo que hace Alberto González en sus cortos -Un día con Amenábar (2008)-. Este estilo, visualmente muy atractivo, resulta sin embargo demasiado estático para un largometraje. Un poco lo que ocurre con la hermosa Loving Vincent. La historia, por tanto, no tiene demasiada acción y se apoya sobre todo en los diálogos de los personajes y en la contemplación de las imágenes para establecer el tono y el ritmo (obviamente lento). Los efectos de sonido aportan un realismo físico que provoca un efecto distanciado con respecto a los dibujos. Una rareza recomendable para los curiosos de la animación alternativa.
READY PLAYER ONE -LA CULTURA DEL HUEVO DE PASCUA
El sueño de un friki es que su sabiduría enciclopédica sobre la cultura popular se pudiese traducir en éxito económico, social -o que sirviese para ligar-. Todo eso se cumple en la simpática novela Ready Player One, una idea brillante que saca partido de la innegable nostalgia por todo lo que huele a los años 80, a través de un hilo argumental -coherentemente- de videojuego. El libro de Ernest Cline hace del guiño y del 'huevo de pascua' su principal razón de ser -tanto en la forma como en su contenido- y su éxito editorial ha convertido en realidad ese mismo sueño: Cline es un autor de éxito gracias a su pasión por Indiana Jones, los Goonies o Regreso al futuro y el tío tiene ahora un DeLorean en su garaje. Ready Player One es algo así como una mezcla entre Un mundo de fantasía (1971) -el tema Pure Imagination aparece tuneado en un trailer de la adaptación cinematográfica- y Matrix (1999). Su sencilla historia se desarrolla en el año 2045. El protagonista es un joven enganchado a un realidad virtual que sigue las pistas de un gurú de los videojuegos fallecido, con el fin de hacerse con su inmensa herencia y de paso, mantener esa realidad virtual, llamada Oasis, libre del control de las grandes corporaciones. Casi toda la trama transcurre en ese mundo virtual, que reúne todos los universos de ficción de la cultura popular, desde El Señor de los anillos a Mad Max, pasando, claro, por Star Wars. Resulta que el fallecido gurú -trasunto de Steve Jobs y Willy Wonka- era adicto a las películas, los cómics, la música pop, los videojuegos -¡y los juegos de rol!- de los años 80. Por ello, el protagonista del relato es un estudioso de dichas referencias y por eso, la novela es una suma de todo lo que nos gusta.
Desde los 80 hemos estado diciendo que una película se parece a Star Wars -Guardianes de la galaxia- que otra recuerda a Indiana Jones -La momia, Tomb Raider- o que aquella tiene un aire a E.T., el extraterrestre -La forma del agua-. Últimamente hemos vivido remakes o secuelas de Rocky, Mad Max, y Terminator o hemos recibido ficciones enmarcadas en aquellos años como Stranger Things o It. Nos hemos pasado los últimos 30 años buscando guiños, referencias, o secuencias inspiradas en un puñado de películas de nuestra infancia. Ready Player One hace de esta búsqueda su razón de ser y el McGuffin de la propia historia, y contiene referencias a todo, a absolutamente todo, desde Doctor Who hasta los cereales de Cap'n Crunch y la Commodore 64. Algo así como la biblia del nostálgico ochentero estadounidense. Quizás por esto, la adaptación cinematográfica solo la podía haber dirigido Steven Spielberg... o quizás justo por ello, no. ¿No habría sido más adecuado poner a los mandos a un fan del director de En buscar del arca perdida (1981) como J.J. Abrams? Nunca lo sabremos.
