El inicio de Star Trek: En la oscuridad no puede ser más prometedor. Se nos muestra un extraño planeta alienígena en el que predomina el color rojo -la imaginería parece más cercana a la fantasía de Star Wars (George Lucas, 1977)- en el que huyen dos de los protagonistas, el capitán Kirk (Chris Pine) y el doctor McCoy (Karl Urban) en una persecución que parece sacada de En busca del arca perdida (Steven Spielberg, 1981). El director, J.J. Abrams ha cambiado las formas, vale, pero la secuencia creo que sí refleja temas propios de Star Trek: la nave Enterprise y su tripulación deciden salvar a una primitiva civilización, desobedeciendo las rígidas leyes de la Federación. En el proceso, además, se enfrentan las filosofías de Kirk y Spock (Zachary Quinto): el primero impulsivo y todo corazón, el segundo práctico y racional. Al abandonar el planeta, sus arcaicos habitantes comienzan a adorar a sus rescatadores como si fueran dioses.
Tengo más dudas con respecto al desarrollo posterior y principal de la película. Los guionistas Roberto Orci, Alex Kurtzman y Damon Lindelof -responsables de series como Fringe, Perdidos y The Leftovers- convierten esta aventura de la tripulación del Enterprise en la enésima metáfora hollywoodense del clima político post-11S en Estados Unidos. Veamos. Un acto terrorista en pleno corazón de la Federación -en Londres- provoca la caza de un criminal -trasunto claro de Bin Laden- que luego descubriremos se trata nada menos que de Khan (Benedict Cumberbatch), villano clásico de Star Trek, encarnado por Ricardo Montalban en la serie original y en la segunda película de la saga. Khan, como Bin Laden, como los talibanes, como tantos otros, resulta ser el producto de la propia política "exterior" de la Federación -de EEUU- que ahora vuelve para vengarse. Khan acabará, incluso, estrellando su gigantesca nave contra los edificios civiles -gran parte del film ocurre en la Tierra y no en el espacio- en una imagen que claramente busca reflejar el terror del peor ataque terrorista en suelo estadounidense. Por último, el almirante Marcus -un estupendo Peter Weller- hace las veces de George W. Bush: busca armas de destrucción masiva en el sistema Klingon -aquí trasunto de Oriente Medio- y manipula para desencadenar una guerra a escala estelar. Si bien la ciencia ficción suele reflejar en clave fantástica preocupaciones actuales para tener relevancia, aquí el subtexto, creo yo, es demasiado evidente. Star Trek siempre ha mirado hacia el futuro, con un optimismo humanista que no recuerdo tan localista y oportunista como aquí. ¿No hay ya suficientes blockbusters de acción con temáticas similares de destrucción masiva, terrorismo y guerra? Desde luego, nunca había visto a Spock correr y luchar cuerpo a cuerpo como lo hace aquí.
Por otro lado, Star Trek: En la oscuridad tiene espectaculares set pieces en las que Abrams demuestra su buen hacer detrás de las cámaras. La trepidante persecución de las naves Klingon -también, más propia de Star Wars-; el tenso abordaje de los protagonistas a la nave del villano; y la salvación in extremis del Enterprise, que da pie a revisitar la mencionada Star Trek II: La ira de Khan (Nicholas Meyer, 1982) pero intercambiando los papeles de Spock y Kirk. Esto sirve como núcleo emocional de la historia y como clímax de la relación entre ambos personajes, que comenzó a desarrollarse en la película previa. Recordemos que estamos en un "universo paralelo" que puede samplear todo lo visto en las películas anteriores. Ah, y sale un tribble.
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