Qué propuesta más original es Barry, creada por Bill Hader y Alec Berg. En términos de género, estamos hablando sin duda de una comedia, que va desde el humor negrísimo -Barry (Bill Hader) es un asesino en serie- hasta la caricatura -ese imposible mafioso checheno que es Noho Hank (Anthony Carrigan)-. Pero Barry es también cine negro, a pesar de la parodia de las fuerzas de la ley y del crimen organizado, porque nos muestra a un grupo de personajes enfrentados a decisiones morales en las que deben decidir si hacer lo correcto o si dejarse llevar por sus más bajos instintos en un relato de tono marcadamente fatalista. El argumento de Barry elige como escenario para desarrollar estos conflictos nada menos que Hollywood, el mundo del espectáculo, del cine y de las series. Se convierte así esta tercera temporada en un despiadado retrato del show business, de su hipocresía, de su ambición desmedida, de su materialismo infinito y hasta del famoso algoritmo que decide que series vemos (y qué series se hacen). Temas como el éxito, el fracaso y también la culpa y las segundas oportunidades están encarnados en los personajes interpretados, además, por actores magníficos, empezando por Stephen Root y Henry Winkler, pero sin olvidar a Sarah Goldberg, actriz que ha ido añadiendo matices y capas a su personaje, Sally, conforme ha ido creciendo en la trama. La serie ha ganado también en cuanto a su puesta en escena, con recursos e ideas visuales que le dan una personalidad reconocible -Hader señala en entrevistas que Jacques Tati es una influencia importante- y que ha ido ganando en ambición artística. Barry es capaz de llevarnos de la risa al drama trascendente sin perder el ritmo. Mencionemos también el recurso a la violencia, marca de estilo de la serie, que se usa de forma contundente para cambiar de tono, otra vez, de la comedia al drama, y para marcar la importancia de lo que vemos. Barry es una de las mejores series del año, a la que la categoría de comedia se le queda corta, sin que esto signifique despreciar el género. Todo lo contrario: demuestra hasta qué rincones más serios se puede acceder a través del humor.
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