El color rojo marca Nina (2024), película escrita y dirigida por Andrea Jaurrieta y protagonizada por una estupenda Patricia López Arnaiz. El argumento es clásico, lo hemos visto muchas veces, gira sobre el retorno al origen, al pueblo, cuando quedan cuentas pendientes. Un rencor soterrado y una experiencia traumática empujan a Nina a la que, en los primeros instantes de la cinta, vemos escopeta en mano. Estamos ante una revenge movie en toda regla. Pero más allá de ese subgénero del thriller, Jaurrieta explora temas tan complejos como el consentimiento cuando la diferencia de edad convierte el -supuesto- amor en una relación ilegal e inconfesable. El villano de la historia es un oscuro Dario Grandinetti, cuyo personaje, sin embargo, se humaniza porque lo vemos consciente de sus debilidades y pecados irredimibles. Sabe que merece la justicia que pretende impartir Nina, que lleva una chaqueta roja, se pinta los labios de rojo, y deja una mancha también roja en el colchón, por una herida que nunca se ha cerrado. Y en la película el espectador se pregunta qué habría podido pasar entre Nina y Blas (Iñigo Aranburu) y si el precio que ha pagado ella por convertirse en una actriz famosa ha sido demasiado alto. ¿Ha vendido su alma como Fausto? Jaurrieta imprime en su película un tono alucinado -la referencia puede ser el estilizado cine de Martin Scorsese- las imágenes infectadas por la percepción de Nina, que ya no diferencia el pasado del presente: destaquemos la secuencia de la persecución que parece sumirnos en un sueño del que no se puede escapar, como si los personajes estuviesen condenados a repetir su existencia una y otra vez. ¿Apretará Nina el gatillo alguna vez?
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