Lamento tener que hablar de algo tan subjetivo como mis expectativas para comentar una serie como El vecino. Adaptación del cómic de Santiago García y Pepo Pérez -que no he leído, lo siento- su planteamiento sobre un superhéroe, de barrio, español, me parece irresistible. Aumentaba el interés de la propuesta la presencia de Nacho Vigalondo tras la cámara en algunos episodios -mencionemos también a otros directores como Paco Caballero, Ginesta Guindal y nada menos que Víctor García León-. La serie cuenta además con actores contrastados en la comedia patria, como Quim Gutiérrez y Clara Lago. Partiendo de la premisa de que los autores -Miguel Esteban y Raúl Navarro- no deben complacer al espectador, debo decir, contradictoriamente, que me esperaba otra cosa. El vecino presenta a un personaje entre Green Lantern y El gran héroe americano (1981), estupendamente interpretado por Quim Gutiérrez, que tiene un sidekick divertido en el opositor José Ramón (Adrián Pino). Mi problema -personal- es que esta idea se acaba desarrollando de una forma casi secundaria, sin explorar cuestiones a priori interesantes. No veo a Titán -que así se llama el enmascarado- probando su traje, experimentando con sus poderes, preguntándose cuál puede ser su planeta de origen, cuál debe ser su misión en la Tierra, o qué pasará cuando se le acaben las pastillas -yo las habría llevado a un laboratorio- que le otorgan sus habilidades extraordinarias. Tampoco me convence cómo se establece la relación entre Javier y José Ramón, importante en la trama, pero desarrollada como por casualidad: se conocen por accidente, se hacen amigos porque sí, José Ramón decide que Javier debe salvaguardar una identidad secreta porque es lo que se ha hecho toda la vida. Encuentro, básicamente, muy forzada esta relación, cuando hubiera bastado con establecer que Javier y José Ramón han sido amigos toda la vida para justificar que estén tan unidos y se coman tantos marrones el uno por el otro. Supongo que no debo esperar ninguna de estas cosas, porque no eran esas las intenciones de los autores, pero he echado de menos un desarrollo argumental más sencillo.
Además de la historia del superhéroe, hay otros personajes y otras tramas en El vecino, que no se pueden considerar secundarias. Lo primero, hablemos de la relación sentimental entre Javier y Lola. Un punto de partida, el romántico, que puede funcionar en la historia: es lógico complicarle la vida al superhéroe con una exnovia. Pero el personaje de Clara Lago es una Lois Lane 2.0, algo repelente, que da una imagen bastante superficial del periodismo, que pretende ser crítica -la débil subtrama de las casas de juegos-. Lago interpreta a una periodista que más bien es una 'youtuber' y su triángulo amoroso con Rober (Sergio Momo) no me parece interesante, porque, francamente, lo he visto en cientos de series, no se desarrolla, ni lleva a nada. Sobre todo, creo yo, no se le saca partido a que uno de los implicados sea un superhéroe. Javier, precisamente, tiene una actitud hacia Lola que se acerca al acoso y la obsesión, pero este apunte incómodo no acaba de explorarse dramáticamente. Habría sido interesante. Eso por no hablar del episodio dedicado a una premisa tan gratuita como que Lola decide decir siempre la verdad, metiéndose en enredos varios. Tengo un problema con las situaciones manidas en las comedias, y El vecino cae en algunas de ellas: la torpeza de Lola en las redes sociales, la supuesta comicidad de ver a José Ramón drogado porque se ha fumado un porro, sin motivo alguno y de forma incoherente con el personaje planteado; son situaciones ya vistas en otras ficciones -sin ir más lejos, en Vida perfecta de Leticia Dolera-. Eso por no hablar del personaje del camello fumado, Lito (Denis Gómez), que encuentro francamente cargante. Lo peor de El vecino es que lo mejor de la serie es una trama que poco tiene que ver con el superhéroe de su premisa. La amiga de Lola, Julia (Catalina Sopelana) se dedica a una especie de heroísmo de barrio -la policía del Karma, en honor a Radiohead-, realizando pequeñas buenas acciones, que merecía más espacio dramático -ella tiene su propio sidekick, Marcelo (Nacho Marraco), cuya relación tampoco está bien explicada, por cierto-. Esta trama, qué demonios, merecía su propia serie. Una pena, porque una propuesta como El vecino ilusiona y es digna de apoyo en la ficción audiovisual patria.