Crímenes del futuro recupera el nombre de un largometraje -por los pelos, dura 63 minutos- rodado en Canadá por David Cronenberg en 1970. Era uno de los primeros trabajos del director, pero planteaba, en un breve diálogo, la premisa de la película que se estrena ahora. Aquel film amateur de ciencia ficción mostraba ya la personalidad de un autor cuya obra se puede dividir en varias etapas: una primera fase de pequeños films de terror, desde Rabia (1977) hasta la enorme Videodrome (1983); luego un período de presupuestos más holgados con cintas dentro del mainstream en las que no renunciaba a su personalidad como autor, el mejor ejemplo es el remake de La mosca (1986); un período de mayor libertad autoral que lleva a otra cumbre como Crash (1996); y una serie de obras de madurez en las que se aparta del fantástico, como Una historia de violencia (2005) o Promesas del Este (2007). En esta nueva película titulada, como ya he dicho, Crímenes del futuro, Cronenberg vuelve a la ciencia ficción con un film que pisa terreno conocido, una suerte de cruce entre la ya mencionada Crash (1996) y Existenz (1999) -obra que, por cierto, es el último guión original de Cronenberg antes de la película que nos ocupa- utilizando como protagonista a Viggo Mortensen, excelente actor pero también estrella con tirón, con el que ya ha colaborado en varias ocasiones. El resultado de esta vuelta a los orígenes es una estimulante obra en la que Cronenberg demuestra que sigue manteniendo su capacidad para crear imágenes y una atmósfera únicas. Puede ser que lo que vemos en Crímenes del futuro no nos parezca nada nuevo, pero es que lo hemos visto antes precisamente en trabajos anteriores del propio director canadiense. Su obsesión por los cuerpos y sus procesos degenerativos, por la modificación de los mismos, su idea nada convencional del sexo y su obsesión por la relación entre seres humanos y máquinas, reaparecen aquí en una trama que plantea personajes y situaciones muy extrañas, incluso para Cronenberg. Viggo Mortensen y Léa Seydoux encarnan -nunca mejor dicho- a una pareja de artistas underground, clandestinos, que en un mundo en el que los cuerpos mutan generando nuevos órganos realizan performances que consisten en operaciones quirúrgicas con público, lecciones de anatomía en un barracón de feria. Todo muy extraño, sí, pero al mismo tiempo un reflejo curiosamente reconocible del presente inmediato de tatuajes, piercings y otras modificaciones corporales -operaciones estéticas, implantes de pelo- que la sociedad ya ha incorporado y que no sabemos hasta dónde pueden llegar. Estos planteamientos se mezclan con una trama de espionaje político, pura paranoia que, sin embargo, permanece siempre como un trasfondo que no llegamos a captar del todo. El argumento parece ser lo de menos. Cronenberg nos lleva de la mano de una escena a la siguiente con la lógica de los sueños: al salir de la sala no podremos reconstruir lo contado. Pero cada situación planteada es tan loca como interesante: una silla orgánica que mejora la capacidad del usuario para consumir y digerir los alimentos; un artista que baila con un cuerpo cubierto de orejas injertadas; un niño capaz de comer plástico. Suficientes ideas para volarnos la cabeza en plan Scanners (1981). Al buen hacer de Mortensen, hay que añadir la presencia magnética de Léa Seydoux, actriz francesa con una presencia irresistible, sexy y enigmática. Seguramente Crímenes del futuro es un título menor en una filmografía enorme y su final resulta abrupto, como si a la historia le faltara algo para ser redonda. Pero también es cierto que al acabar su visionado, la sensación es la de haber despertado de una extraña pesadilla.
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