Steven Spielberg coge el material de Cline -que participa en el guión- y lo hace completamente suyo. Si queréis recuperar la sensación de salir del cine tras ver E.T., el extraterrestre (1982), esta es vuestra película. Spielberg parece el de siempre, y la música es de Alan Silvestri -autor de la banda sonora de Regreso al futuro (1985)- por lo que la sensación de estar de vuelta en aquella época es total. Hay que decir, eso sí, que el director de Tiburón (1975) limpia del texto original todo lo incómodo -fuera menciones a la masturbación- suprimiendo la violencia y la muerte. Además, ser retraído socialmente no es "ser raro", como en la novela, sino adorable, como todos esos nerds de las películas de los 80: Mark Rylance -El puente de los espías (2015)- interpreta a un inepto pero simpático gurú de los videojuegos. Tampoco hay rencor en el protagonista, Wade Watts (Tye Sheridan) -nombre aliterado como los que ponía Stan Lee a sus superhéroes- que aquí es un chaval tímido, soñador, y huérfano. Creo que el film falla en la presentación de su protagonista y de su mundo, y, la verdad, me parece mucho más interesante la chica de los sueños de Wade, Art3mis -estupenda Olivia Cooke de Yo, él y Raquel (2015)-. Como en todo el cine Amblin, el auténtico objetivo del joven héroe es ese primer beso, que todo chaval desea en su temprana adolescencia. Spielberg también reduce al mínimo las referencias más oscuras de la novela: a los juegos de rol, a grupos de rock menos conocidos como Rush, a series japonesas de los 70, a videojuegos antiguos. Los guiños se actualizan para no dejar fuera a los millennials: aparecen King Kong, el Gigante de Hierro, juegos de lucha más longevos como Street Figther, o shooters recientes como Halo; también se tira de referentes demasiado conocidos como el baile de Fiebre del sábado noche (1977) en el que es el peor momento del film. Y es que Spielberg hace películas para todos. Además, el director de Las aventuras de Tintín (2011) aumenta la acción en el mundo real con respecto al original -los avatares generados por ordenador son horrendos- y estas secuencias con actores de verdad tienen un delicioso sabor a Los Goonies. Pero, a pesar de estos esfuerzos, lo que emociona realmente de la historia es lo que pasa en el mundo virtual y aunque tampoco quiera Spielberg apoyarse demasiado en los homenajes a otras películas, estos son lo mejor de la función: la maravillosa secuencia dentro de El resplandor (1980) -que sustituye a Juegos de Guerra (1983) en la novela-, el DeLorean y el cubo Zemeckis. Y cuando la película se permite referencias más oscuras, me parece aún mejor: como Mechagodzilla, el videojuego de Atari Adventure, la moto de Akira, el mecha Gundam, la estrella de Krull, ¡la santa granada! Yo conozco todas esas referencias ¿y vosotros?
EL INSULTO -DELITOS DE ODIO
No se me ocurre una película más pertinente y necesaria, ahora mismo, que El insulto. La representante libanesa en los Oscar, parte de un incidente mínimo entre dos hombres y de forma sorprendente se convierte en una radiografía de un país. Los protagonistas son Tony Hanna -Adel Karam- y Yasser Abdallah Salameh -Kamel El Basha ganó la Copa Volpi al mejor actor en el pasado Festival de Venecia-. Un simple insulto entre ellos es el detonante de un enfrentamiento cuya repercusión va escalando desde la ofensa personal hasta convertirse en un evento mediático que obliga a los políticos del país a pronunciarse al respecto. Tony es del partido libanés cristiano, Yasser es palestino. Ambos hombres viven en un país multicultural, pero dividido entre árabes y cristianos, claramente enfrentados. El film, que comienza siendo costumbrista, según el alcance del conflicto va creciendo, acaba convirtiéndose en una película de juicios. Los abogados de la acusación y de la defensa -grandes personajes también, por derecho propio- apoyan sus argumentos desenterrando el pasado de sus clientes, lo que equivale en términos de guión cinematográfico a profundizar en los protagonistas, apartándolos de la caricatura, explicando sus motivaciones y convirtiéndolos en símbolos de sus respectivos pueblos y de sus dramas. En este sentido, El insulto tiene cierta tendencia pedagógica, sí, pero también la inocencia del buen cine clásico. Las decisiones argumentales son todas acertadas y apasionantes: pronto nos sentimos atrapados por la historia. El alcance de la película es global, porque acaba representando el mundo actual. Con sus personajes y situaciones se puede identificar todo aquel que viva en un país dividido, en el que haya grupos enfrentados por su raza, religión o ideología política. Esta sorprendente película escrita y dirigida por Ziad Doueiri -ayudante de dirección de Tarantino hasta su debut con West Beirut (1998)- nos da una clara lección de quiénes somos. Nos habla del odio, de la venganza, de la memoria histórica y sobre todo del perdón. Y nos dice que, en el fondo, todos somos más o menos iguales, todos tenemos algo en común, que debería unirnos. No dejéis de verla, porque es como mirarse en un espejo.
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