JUEGO DE TRONOS -TEMPORADA 6- THE WINDS OF WINTER


THE WINDS OF WINTER (26 DE JUNIO DE 2016) -AVISO SPOILERS-

Tras ver el último episodio de Juego de Tronos tengo sentimientos encontrados. Es verdad que pasan un montón de cosas importantes en este capítulo. Incluso demasiadas, sobre todo cuando la queja más recurrente sobre esta serie es que el argumento no avanza, o da demasiados rodeos perdiéndose en la maraña de subtramas y en la multitud de personajes. Aquí se cierran un montón de cabos sueltos. Concluyen historias que fueron planteadas, en algunos casos, nada menos que en el primer episodio de la primera temporada. Pero todo tiene un lado malo. Luego explicaré mis quejas de viejo gruñón. Pero antes, veamos lo bueno.


Lo primero es que llega el invierno, joder. Llevamos no sé cuántos años repitiendo como bobos "winter is coming" y ahora resulta que "winter has come". Igual nos esperábamos otra cosa ¿No?. Pero claro, la llegada del invierno, en general, no es un suceso precisamente espectacular, sino como se muestra aquí, algo más bien melancólico. Seguimos. Daenerys Targaryen (Emilia Clark) por fin reúne a sus navíos, a sus ejércitos, a sus aliados y a sus dragones para marchar a la conquista del Trono de Hierro. Es el primer paso que da en esa dirección desde la primera temporada. Llevábamos mucho tiempo esperando. Eso sí, en el camino, deja tirado al guaperas de Daario Naharis (Michiel Huisman), en un giro típico de Juego de Tronos, que anula todo el desarrollo del personaje. Habrá que ver si luego le recuperan o si esto es el equivalente a su muerte. Por el contrario, en una revelación algo brusca, parece que Tyrion Lannister (Peter Dinklage) -ahora "Mano de la Reina"- se ha enamorado de Daenerys. No tengo muy claro cuándo pudo ocurrir esto, pero vale. Por último, vemos cómo Lord Varys (Conleth Hill) recluta a dos aliados, Olenna Tyrell (Diana Riggs) y Ellaria Sand (Indira Varma), personajes que se estaban quedando muy colgados en la serie. Lo mismo ocurre con Theon (Alfie Allen) y Yara Greyjoy (Gemma Whelan), embarcados también en el bando de Daenerys.


Temblamos al ver a Samwell Tarly (John Bradley) y a Gilly (Hannah Murray), pero esta vez protagonizan una secuencia corta que parece aportar algo a la historia. El apocado Samly intenta inscribirse como el nuevo Lord Comandante de la Guardia de la Noche y recibe la recompensa con la que sueña todo empollón: el acceso a una biblioteca con más libros de los que podrá leer en su vida. Vale. Luego aplaudimos que, por fin, Arya Stark (Maisie Williams) comienza a consumar su venganza contra los que han matado a varios miembros de su familia, en este caso se trata de Walder Frey (David Bradley). Parece que el larguísimo entrenamiento con los Hombres sin Rostro de Braavos ha servido para algo. Sin embargo, la escena anterior a esta me ha parecido chapucera. Veamos. Una camarera guapa sonríe al todavía más guapo Jaime Lannister (Nikolaj Coster-Waldau), llamando la atención del no tan guapo Bronn (Jerome Flynn). Jaime no está interesado en ligar, pero le echa una mano a Bronn. Pero, por alguna razón, no elige a la camarera guapa, sino a otras dos chicas. ¿Alguien se preguntó en este momento por qué?. Yo sí. Claro, luego descubrí que la camarera guapa era en realidad Arya. Por eso "casualmente", Jaime se fija en las otras. Flojo.


Cersei Lannister (Lena Headey) se convierte, al fin, en la mala malísima que parecía que podía llegar a ser desde el primer capítulo. Está bien que justifiquen el aumento de su maldad con la muerte de sus hijos. Verla con ese masculino atuendo, sentándose en el Trono de Hierro, custodiada por varios caballeros-muertos-vivientes es lo más Star Wars que ha pasado en Juego de Tronos. Antes, la hemos visto cargarse a los pesados de los gorriones, incluido el Gorrión Supremo (Jonathan Pryce) -y sorpresivamente a Margaery Tyrell (Natalie Dormer)- en la mejor secuencia del episodio, cargada de tensión, muy cinematográfica, casi sin diálogos y dándole una gran importancia a la música. Bien.


También dan sus frutos las -hasta ahora- inútiles visiones de Bran Stark (Isaac Hempsted Wright) que en sus viajes astrales era un mero espectador de la juventud de su padre. Ahora, por fin, descubrimos uno de los grandes misterios de la serie ¿Quién es la madre de Jon Snow (Kit Harrington)? He leído por ahí que esta fue la pregunta que le hizo George R. R. Martin a los guionistas David Benioff y D.B. Weiss antes de permitirles adaptar su obra. Obviamente, acertaron. Yo no lo hubiera adivinado, mucho menos con los datos que da la serie. La subtrama, por llamarla de alguna manera, que relaciona a la hermana del joven Eddard Stark (Robert Aramayo) con Rhaegar Targaryen siempre ha estado en segundo plano, contada en diálogos. Creo que es la primera vez que vemos a Lyanna Stark (Aisling Franciosi) lo que dificulta que la recordemos como personaje. Lo importante, en todo caso, es que Jon Snow ha dejado de ser un bastardo. Y me corrijo: esto es lo más Star Wars que ha pasado en Juego de Tronos. En todo caso, sin saberse esto, ya le han proclamado Rey del Norte, por lo que su legitimidad sanguínea tampoco era demasiado necesaria. ¿Cuál es el mensaje? Antes, Jon Snow era el bastardo que a fuerza de sacrificio, principios, honor y honestidad, llegaba a Rey. ¿Qué nos quieren decir ahora cuando descubrimos que tiene sangre azul en las venas?. Sea como sea, Snow se quita de encima a la mujer roja, Melisandre (Carice van Houten), pero habrá que ver qué pasa con los coqueteos de su hermana Sansa Stark (Sophie Turner) con Meñique (Aidan Gillen).


Es una pasada que se hayan cerrado todas estas tramas. Las piezas están listas sobre el tablero para una gran partida de ajedrez, una gran batalla, que puede tener lugar en la próxima temporada. Pero que hayan, finalmente, dado un cierre a todas estas historias, cumpliendo las promesas argumentales de la primera temporada, tiene un sabor amargo: el de lo predecible. Hasta ahora, es verdad, que Juego de Tronos no avanzaba. Era una especie de historia río sin final a la vista. Y eso también molaba. Ahora vislumbramos un final bastante claro. Habrá que ver si nos sorprenden.

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INDEPENDENCE DAY (ROLAND EMMERICH, 1996)


Un presidente de Estados Unidos, expiloto de combate, salva al mundo de una invasión extraterrestre. Con semejante premisa, el sentido común dicta que no se puede hacer más que un falso trailer paródico. Pero en 1996 la idea se convirtió en una película que, si no fuera por su altísimo presupuesto -75 millones de dólares- estaría en la línea bufa de bodrios supuestamente divertidos como Sharknado (Anthony C. Ferrante, 2013) o un actioner pasado de rosca como Machete (Robert Rodríguez, 2010). Independence Day es patriotera -el clímax ocurre un 4 de julio- belicista -aquí los héroes son claramente los militares- parece un mal presagio de la filmografía de Michael Bay -de cuya Dos policías rebeldes (1995) se ficha a Will Smith, entonces una estrella en ciernes-.


