The Square es una película sobre el chimpancé en la habitación del que nadie se atreve hablar. Sobre el mendigo que vemos cada día en nuestro recorrido hacia la jornada laboral, hacia la seguridad del hogar, hacia el desembolso consumista. Ruben Östlund -Fuerza Mayor (2014)- ha creado una película alegórica, de imágenes potentes, con mucho sentido del humor, surrealista y tan estimulante como desconcertante. Ganadora de la Palma de Oro en Cannes y posible candidata al Oscar a la mejor película extranjera por Suecia, este film nos obliga a pensar cuánto confiamos en los demás y cuánto tardaríamos en ayudar a alguien que lo necesitase. Seguramente, esperaríamos hasta el último segundo posible.
Christian -Claes Bang- es el exitoso, elegante y snob director de un museo de arte moderno. Un personaje similar -para mí- al Marcello Rubini de La dolce vita (Federico Fellini, 1960) y al Jep Gambardella de La gran belleza (Paolo Sorrentino, 2013). Pero su historia es lo de menos, porque The Square es una experiencia antes que una narración. La película está estructurada en set pieces y aunque hay continuidad en lo que se cuenta, nos enfrentaremos a situaciones entre humorísticas y tensas de las que tendremos que extraer su significado. La cinta muestra cómo ese chimpancé del que nadie quiere hablar nos obliga básicamente a fingir, a ser hipócritas. La periodista a la que da vida Elisabeth Moss -The Handmaid´s Tale- obliga a Christian a explicar sus propias palabras sobre su museo, en las que se expresaba con un lenguaje elitista y vacío, lo que equivale a quitarse la careta. Justo antes, Christian había confesado que lo más difícil de dirigir un ente cultural es conseguir financiación. Todo es fingido en la sociedad que dibuja The Square, incluso la espontaneidad: en una presentación que hace Christian, este finge que algo va mal en su discurso, para parecer más cercano. Por otra parte, todo lo espontáneo en la película, todo lo que es "verdad", produce tensión, incluso miedo: la mujer que grita desesperada porque necesita ayuda; el espectador con síndrome de Tourette que impide hablar a un artista (Dominic West); el niño enfadado que se atreve a exigir responsabilidades; el soberbio Terry Notary, que imita a un simio para incomodidad de los elegantes invitados de una cena de gala, en la imagen más imperecedera de esta obra, en la que veo puntos de conexión con la estupenda Toni Erdmann (2016).
Östlund juega con nuestras contradicciones, y a veces peca de inocente. Como cuando una voluntaria intenta captar donaciones preguntándole a todo el que pasa si está dispuesto a salvar una vida humana, y nadie le hace caso, mientras, justo al lado, un indigente ya no espera ayuda ninguna. Pero en otros instantes de la película, el director y guionista sueco consigue momentos afortunados: sobre lo que nos cuesta hablar de sexo -o del chimpancé que llevamos dentro- o lo difícil que es pedir perdón -aunque seamos culpables-. Nos habla también de cómo estamos obligados a hacernos responsables del mensaje que emitimos incluso sin querer -un vídeo de youtube, una carta de amenaza-. Y Östlund juega con el título de su película, con ese cuadrado vacío como obra de arte -que debe ser llenado por el espectador-; con el cuadrado de una instalación artística donde debes colocar tu cartera y tu móvil esperando que nadie los robe; con el cuadrado de la alfombra en la que un mendigo pide limosna; el cuadrado del tapiz sobre el que unas niñas -el futuro- ejecutan una coreografía; el cuadrado de un plano desde el rellano de unas escaleras, que se suben y se bajan para comunicarse con el otro. The Square es una película sorprendente sobre el entramado social de falsedades que hemos construido para sentirnos seguros, líneas imaginarias que no se deben cruzar para tener la conciencia tranquila.
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