Ron Howard puede ser de esos directores cuyo nombre desconoce el público general, pero cuya filmografía está repleta de películas que todo el mundo ha visto: 1,2,3 Splash (1983), Cocoon (1985), Willow (1988), Un horizonte muy lejano (1992), o Apolo 13 (1995), por citar solo algunos títulos de su abultada filmografía. Howard, además, fue merecedor del Óscar al mejor director gracias a Una mente maravillosa (2001) y fue nominado de nuevo por la Academia de Hollywood por El desafío - Frost contra Nixon (2008). Todos esos logros, sin embargo, no han conseguido colocarle en la primera línea de los grandes directores americanos -a la cabeza estaría, claro, Steven Spielberg- y le han relegado a esa manida categoría de 'artesano', de realizador impecable, pero sin personalidad de autor. Creo que los méritos de Howard están claros y que su habilidad es evidente en una película como Trece vidas, estrenada directamente en la plataforma de Amazon Prime Video. Estamos ante uno de esos films 'basados en hechos reales', en este caso, el rescate de un grupo de niños -y de su entrenador de fútbol- que se quedaron atrapados en una cueva, la de Tham Luang, inundada en Tailandia en 2018. El relato de esos hechos es, de por sí, materia de primera para una película: un grupo de niños en peligro, sus padres desesperados, una operación de rescate que parece condenada al fracaso. Y Howard parece entender esto, por lo que decide contar todo lo que ocurre de forma concisa, sin excesos, con rigor casi periodístico o documental. El mérito de Howard aquí es organizar los hechos para contar de forma eficiente una historia que está cargada de tensión y de emociones. Los personajes aparecen apenas perfilados con unos pocos elementos, los mínimos para que funcionen dentro del relato: no hace falta profundizar porque lo que importa es que veamos que son humanos para que nos emocionemos con ellos. Ayuda también, claro, un elenco de actores solventes: Viggo Mortensen, Colin Farrell, Joel Edgerton. En cuanto a la historia, el guión se concentra primero en la cotidianidad del día de la tragedia: los niños jugaban al fútbol, celebraban un cumpleaños y hacían una excursión a la cueva, en principio, sin riesgo alguno; luego, se sigue el relato cronológico de los hechos sin detenerse en situaciones personales, mostrándonos cómo acuden las autoridades, la preocupación de las familias, cómo los medios se interesan por la noticia; y por último, el director de Llamaradas (1991) explica detalladamente cómo se desempeñan los buzos que tendrán que rescatar a los niños, dejando claras las dificultades que presenta la cueva inundada, la claustrofobia de sus pasajes más estrechos, el peligro de los derrumbes o de quedarse sin oxígeno. Todo contado con precisión para dar lugar a un tenso y emocionante clímax. No se puede pedir mucho más. La sencillez y la eficacia de la narración son el testimonio de la experiencia de Howard, quien, sin poner el acento en nada, deja claros algunos temas interesantes: cómo respondemos a la tragedia, la responsabilidad de los políticos, el heroísmo, y sobre todo, cómo se pueden dejar a un lado las diferencias personales, religiosas, culturales y de nacionalidad, para conseguir un objetivo que debería importarnos a todos.
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