La película es un gran pastiche. Tres guiños cinéfilos me hacen pensar que los autores del guión -el director alemán experto en el cine de catástrofes, Roland Emmerich y su guionista Dean Devlin- entendían su película como una parodia. Primero, cuando el ordenador en la nave extraterrestre que pilotan el capitán Steven Hiller (Will Smith) y David Levinson (Jeff Goldblum) saluda a este último diciéndole "Hello, Dave". La voz y el ojo rojo que aparece en la interfaz son claramente los de HAL 9000, de 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968). Tras este chiste, hay otro guiño a Kubrick, cuando el expiloto supuestamente abducido y alcohólico, Russell Case (Randy Quaid) se sacrifica estrellando su avión -en plan kamikaze- contra el punto débil de la nave nodriza extraterrestre: su risa de paleto de la América profunda recuerda el final de ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú (Stanley Kubrick, 1964), cuando un cowboy cabalga una bomba nuclear en la escena más descabellada de la filmografía del director de La naranja mecánica (1971). Pero hay más: justo antes, el propio Russell Case se subía a su avión y soltaba la frase: "Elegí un mal momento para dejar de beber", un running gag mítico de la spoof movie por excelencia, Aterriza como puedas (1980), parodia, por cierto, de las películas de catástrofes.


Independece Day con sus diálogos de frases lapidarias y chascarrillos, se toma tremendamente en serio a sí misma. Busca legitimarse utilizando los clásicos del cine  de ciencia ficción: hay un momento en el que Ultimátum a la Tierra (Robert Wise, 1951) aparece en una televisión. Pero ID4 no tiene ni una pizca del humanismo de aquella. De hecho, parece proponerse como la película que Steven Spielberg nunca querría hacer. Por eso hay puyas a costa de E.T. El extraterrestre (1982) y de Encuentros en la tercera fase (1977). De esta última, Emmerich roba descaradamente todos los travelling y las caras de asombro que puede, intentando rascar algo del sense of wonder de Spielberg. -La aproximación sobre las ciudades de las naves gigantescas en forma de disco, por cierto, está robada de la serie V (Kenneth Johnson, 1983)-. La gran diferencia entre la obra de Spielberg y este batiburrillo de Emmerich y Devlin es que aquel es un humanista y un autor con corazón -algunos prefieren decir sensiblero- que llena las salas sin apelar a los bajos instintos. Años después haría La guerra de los mundos (2005), mucho más interesante que esta y tremendamente moderna, al contarnos  una invasión extraterrestre desde el punto de vista de una familia normal -nada de presidentes, militares o héroes imposibles- adelantándose así a Monstruoso (Matt Reeves, 2008).


Justamente, Independence Day es un remake evidente y actualizado de La guerra de los mundos (Byron Haskin, 1953). Solo que, aquí, la fe católica del clásico del productor George Pal es sustituida por el ecologismo del judío David Levinson (Jeff Goldblum) y el pequeño virus que aniquila a los extraterrestres en technicolor ahora se convierte en un "moderno" virus informático. Este argumento general es narrado, primero, como una película de catástrofes, presentando a un nutrido reparto de personajes, humanizándolos a pinceladas para que nos importen y luego enfrentándoles a la muerte. El peor momento es, quizás, ese perro que se salva de las llamas in extremis... para luego no volver a asomar el hocico nunca más. A este planteamiento, Emmerich y Devlin agregan "cosas que molan". Veamos. Las escaramuzas aéreas de Top Gun (Tony Scott, 1986) -a su vez tomadas de Star Wars (George Lucas, 1977)-. Un Will Smith que no es más que Will Smith: quizás por eso el actor no tiene personajes memorables, como, por ejemplo, Harrison Ford, que a veces es Han Solo, a veces Indiana Jones. Unos extraterrestres que podrían ser un cruce entre los hombrecillos grises de Encuentros en la tercera fase y la reina xenomorfa de Aliens, el regreso (James Cameron, 1986). Un "malo" de la CIA -Albert Nimziki (James Rebhorn)- que conoce oscuros secretos -léase Roswell- como en la paranoica Expediente X (1993). Por último, un clímax que es un calco del de El retorno del Jedi (Richard Marquand, 1983). La idea de los productores seguramente era tan sencilla como que meter todo esto en una película se traduciría en un éxito de taquilla: y así fue.


Una curiosidad: el pequeño Dylan (Ross Bagley) -hijo de Will Smith en la ficción- juega en el film con un muñeco de King Ghidorah, enemigo de Godzilla y por tanto una premonición de la posterior -y todavía peor- Godzilla (1998) del mismo Emmerich. Y dos datos más. La imagen más descabellada del film es el patriótico discurso del presidente Thomas J. Withmore (Bill Pullman) que luego se vestía de piloto para combatir en su propio avión. En 2003, el presidente George Bush Jr. daba el discurso de Missiom Accomplished -vestido de piloto- cuando se creyó que la guerra de Irak había acabado. No fue así. Y hace unos días, el populista de derechas Nigel Farage proclamaba el "Independence Day" tras la victoria del Brexit. Para que penséis en qué tipo de cerebros ha podido calar el mensaje de esta película.

BUSCANDO A DORY (ANDREW STANTON, ANGUS MCLANE, 2016)


