Mujercitas es la segunda película -en solitario- de Greta Gerwig, ya sabéis, musa del cine indie -Hannah Takes the Stairs (2007)-, emparejada con Noah Baumbach -Historia de un matrimonio (2019)- con el que quizás la veremos competir por algún premio en los Oscar. Precisamente, mi gran duda sobre esta nueva adaptación de la novela de Louisa May Alcott es su doble naturaleza como trabajo personal y como film oscarizable. Lo segundo es fácil de detectar: el prestigio asegurado de trasladar a imágenes un clásico literario, ya llevado al cine en seis ocasiones, con un reparto que es un 'quién es quién' de las jóvenes promesas de Hollywood, por no hablar de que estamos ante una película de época, que ha puesto especial cuidado en decorados -diseñados por Claire Kaufman- y vestuario -de Jacqueline Durran-. Lo peor de todo, en mi opinión, es la música de Alexandre Desplat, creo que bastante predecible y demasiado presente en todo momento. Por último decir que Gerwig no evita la tentación esteticista, componiendo imágenes de gran belleza: la fotografía de Yorick Le Saux puede recordar a Joaquín Sorolla en la secuencia de un hermoso día en la playa, sin olvidar que el film tiene escenarios como el París de los impresionistas. Sí, Mujercitas es muy bonita.
Pero también es verdad que estamos ante una obra más que coherente con la incipiente filmografía de Gerwig como directora. Mujercitas comparte elementos argumentales y preocupaciones -y actores, claro- con la ópera prima -en solitario- de esta directora, la autobiográfica Lady Bird. Se puede decir que la Jo March de Saoirse Ronan es una extensión del personaje que interpreta en aquella. Ambas son adolescentes entre la infancia y la madurez, que se debaten entre una inclinación artística y el amor. Son personajes rebeldes incluso con el espectador, contradiciendo sus expectativas y permitiéndose ser un pelín irritantes. Gerwig plantea una historia necesariamente feminista, por el papel de la mujer en el momento histórico en que se desarrolla la acción, pero también añade elementos de crítica social, estableciendo el factor económico como origen de las desigualdades y de la sumisión machista de la mujer. Con estos elementos, Gerwig mantiene su historia apartada del melodrama y del arrebato romántico, aspectos que atenúa distanciándose de la historia gracias al juego de metaficción al que da pie que la protagonista sueñe con ser escritora, desactivando las posibles contradicciones de las situaciones románticas de la novela tras su alegato en contra del matrimonio, visto como sociedad económica, como base del sistema capitalista y como tabla de salvación de la mujer de la época. Esto permite a Gerwig ironizar sobre el propio cine de Hollywood y sus finales felices. Así, la directora y guionista moderniza la obra y la aparta del mero producto complaciente que busca el mencionado premio de la Academia. Gerwig fragmenta y desordena el relato, eliminando la narración lineal y buscando, a veces con mucha eficacia, que momentos diferentes de la historia se reflejen y amplifiquen al convivir cronológicamente en el relato. También demuestra cierto pulso con la cámara en secuencias como la del primer baile al que asisten Jo y Laurie; o en la escena de la misma Jo en otro baile en un bar obrero. Son escenas que buscan dotar de fuerza el relato y alejarlo del adocenamiento y lo cursi. En varios momentos ese espíritu indie que se presupone a Gerwig se adueña de las imágenes y sus personajes pueden parecer anacrónicos, demasiado modernos. Mencionemos sobre todo al romántico Laurie al que da vida Timothée Chalamet -Call Me By Your Name-, a la Meg de Emma Watson, que sirve para expresar la mencionada crítica social; al personaje menos agradecido, el de Beth -Eliza Scanlen- matizada su carga lacrimógena por el personaje del estupendo Chris Cooper; o la incómoda presencia de la tía March, que Meryl Streep evita convertir en una mera villana; los padres a los que dan vida Laura Dern y Bob Odenkirk, que sirven para amalgamar el conjunto: el padre es un puro mcguffin; y por último, la impresionante Florence Pugh -Lady Macbeth (2017)- quien compone el personaje más interesante y ambiguo, y que es la actriz que mejor marca la diferencia entre la niña y la mujer. Y quiero volver al personaje de Jo March y a tres escenas clave que la relacionan con el fuego, y que convierten Mujercitas en otro retrato de una mujer en llamas. Curiosa coincidencia.
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