Tras la estupenda trilogía de precuelas que actualizaba los conceptos del clásico El planeta de los simios (1968), El reino del planeta de los simios (2024) aspira a continuar la franquicia dando un salto temporal a un futuro distócico en el que la humanidad ha sucumbido a una pandemia y los simios son los dueños del mundo. Dirige esta nueva aventura el estadounidense Wes Ball -realizador detrás de la saga de El corredor del laberinto (2014)- por lo que se le supone experimentado en este tipo de cintas, en las que el peso de los efectos especiales es considerable -Ball fue primero diseñador artístico y artista de efectos visuales-. Esta película plantea a un nuevo protagonista, el chimpancé Noa (Owen Teague), que verá como su tribu es atacada por un violento grupo de simios liderados por Proximus César (Kevin Durand), autoproclamado heredero político del César (Andy Serkis) de la trilogía anterior, pero que ha retorcido sus enseñanzas y lidera a su clan como un tirano sediento de poder. Noa, además, encuentra en su camino a una joven, Mae (Freya Allan), que nos muestra que los humanos han regresado a un estado salvaje. El reino del planeta de los simios es una mezcla de géneros: tiene elementos de las películas de espada y brujería -el protagonista cuyo pueblo es arrasado recuerda a Conan el bárbaro (1982) y a El señor de las bestias (1982)-, las películas de cavernícolas -la forma de hablar de los simios y su tecnología-; y el cine post apocalíptico -Mad Max: más allá de la cúpula del trueno (1985)-. Y por supuesto, hay momentos que recuerdan a la película original de 1968 -la cacería de humanos- que resultan estupendos en su nostalgia. El 99% de sus personajes son digitales, por lo que no estamos demasiado lejos de una película de animación, de un realismo técnicamente soberbio. Quizás es esto, la falta de actores humanos en pantalla, lo que resta calidez a la historia, algo fría en sus pieles digitales. Esto evita también que El reino del planeta de los simios alcance el nivel de sus ambiciones: el tono me parece demasiado grave y serio en varios momentos, al servicio de un discurso ecologista, pacifista, antimilitarista y antifascista. Pero el film es sin duda espectacular, con generosas dosis de acción, y no se le puede negar la voluntad de desarrollar a sus personajes, sobre todo al protagonista, pero también algún secundario, como el orangután Raka (Raka). Hay también alguna idea interesante en la película, como ese momento en el que Noa descubre un viejo telescopio y, estremecido, mira hacia las estrellas: la pequeñez -y la arrogancia- del hombre en la inmensidad del cosmos era una idea capital en El planeta de los simios. ¿Estará Noa, sin saberlo, esperando la llegada de Taylor?
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