La gran pregunta que me hago siempre ante cada estreno de una película de Pixar es: ¿Esto para quién es?. Del revés (2015), en mi opinión, era claramente para "adultos", por apoyarse sobre todo en diálogos de humor en clave psicológica y por su tema de fondo: debemos aceptar la tristeza como parte de la vida. La siguiente entrega de la productora de Disney fue El viaje de Arlo (2015), más afín a la imaginería infantil -dinosaurios, un niño cavernícola- pero demasiado paisajística y lírica en su relato del trayecto hacia la madurez. Llegamos entonces a Buscando a Dory ¿La puede ver tu hijo/hija?. Los padres conocemos mejor que nadie a nuestros hijos, así que lo único que puedo decir es que el mío -a un par de meses de cumplir tres años- aguantó bastante bien la película. Veamos. Lo primero, decir que el cortometraje que suele preceder a las películas de Pixar no le interesó un pimiento. Esta pequeña obra, titulada Piper, ofrece una historia muy sencilla, pero es un portento técnico en cuanto a animación. La espuma del mar que aparece al principio es imposible de distinguir de la real y cada grano de arena de la playa se comporta exactamente como un grano de arena de playa. Un hiperrealismo que quita el hipo, pero que no interesó en absoluto a mi hijo, que probablemente se creyó que le estaba intentando colar otro documental de naturaleza. Vale. Seguimos. Comenzada la película en sí, la cosa cambia. El mar y los efectos de luz también son prodigiosos en Buscando a Dory, pero los peces tienen el aspecto atractivo y vivaz de los dibujos animados de siempre. Sin embargo, el inicio de la historia es un ejemplo más del pozo de amargura que suelen tener las películas de Pixar. El problema que tiene Dory (Ellen DeGeneres o Anabel Alonso) con su memoria a corto plazo, que en Buscando a Nemo (2003) parecía un chiste sobre la "memoria de pez", deviene aquí en tragedia. El prólogo nos deja el corazón en un puño. Por suerte, mi hijo es demasiado pequeño para entender el drama que supone la incapacidad de recordar las cosas. Una discapacidad en toda regla que se enmascara con pequeños chistes que, el espectador adulto, sufre con una sonrisa amarga. Lo que sí puede entender perfectamente mi hijo es la separación de los padres, tema principal de esta historia, como lo fue en Nemo. Ahora bien, el guión funciona como un tiro. Las situaciones se suceden de una forma avasalladora. El metraje no tiene prácticamente ninguna pausa y se estructura en set pieces como las de una -buena- película de aventuras: los protagonistas van de un lugar a otro, se enfrentan a obstáculos y conocen a nuevos personajes constantemente. Un ritmo ideal para un niño pequeño que todavía tiene que desarrollar su capacidad de atención. Todo ocurre de forma divertida e ingeniosa y en este sentido la película es una maravilla. Ahora bien, el desenlace es muy emotivo y puede ser demasiado intenso para niños algo mayores, que puedan comprender la repercusión de lo que ocurre. Ningún personaje muere, pero sí se valora la idea de una posible muerte, un tema delicado con pequeños de ciertas edades. Por último, la duración de la película -unos 100 minutos- excede un poco la duración ideal de 80 o 90 minutos para que el pequeño no se canse demasiado. ¿Conclusión?. Si creéis en el poder de las historias, si creéis que el mensaje de una película puede alcanzar a un niño a pesar de su falta de madurez para captar todos los matices conscientemente, creo que Buscando a Dory tiene el corazón en el lugar correcto: al lado de los diferentes, de los aparentemente menos talentosos, de los obligados a superar dificultades para conseguir ser felices a pesar de todo.

OUTCAST -TEMPORADA 1- ALL ALONE NOW


ALL ALONE NOW (17 D EJUNIO DE 2016) -AVISO SPOILERS-

Algo despistado me deja el tercer episodio de la nueva serie de Robert Kirkman. Primero, me ha molestado el inicio en el que el nuevo "poseído" (Lee Tergesen) intenta violar y mata a la esposa de su mejor amigo (Erin Beute). El maltrato a mujeres y niños comienza a saturarme. Cuestiones personales aparte, mi primera impresión ha sido la de que Outcast adquiría una estructura episódica, con un nuevo, e interesante, caso: el de un policía que siempre había sido un héroe y que de repente se convierte en un auténtico malvado sin redención posible. Me gustaría que Outcast tuviese este ritmo narrativo de resolver pequeños argumentos en cada capítulo, manteniendo abiertas otras tramas más extensas, sobre el origen de los "poderes" de Kyle (Patrick Fugit) o sobre la razón por la que le persiguen los demonios. Pero creo que los cabos sueltos comienzan a ser aburridos. La subtrama que viene del episodio anterior, sobre los extraños sacrificios animales en el bosque, parece salida de la nada y no veo que vaya a ninguna parte, sobre todo porque no se relaciona -de momento- con el protagonista o con la historia principal. Peor me ha parecido la subtrama del acosador de la hermana de Kyle (Wrenn Schmidt) que vuelve a la ciudad, Rome. Estamos de nuevo ante un acto machista que, en principio, tampoco se relaciona con demonios o exorcismos. Por último, hay una escena suelta en la que el misterioso hombre del sombrero se afeita. Y nada más. Es verdad que el actor, Brent Spiner, y la atmósfera, resultan perturbadores, pero en términos de la historia la escena no parece aportar más que recordarnos la existencia de este personaje. Siendo honesto, todos estos retazos de historia, que ahora parecen inconexos, luego podrían tener un desarrollo satisfactorio. El problema es que el argumento principal, la posesión del mencionado policía, tampoco parece llevar a ninguna parte. No hay exorcismo. Los poderes de Kyle parece que no funcionan: demasiado pronto nos hacen dudar de un poder que todavía desconocemos. La fe del reverendo Anderson (Philip Glenister) se tambalea, y se plantea el misterio de su hijo. Lo peor para mí: se pone en duda la realidad de la posesión, cuando en principio, la existencia de demonios y poseídos ha sido inapelable en los dos episodios anteriores. Intentar volver ahora al terror psicológico no creo que tenga demasiado interés. El único acierto del capítulo es establecer un tono, una atmósfera que transmite que el mal se está apoderando de Rome. Pero tienen que pasar más cosas.

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THE KNICK -TEMPORADA 2- THIS IS ALL WE ARE


THIS IS ALL WE ARE (18 DE DICIEMBRE DE 2015) -AVISO SPOILERS-

"Esto es lo que somos", suelta el doctor John Thackery (Clive Owen) antes de lo que parece su último suspiro. Es la reflexión final de un personaje que conjugaba una inteligencia genial y unos instintos suicidas claramente reflejados en sus múltiples adicciones. Thackery parece morir -tengo algunas dudas- en una escena similar a la que iniciaba la serie en 2014, con un quirófano convertido en un circo del morbo en el que el cirujano de botines blancos -ahora los lleva su pupilo, Bertie Chickering Jr. (Michael Arangano)- intenta demostrar un revolucionario avance médico, fracasando en el intento. Solo que esta vez él mismo es el paciente de una inverosímil autocirugía que acaba de la única forma plausible. Eso sí: ha habido casos reales de tales hazañas, como el de Leonid Rogozov un general soviético que se vio obligado a operarse a sí mismo de apendicitis, con éxito. En todo caso, la fría lucidez existencialista de Thackery antes de expirar es el resumen perfecto de lo que ha sido The Knick.


El pesimismo de la serie se refleja claramente en varios giros sorprendentes. Tres personajes revelan su verdadera naturaleza. El primero es Henry Robertson (Charles Aitken), auténtico villano en la sombra de esta función. El descubrimiento de su naturaleza de emprendedor sin escrúpulos, dispuesto a matar a su propio padre -y a su hermana- rompe ligeramente el tono de una serie que hasta ahora se había caracterizado por un realismo desesperanzado. Henry se comporta aquí como un malvado de folletín, pero su personaje expresa uno de los temas de mayor calado de The Knick. El capitalismo salvaje capaz de todo, contrapuesto a los valores de su padre fallecido por el incendio provocado por su hijo. Al descubrir esto, Cornelia Robertson (Juliet Rylance) cumple su triste pero romántico destino al fugarse en un barco de vapor hacia Australia. Mientras tanto, la enfermera Lucy Elkens (Eve Hewson) completa su transformación en una despiadada arribista capaz de utilizar su sexualidad para conseguir el poder: se casará con Henry y será su perfecta compañera sin escrúpulos. Justo lo contrario ocurre con Herman Barrow (Jeremy Bobb), que no es culpable del incendio y que contra todo pronóstico hace bien al confiar en su amante exprostituta, Junia (Rachel Korine). Que Barrow disfrute de un "final feliz" es casi tan sorprendente como que a Everett Gallinger (Eric Johnson) le salgan bien las cosas. Consigue un trabajo perfecto como embajador de las teorías racistas de la eugenesia en la Europa pre-nazi. Escalofriante. Mucho más triste es el final de Algernon Edwards (André Holland), que pierde parcialmente la vista, su trabajo en el hospital, y se reinventa ayudando a los adictos, a los alcohólicos. Pero al menos descubrimos, por fin, el origen de esa rabia que le hacía pelearse cada noche. Nunca podrá superar que su padre, por su raza, jamás consiguió ser más que un chófer.


¿El giro más sorprendente de todos? Tom Cleary (Chris Sullivan) literalmente confiesa -en una escena magnífica, en off, en una iglesia- haberle tendido una trampa a Harriet (Cara Seymour) para conseguir que la expulsaran de la iglesia y así poder casarse con ella. Tom era uno de nuestros personajes favoritos y la confesión de este pecado -aunque lo haya hecho por amor- resulta un giro muy brusco. En el desenlace, Harriet -desconoce lo que ha hecho Cleary- acepta casarse con él. El final es feliz, y el último capítulo de The Knick -¿Por ahora?- está a la altura.

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JUEGO DE TRONOS -TEMPORADA 6- BATTLE OF THE BASTARDS



BATTLE OF THE BASTARDS (19 DE JUNIO DE 2016) -AVISO SPOILERS-

Nos pasa todos los años. El noveno episodio de cada temporada de Juego de Tronos es cojonudo. Pero antes hemos soportado algunos capítulos que son auténticos ladrillos de diálogos expositivos, nombres difíciles de seguir y personajes que ya ni recordábamos. Esto responde -en parte- a las reglas más clásicas de una narración, los tres actos aristotélicos: planteamiento, nudo y desenlace. Así funcionan muchas películas y por supuesto, los episodios de las series. Pero una temporada entera de una serie puede también tener esta estructura. Así, el noveno episodio de cada entrega de Juego de Tronos se corresponde con el clímax: una gran batalla que lo decide todo. El problema de esta serie -del que yo me suelo quejar- es que hay demasiados episodios que plantean cosas y pocos "nudos" para un desenlace siempre postergado hasta un hipotético final de la serie. Esta Batalla de los bastardos funciona de maravilla -creo yo- por varias razones. No solo es el clímax de la temporada, como ya he dicho, sino que, por primera vez, nos enfrentamos a un momento en JDT al que llegamos sabiendo muy bien lo que está en riesgo. Conocemos a los dos bastardos: queremos a Jon Snow (Kit Harington) y odiamos al cruel Ramsay Bolton (Iwan Rheon). Esto genera un auténtico interés por lo que va a ocurrir. Pero hay más. El presupuesto del episodio es impresionante. No sé cuánto habrá costado, pero la batalla por Invernalia luce fantástica -aunque sea relativamente pequeña- y antes hemos visto, en el prólogo, una flota naval atacando a Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) y a sus dragones volando majestuosamente. La hostia. Pero no todo es dinero. La batalla de los bastardos está verdaderamente bien resuelta por el director Miguel Sapochnik, que nos mete dentro de la pelea utilizando planos cerrados -la cámara casi en la cara de un ensangrentado Jon Snow- evitando los planos generales -tampoco es que tengan la pasta de El Señor de los Anillos: Las dos torres (Peter Jackson, 2002)- y dándole así a la escaramuza un aire original, más personal, más físico y sangriento, que me ha recordado al de las peleas de Macbeth (Justin Kurzel, 2015). La batalla de los bastardos no se parece a otras que hayamos visto en el cine reciente y está llena de momentos épicos: cuando el cruel Ramsay mata a Rickon Stark (Art Parkinson) -reconozcamos que no nos ha dado pena un chaval al que no conocemos-; o cómo, enseguida, Jon Snow carga en solitario y está a punto de morir. No quiero olvidar el ataque envolvente y "a la romana", utilizando escudos y lanzas, del ejército de Smaljon Umber (Dean S. Jagger). Tampoco olvidaré la muerte del gigante, Wun Wun (Ian Whyte), sacrificándose para entrar en el castillo. Todo esto es genial, pero todavía hay una cosa más que hace que este episodio sea muy satisfactorio. Y es que, por una vez, los buenos ganan. Es así de sencillo. Juego de Tronos nos tiene acostumbrados a que venzan los malos, a que mueran personajes queridos, a lo anticlimático. Pero en este episodio nos sorprenden gratamente. Danaerys vence y por fin los dragones sirven de algo. Jon Nieve no muere -aunque cerca ha estado- e incluso aparece esa caballería salvadora en el último minuto, un deus ex machina en toda regla. La victoria tiene un tono optimista, una sonrisa en plan Star Wars: Episodio IV- Una nueva esperanza (George Luces, 1977). Aunque luego, cuando el odiado Ramsay recibe su terrible merecido y Sansa Stark (Sophie Turner) consigue vengarse, vuelva la oscuridad. Por último, y sobre todo, lo que más me ha gustado es que en este episodio pasan cosas. No nos las cuentan con farragosos diálogos, sino que las vemos directamente. Así que, gran capítulo este, sin duda. Nos vemos en el noveno de la temporada que viene.

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AGENTES DE S.H.I.E.L.D -TEMPORADA 3- ASCENSION


ASCENSION (17 DE MAYO DE 2016) -AVISO SPOILERS-

Mi problema con el final de la tercera temporada de Agentes de S.H.I.E.L.D es que hace demasiado explícito su tema de fondo. El subtexto debería aportar hondura, significados, lecturas, a una narración, por lo demás, impecable en cuanto aventura de espías de ciencia ficción. Pero los guionistas, esta vez, imponen una sola interpretación posible, muy fácil de ver: la cristiana. El origen de esto lo encontramos en la llegada del personaje de Elena "Yo-Yo" Rodríguez (Natalia Cordova-Buckley) -estereotipo latino católico- cuando introduce un crucifijo en la serie. Literalmente. Esa pequeña cruz aparece primero en un flashforward anunciando la muerte de un personaje. Luego ha ido pasando de mano en mano en un juego que nos ha tenido en ascuas sobre la identidad del futuro fallecido. Algo así como una patata caliente. La idea no es mala, pero, como he dicho antes, el que el objeto sea una cruz impone una lectura en clave cristiana. El personaje que muere se sacrifica por "los errores de todos", una frase que sonroja en boca del director Coulson (Clark Gregg). Así, podemos asimilar a los inhumanos -pueblo elegido, pueblo perseguido- a los judíos o a los cristianos primitivos durante el Imperio Romano. El personaje que muere, para salvar a los demás, sería claramente un trasunto de Jesús. No quiero hacer spoiler, pero eso convierte a un personaje femenino muy importante en algo así como... María Magdalena. Esta idea religiosa, la verdad, se introdujo a mitad de temporada, con las constantes alusiones de Lincoln (Luke Mitchell) a un plan inteligente detrás de la creación de los inhumanos y a un "destino" para cada uno. En el mismo sentido, también han sido numerosas las comparaciones de Hive (Brett Dalton) con Satanás, aunque resulta curioso que aquí sea el equivalente del Diablo el que lucha en contra del libre albedrío. En El paraíso perdido de John Milton, Lucifer era el primer rebelde. Por otro lado, hay momentos que molan, como el verdadero rostro de Hive o la "escopetacha" de Mack (Henry Simmons). El cliffhanger de la cuarta temporada, con una Daisy (Chloe Bennett) perseguida por Coulson y Mack es enigmático. Pero no demasiado emocionante.

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AGENTES DE S.H.I.E.L.D -TEMPORADA 3- ABSOLUTION


ABSOLUTION (17 DE MAYO DE 2016) -AVISO SPOILERS-

Como un tiro. Perdonad el lugar común, pero así comienza el penúltimo de la tercera de Agentes de S.H.I.E.L.D, con un brío narrativo tremendo para contarnos el enfrentamiento -casi final- con el que seguramente es el mejor villano del Universo Marvel Cinematográfico, Hive/Colmena/Grant Ward (Brett Dalton). Los guionistas acumulan situaciones y giros, no renuncian al humor -las muecas de Fitz (Iain De Caestecker) con el sistema de captura de gestos- y nos cuentan la carrera contrarreloj por evitar que el malvado haga estallar la ojiva nuclear robada. Esto, que es el inicio de la historia, tiene la intensidad del final de un serial cinematográfico de aventuras o de una película de James Bond, por el megalómano plan de Hive. Pero aquí es solo el inicio. Porque el capítulo va avanzando tras las sorprendente captura del gran enemigo y el tono se va haciendo pausado, grave, pesimista. Aparece la sombra de la muerte, con ese crucifijo que los personajes se van pasando de uno a otro: sospechamos que el último en poseerlo morirá, según anunciaba el flashforward visto al comienzo de esta mitad de temporada. Estos momentos más introspectivos -y emotivos, como el encuentro de Daisy (Chloe Bennet) con Mack (Henry Simmons)- confirman lo que siempre hemos sabido, que el personaje principal de esta serie es Skye.

CAPÍTULO ANTERIOR: EMANCIPATION

EXPEDIENTE WARREN: EL CASO ENFIELD (JAMES WAN, 2016)


En un momento de la casi perfecta Expediente Warren: El caso Enfield, los niños protagonistas se divierten con un juguete precinematográfico, un zootropo que tiene grabada una nana inglesa, There Was a Crooked Man, sobre un espeluznante hombre torcido. Este juguete revela, quizás, la intención del director, James Wan, de que su película sea una síntesis de la historia del cine de terror. En otro momento del film, cobra vida la sombra proyectada en la pared de un ser sobrenatural, lo que recuerda al expresionismo silente de Nosferatu (F.W. Murnau, 1922), pero también a las sombras chinescas previas a la invención del séptimo arte. Porque la primera emoción cinematográfica es el terror. ¿Qué sintieron los espectadores en 1895 cuando vieron Llegada del tren a la estación, de los hermanos Lumière? El cine de terror existía incluso antes que el cine: la fantasmagoría, variante de la linterna mágica, consistía en proyectar espectros y diablos para asustar al espectador. Y de eso trata esta película. De fantasmas y demonios. Pero también de cine.



Orson Welles decía que el cine es un maravilloso tren eléctrico para jugar. El caso Enfield es un juguete construido por su director para asustarnos. Un tren de la bruja. Y por eso, a James Wan -creador de la saga de Saw- le estaré eternamente agradecido. Las dos partes de Expediente Warren -y también de Insidious- están entre los mejores momentos que he pasado en una sala de cine. Wan se ha especializado en fabricar sustos para hacernos saltar sobre las butacas y creo que es el mejor en ello. En esta secuela perfecciona todos los trucos ensayados en sus películas anteriores. Algunos son sencillos, algunos están muy vistos, pero todos son eficaces. Wan nos impone una mirada nerviosa que busca constantemente en el plano la próxima aparición de un ser horroroso. Hay que admirar cómo mueve la cámara, inventándose constantemente soluciones de planificación: véase la secuencia del niño que se asoma repetidamente al pasillo desde su habitación. Además de los movimientos de cámara, el director utiliza el montaje, la profundidad de campo, los golpes de sonido, la inquietante música de Joseph Bishara, el silencio, los actores exageradamente maquillados y los efectos digitales modernos. Como he dicho antes, esta película es algo así como la suma de todos los sustos cinematográficos. No hay nada nuevo, pero hay más y mejor. 



Al principio decía que Wan sintetiza la historia del cine de terror y es que en El caso Enfield encontramos la teatralidad del cine mudo; la seriedad del terror de los años setenta, como El exorcista (William Friedkin, 1973) y obviamente como Terror en Amityville (Stuart Rosenberg, 1979); pero también está la cámara postmoderna del Sam Raimi de Posesión Infernal (1981). Wan se atreve, además, con algunos momentos de humor -el chiste sobre el tamaño de las videocámaras- y se arriesga con secuencias tremendamente naive, como cuando Patrick Wilson canta el Can´t Help Falling in Love de Elvis Presley. Wan se fija incluso en su propia saga, Insidious, para crear otro escalofriante mundo ultraterreno. Obviamente, el director no triunfa al mismo nivel en todas estas propuestas, pero creo que no fracasa en ninguna. Expediente Warren: El caso Enfield es una experiencia terrorífica asombrosamente divertida que debe ser experimentada en una sala de cine. Hacedme caso. Le daréis las gracias a James Wan.

ANNABELLE (JOHN R. LEONETTI, 2014)



Cada vez que Annabelle aparece en Expediente Warren: The Conjuring (2013) el público se estremece. Incluso en su breve cameo en la posterior Expediente Warren: El caso Enfield (2016) sentimos un escalofrío al verla en su ya famosa vitrina. La muñeca es la culminación de la atracción que parece sentir el director James Wan por los muñecos diabólicos -al parecer originada tras ver Poltergeist (Tobe Hooper, 1982)- presentes en su filmografía desde la marioneta de Saw (2004) y hasta la madre de todas las películas de muñecos, la entrañable Silencio desde el Mal (2007). Tanto miedo da Annabelle en The Conjuring, que era lógico que a los productores se les ocurriese hacer un rápido spin-off saca cuartos. Y era bastante predecible que el invento no iba a estar a la altura de Insidious (2010) o de la propia Expediente Warren, al no estar el talentoso Wan en la dirección, sino el director de fotografía de esta última. Otro obstáculo es que la película no adapta un caso de los Warren -Vera Farmiga y Patrick Wilson en las películas- sino que se inventa una historia original. Lo que nos cuentan en el prólogo de The Conjuring sobre la muñeca, sí se inspira en el espeluznante episodio que el matrimonio relata en su libro The Demonologist: The Extraordinary Career of Ed and Lorraine Warren (2002). Un relato en forma de entrevista, tan sencillo como terrorífico. De este documento, solo quedan en la película sobre Annabelle un par de momentos. El film se centra algo menos en la muñeca de lo esperado, y prefiere seguir otros derroteros. El guión recoge la mitología establecida por los Warren -y por James Wan tanto en esta saga como en la de Insidious- en la que se distingue entre fantasmas humanos y espíritus inhumanos, entidades demoníacas mucho más peligrosas. En la historia "verídica", un demonio se hace pasar por el fantasma de la niña Annabelle Higgins, para engañar a las incautas enfermeras que aparecen reflejadas en el prólogo de The Conjuring. Aquí descubrimos quién era la tal Annabelle, cuyo origen no está demasiado lejos del de Chucky (Tom Holland, 1988). Eso sí, el verdadero mal es un demonio muy negro, creado por KNB Efex. A pesar del atractivo pavoroso de la muñeca -que se parece poco, visualmente, a la "verdadera"- los productores parecen haber sentido la necesidad de recurrir a una historia de terror más tradicional, que se apoya en los miedos de la maternidad. Para ello, utilizan otro hecho real, los terribles crímenes de la familia Manson, que cometió varios asesinatos en 1969, entre ellos el de la actriz Sharon Tate, a la que apuñalaron estando embarazada. Era la mujer del gran director Roman Polanski, que luego exorcizó esos fantasmas con una obra maestra en la que esta pobre Annabelle intenta inspirarse: La semilla del diablo (1968).

EXPEDIENTE WARREN: THE CONJURING (JAMES WAN, 2013)


Si os fijáis bien, James Wan dedica varias escenas de esta película a enseñarnos la casa -la disposición de las habitaciones en cada planta- a la que se está mudando la familia Perron. El director, de origen malasio, considera muy importante que podamos trazar mentalmente el plano de la vivienda hechizada. Para conseguirlo, utiliza la profundidad de campo y virtuosos planos secuencia. Solo así podrá jugar con nosotros a esconder a los espeluznante seres sobrenaturales en los rincones de las habitaciones, al final del pasillo, dentro del armario, o en las escaleras del sótano secreto que descubrimos con la propia familia. El mismo Wan confiesa que uno de sus trucos es colocar la cámara detrás de los personajes, para así meternos junto a la familia víctima del encantamiento dentro de la casa embrujada. Esas primeras escenas domésticas sirven para enseñarnos la vivienda y para establecer una base realista que nos permitirá dar, después, el salto a lo fantástico. Es también el momento en el que el guión dibuja a los personajes -a grandes rasgos- para generar el mínimo de empatía necesario para hacernos temer por ellos. Esta estrategia había sido ensayada previamente por Wan -y su guionista Leigh Whannell- en la saga de Insidious, producida por New Line Cinema y que comparte con Expediente Warren numerosos aspectos argumentales y mitológicos. Tanto, que podríamos considerar esa saga como una adaptación no oficial -y de bajo presupuesto- de las experiencias de Ed y Lorraine Warren, matrimonio famoso por investigar lo paranormal. Volviendo a The Conjuring, James Wan establece con el espectador un juego de sustos que utiliza la casa de los Perron como tablero. De hecho, hay dos "juegos" muy claros. El primero, en el que una niña -o la madre interpretada por Lili Taylor- se venda los ojos para luego buscar a ciegas a sus hermanas, que le guían por el oído dando tres palmadas. Al principio vemos el juego en condiciones "normales" para entender sus reglas, pero luego este se repetirá un par de veces con la intervención de los fantasmas, consiguiendo unos sustos tremendos en el espectador. En esto, el director demuestra un manejo de la tensión casi insuperable. El otro juego que aparece en la película es el de una antigua caja de música, provista de un espejo en el que debe aparecer el amigo imaginario de la niña más pequeña de los Perron. La acción se repite varias veces durante el film, con diferentes resultados, pero disparando siempre la tensión en el espectador. Con estos materiales, Wan convierte su película en un divertimento pulido que perfecciona los resortes de Insidious y que solo será superada por su propia secuela, Expediente Warren: El caso Enfield. Y aún así, el film tiene otros momentos inspirados y más narrativos, como el prólogo sobre la muñeca Annabelle que dio pie a un spin-off decepcionante.

THE KNICK -TEMPORADA 2- DO YOU REMEMBER MOON FLOWERS?


DO YOU REMEMBER MOON FLOWERS? (11 DE DICIEMBRE DE 2016) 
-AVISO SPOILERS-

El que posiblemente sea el mejor episodio de la segunda temporada de The Knick, el penúltimo, se centra en un personaje secundario, pero de gran importancia para expresar los temas de fondo de la serie. Narrativamente, se revela el hecho fundacional que da pie a esta historia, el cómo se conocieron el mencionado personaje, el capitán August Robertson (Grainger Hines) y el protagonista, el doctor John Thackery (Clive Owen). Sabíamos que el primero tenía una deuda con el segundo, que pagó contratándole en su hospital. El flashback que inicia este capítulo cuenta el primer encuentro entre ambos en la selva de Nicaragua, a finales del siglo XIX. Allí descubrimos a Robertson como un capitalista aventurero, al borde de la muerte, que pide a Thackery que le salve la vida. Los negocios de Robertson, las mercancías que transporta, han causado una epidemia entre los nativos. Esta breve secuencia se proyecta en el presente, cuando Robertson, en la obra de su nuevo hospital, se enfrenta a su hija, Cornelia (Juliet Rylance), que le acusa de sobornos, corrupción y asesinatos. Pero, sobre todo, de introducir en el país, ilegalmente, a inmigrantes enfermos, causando, una vez más, una epidemia en los barrios marginados. Pero Robertson, al igual que en Nicaragua, asegura no ser consciente de ser culpable de esos contagios. Es un emprendedor, ingenuo y optimista, empeñado en que su nuevo hospital salvará vidas y será su legado. El mensaje aquí bien podría ser que a pesar de las buenas intenciones del capitalista... el capitalismo lleva dentro el germen de la corrupción. Sobre todo nos dicen que es perjudicial para los menos favorecidos. Robertson salvó la vida in extremis en Nicaragua, pero ahora muere cuando su hospital en construcción se quema hasta los cimientos. Sospechamos que el responsable del incendio puede ser Herman Barrow (Jeremy Bobb), el administrador arribista que, chantajeado por su exmujer, necesita que las obras del hospital no concluyan para poder seguir robando dinero. Otra táctica capitalista, la de crear una falsa crisis para luego reactivar la economía. Quemar un hospital para luego construirlo otra vez.


Las otras tramas del episodio, aunque más enfocadas a desarrollar el argumento, no desmerecen. Thackery descubre que sus adicciones finalmente le han pasado factura: debe ser operado, pero se niega. La decisión es coherente con esa pulsión suicida que siempre ha caracterizado al personaje. También es poderosa la escena en la que la enfermera Lucy Elkens (Eve Hewson) le cuenta a su padre, pastor religioso, moribundo todos sus pecados, tras descubrir que este también tiene sus vicios. La hermana Harriet (Cara Seymour) sigue sin perdonar a Tom Cleary (Chris Sullivan) por estar enamorado de ella. El doctor Everett Gallinger (Eric Johnson) le gana la partida a uno de los personajes más castigados, no ya de esta serie, sino de cualquier ficción que yo haya visto. Algernon Edwards (André Holland) pierde el juicio por la denuncia contra Gallinger por las vasectomías ilegales que ha llevado a cabo en los "idiotas" judíos. Edwards intenta pelearse con Gallinger -el boxeo callejero era su fuerte- pero también aquí cae derrotado y humillado.

CAPÍTULO ANTERIOR: NOT WELL AT ALL

OUTCAST -TEMPORADA 1- (I REMEMBER) WHEN SHE LOVED ME


(I REMEMBER) WHEN SHE LOVED ME (10 DE JUNIO DE 2016) -AVISO SPOILERS-

¿Y si viéramos Outcast como una metáfora sobre la culpa de un maltratador? Un hombre que golpea -o mata- a su mujer probablemente ve demonios que no existen. La serie creada por Robert Kirkman propone que si esos monstruos existiesen, (casi) nadie creería en ellos. Por eso, el protagonista, Kyle Barnes (Patrick Fugit) es rechazado en su pueblo, Rome, por haberle pegado a su mujer y a su hija. La violencia machista produce un gran rechazo, y Kirkman se esmera en dejar algo muy claro: los demonios y las posesiones son reales, de ninguna manera son un producto de la mente de Kyle. Así, en el primer episodio vimos un par de momentos en los que el niño se mostraba claramente poseído sin que hubiera ningún testigo, lo que significa que estamos ante una imagen objetiva, no contaminada por la subjetividad de ningún personaje. Es la misma función que cumple el reverendo Anderson (Phillip Glenister), quien también cree que el mal existe y ha luchado contra él incluso en solitario. Así, en este episodio, Kyle es retratado como una víctima, un falso culpable que intenta regalarle un libro a su hija, por su cumpleaños, a la que no se puede acercar por orden judicial. La misma acción nos repugnaría si se tratase de un simple maltratador. En este sentido, me ha llamado la atención una decisión creativa, un pequeño cambio entre el cómic y esta adaptación televisiva. En el papel, el diente que encuentra Kyle en el suelo, es suyo. Se lo arrancó su madre poseída, lo que aumenta el dolor de esos flashbacks sobre su infancia de niño maltratado. Pero en la serie de televisión, el diente pertenece a su madre y marca el momento en el Kyle comienza a defenderse, es decir, a pegarle a su madre (poseída). ¿Por qué este cambio?. En mi opinión, esta serie está más enfocada en la culpa como tema de fondo que el cómic original.


Este segundo episodio de Outcast tiene un desarrollo mucho más lento que el primero. Empezando porque aquí no vemos ninguna posesión más allá de los breves flashbacks de la madre de Kyle en cuya historia se profundiza bastante. En otras series, como The Walking Dead y Fear The Walking Dead hay un idéntico interés en desarrollar a los personajes y que las amenazas sobrenaturales -zombies, poseídos- queden en un segundo plano. Pero la verdad es que este capítulo no tiene demasiado interés y lo que cuenta no tiene ninguna intensidad hasta el desenlace, que resuelve la complicada historia de Kyle y su madre. La emoción llega, pero por acumulación y tras un inicio aburrido en el que vemos a una ama de casa ligar con el reverendo Anderson. También es verdad que estamos ante un guión más interesado en plantear incógnitas de cara al futuro de la serie: ¿Quién está crucificando animales en el bosque? ¿Recuperará la consciencia la madre de Kyle? ¿Quién es el misterioso hombre del sombrero interpretado por Brent -¡Data!- Spiner? 

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JUEGO DE TRONOS -TEMPORADA 6- NO ONE



NO ONE (12 DE JUNIO DE 2016) -AVISO SPOILERS-

Juego de Tronos abusa de los anticlímax. Por ejemplo, en este episodio, la misión de Brienne de Tarth (Gwendoline Christie) mola. La guerrera lleva una misteriosa carta de Sansa Stark (Sophie Turner) para pedirle ayuda al Pez Negro, Brynden Tully (Clive Russell), sitiado en un castillo por Jaime Lannister (Nikolaj Coster-Waldau). Queremos que Brienne tenga éxito porque es un personaje carismático que, hasta ahora, tampoco es que haya hecho demasiado. En general, siempre tengo la sensación de que los personajes de esta serie son infrautilizados, algo lógico: hay muchos y no hay tiempo para todos en cada episodio. Vale. Pero resulta decepcionante que Brienne fracase. Ya hemos visto a Tully negarse a pactar con Jaime, por lo que es frustrante verle rechazar otra vez una posible salida al sitio. Y sobre todo, al final, la cosa acaba con Brienne y su escudero escapando por la puerta de atrás. ANTI-ÉPICO ¿De qué ha valido todo lo que nos han contado entonces? Obviamente, se trata de un efecto buscado, pero creo que la serie, de vez en cuando, debería darnos alguna alegría. No hace falta desmitificar constantemente. Por otro lado, la escena del reencuentro entre Brienne y Jaime mola, y retrata al Lannister como un hombre justo y con honor. Justo después, le vemos en una escena todavía mejor en la que amenaza al cautivo Edmure Tully (Tobias Menzies) y consigue que este recupere el castillo. La escena está muy bien, pero creo que es contradictoria con lo que acabamos de ver y con la evolución del personaje durante todo este tiempo. ¿Jaime es justo o es un cabrón? En todo caso, los que esperabais una batalla por la recuperación del castillo os habéis quedado con las ganas. Otro anticlímax


En este tono anticlimático que tiene Juego de Tronos, la subtrama que más me fastidia con diferencia es la de Arya Stark (Maisie Williams). Qué cosa más desesperante. Veamos. Tras completar su entrenamiento para convertirse en un Hombre sin Rostro de Braavos, la niña decide no matar a su objetivo, la actriz Lady Crane (Essie Davis), por lo que aparentemente todas las veces que le vimos recibir palos de su instructora, Waif (Faye Marsay), no habrían valido para nada -en el transcurso de esta historia, además, Arya se ha quedado ciega y ha recuperado la vista sin que ello tenga mayores consecuencias en la historia o en el personaje-. Ahora vemos cómo la niña se recupera de las heridas del último ataque de Waif, gracias a la ayuda de la actriz. ¿Qué pasa entonces? Pues que Lady Crane muere de todas formas, lo que le resta importancia a la decisión moral de Arya. Para colmo, la niña derrota luego -por fin- a Waif ¡Durante una elipsis! Así que tampoco tenemos la ansiada satisfacción de ver cómo le patea el culo. O quizás es una forma muy sutil de decirnos que Arya sí aprendió algo de su ceguera, ya que apaga una vela para enfrentarse a Waif a oscuras. Lo peor de todo es que enseguida descubrimos que todo lo que ha pasado formaba parte del plan de Jaqen H´ghar (Tom Wlaschiha), así que, después de todo, Arya sí que se convierte en un Hombre sin Rostro. Solo que ella ya no quiere. Y a estas alturas ya nos da igual.


Hay que decir que el uso del anticlímax puede estar bien de vez en cuando. Uno de nuestros personajes preferidos, Tyrion Lannister (Peter Dinklage) se ha pasado varios capítulos utilizando -por fin- su cacareada inteligencia diplomática para mantener en pie el reino de Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) en su ausencia. Le hemos visto hacer pactos con el enemigo, reinstaurar la esclavitud, darle de comer a los dragones y ahora le enseña cómo contar chistes a Gusano Gris (Jacob Anderson) y a la guapísima Missandei (Nathaniel Emmanuel). Tyrion siempre resulta divertido de ver, pero su historia reciente parece un intento de hacer algo con el personaje, lo que sea, hasta el regreso de la madre de los dragones. Como en efecto ocurre. Todo lo que le hemos visto hacer al enano no ha servido de nada, pero al menos Daenerys hace una aparición triunfal, en plan salvadora del reino, que está francamente bien. Pero también es verdad que la cosa sería mucho más épica si, en lugar de poner a Tyrion a contar chistes, hubiésemos visto al reino al borde del desastre. Vamos, que nos hubiesen dado alguna razón para preocuparnos mínimamente. Pero no seamos negativos. Hay cosas que me han gustado en este episodio: la persecución de Arya por las calles de Braavos; la venganza de Sandor Clegane (Rory McCann) -menuda bestia parda- y el que por fin veamos en acción a su hermano -ahora zombie- Gregor Clegane (Hafþór Júlíus Björnsson). Pero claro, siendo esto Juego de Tronos, lo más probable es que le corten la cabeza a Clegane -a cualquiera de los dos- justo antes de obtener una gran victoria. Viva el anticlímax. 

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THE KNICK -TEMPORADA 2- NOT WELL AT ALL


NOT WELL AT ALL (4 DE DICIEMBRE DE 2015) -AVISO SPOILERS-

Pocas series pueden presumir de ser tan oscuras como The Knick. En esta segunda temporada la desazón de las situaciones que plantea no ha hecho más que aumentar. Este pesimismo argumental se ve apoyado por la cámara inquieta de Steven Soderbergh y la hermosa fotografía que nos recuerda las escasa iluminación de los tiempos en los que la electricidad era todavía novedosa. Este episodio ocurre casi completamente en interiores, lo que hace que la oscuridad del argumento se traduzca en una equivalente ausencia de luz en casi cada plano. Los personajes, prácticamente todos, luchan por combatir tinieblas de todo tipo. Veamos.


El doctor John Thackery (Clive Owen) lucha contra su adicción a la cocaína y a la heroína mientras intenta salvar la existencia de la única luz de su vida, Abigail Alford (Jennifer Ferrin). Ella es la que ha conseguido mantener sus vicios bajo control -por eso Thackery pone en sus manos al último paciente alcohólico de su fallida investigación médica para curar las adicciones-. ¿Cómo podemos digerir entonces que Abigail muera -o se suicide- cuando Thack intentaba operar su nariz para mejorar su calidad de vida? El golpe de esta muerte es demoledor. Mientras tanto, el doctor Algernon Edwards (André Holland) -sigue comprometido con la lucha contra el racismo, en este caso, las siniestras cirugías que ha llevado a cabo el doctor Everett Gallinger (Eric Johnson) para esterilizar a judíos adolescentes marginados. Todo en nombre de la execrable eugenesia. Lo peor es que Edwards no encuentra un aliado en Thackery, por lo que Gallinger no será castigado. Este es el protagonista de la trama más desarrollada del episodio, en la que parece primero que su mujer, Eleanor (Maya Kazan), se recupera de su demencia. Pronto se descubre que "no está bien para nada", frase que da título al capítulo. Eleanor envenena al que fuera su médico, cosa que obliga a Gallinger a ingresarla. Lo más insoportable es que Gallinger no se ve afectado por esto, sino que simplemente sustituye a su mujer por su cuñada (Annabelle Attanasio). Todavía más despiadado se muestra Herman Barrow (Jeremy Bobb) que sigue con sus negocios para encaramarse en la alta sociedad. Barrow ha robado de las obras del nuevo hospital; termina de comprar aquí la libertad de su amada prostituta, Junia (Rachel Korine); consigue ingresar en un selecto club de caballeros; vende su casa familiar abandonado a su mujer y a sus hijos; y finalmente se reúne con su amada. La pareja corre hacia la luz de un ventanal, desapareciendo en una mancha blanca que contradice la negrura de todo lo que ha hecho Barrow para ser libre y feliz.


El camillero Tom Cleary (Chris Sullivan) y la hermana Harriet (Cara Seymour) también luchan por arrojar algo de luz a un mundo oscuro, vendiendo primitivos preservativos a las prostitutas. La relación entre ambos es una de las cosas más bonitas y mejor desarrolladas de The Knick. Aquí protagonizan momentos divertidos: cuando Tom le pide a Harriet que cante para "animarle" mientras se prueba uno de los preservativos; o lo bien que se lo pasan ambos en una feria que incluye un nickleodeon. Por eso resulta algo triste -aunque lógica- la reacción de Harriet, que fue monja, cuando Tom intenta darle un beso y le confiesa sus sentimientos. Casi parece que la oscuridad es imposible de vencer. Eso es lo que debe sentir Edwards cuando Thackery no le ayuda a combatir el racismo de Gallinger. Esa es la frustración de Cornelia Robertson (Juliet Rylance) cuando descubre que detrás de la corrupción contra la que ha estado luchando, está su propio padre, responsable de hacer negocio con las pobres almas de los inmigrantes. Su hermano, Henry Robertson (Charles Aitken), dirige el hospital sin la generosidad de Cornelia. En otro momento, una enfermera se queja de que Henry solo contrata a chicas guapas, como a Lucy Elkens (Eve Hewson), a la que luego conquistará.

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GREEN ROOM (JEREMY SAULNIER, 2015)


En la boca del lobo. Un grupo de chavales se han metido donde no debían. Desde La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974) hasta la reciente The Green Inferno (Eli Roth, 2013) hemos visto miles de veces el mismo argumento: no hay salida. Los protagonistas se hallan atrapados en una situación muy chunga y saben que escapar significa dolor. Y muerte. No todos van a sobrevivir. Esto es un subgénero en toda regla que suele enfrentar a urbanitas contra representantes de un orden más primitivo, como en la australiana Wolf Creek 2 (Greg McLean, 2014). La historia suele ocurrir en bosques, carreteras secundarias o países "extranjeros", véase Hostel (Eli Roth, 2005). En los últimos años, el género se ha contaminado con el torture porn: veremos a nuestros héroes sufrir todo tipo de mutilaciones sangrientas. La estupenda Green Room toca todos los acordes -a ritmo de hardcore punk- de esa canción conocida que tanto gusta a los amantes del (sub)género. Pero además, el director Jeremy Saulnier -que se dio a conocer por el éxito en Cannes de la contundente Blue Ruin (2013)- aporta pequeñas variaciones que hacen que su película sea harto disfrutable. La primera, que sus protagonistas no son los típicos idiotas que queremos ver morir bajo la motosierra de Leatherface -cómo echaremos de menos a Anton Yelchin- sino chavales entrañables, anti-modernos, amantes de la música y de la provocación. Los típicos paletos caníbales son sustituidos por algo mucho más cercano y aterrador: un grupo neonazi, con su organización paramilitar, afición por las navajas y unos perros de pelea que acojonan. Saulnier repite así algunos elementos de Blue Ruin: sus héroes se mueven al margen del sistema y los conflictos -violentos- se resuelven fuera de la Ley. Saulnier -también guionista- va en contra del cliché, buscando la sorpresa y haciendo uso de un sano humor descreído y casi casi autoconsciente. Por último, decir que, si bien he hablado de películas de terror como referentes, el director reconoce otro algo distinto: Asalto a la comisaría en el distrito 13 (John Carpenter, 1976). Estamos entonces ante una película en la que el grupo protagonista se encuentra "sitiado". Recordemos que Carpenter se inspiró a su vez en Río Bravo (1959) de Howard Hawks, que hizo su propio remake poco después, con El Dorado (1966). Desde luego, Green Room os tendrá hasta el último segundo dándole vueltas a una sola idea: ¿Cómo cojones van a salir vivos de allí?