He llegado a apreciar, y mucho, el enfoque del reinicio de Star Trek en 2009. Porque funciona como una secuela -la tripulación original protagonizó 6 films, la Nueva Generación otros 3 y uno más sirvió de puente entre ambas- y esta puede ser perfectamente Star Trek XI. Así, la propuesta no prescinde de lo que hemos visto anteriormente desde 1966, fecha de la primera emisión de la serie de televisión original. Pero al mismo tiempo, una pirueta argumental utiliza los viajes temporales -perfectamente orgánicos dentro de la saga- para crear una realidad alternativa, que da pie a crear algo completamente nuevo. Así, el equipo creativo puede ser respetuoso con el canon pero al mismo tiempo introducir pequeñas y estimulantes variaciones en los personajes, interpretados por actores mucho más jóvenes. Me gusta este Star Trek porque es una secuela, es un reboot, pero no es un remake. No se repite aquí el argumento de ninguna historia ya conocida, aunque sí se retomen numerosos elementos clásicos que el fan seguramente sabrá apreciar. El director, J.J. Abrams, talentoso renovador de sueños ajenos -Misión: Imposible 3 (2006) o la fantasía spielbergiana que es Super 8 (2011)- acometió esta película desde la perspectiva de la franquicia rival: Abrams siempre fue claro al decir que le gustaba más la saga de George Lucas. Y se nota. El guión no incide en el enfoque humanista de ciencia ficción de Gene Roddenberry sino que se postula como una space opera en la que los protagonistas llevan sobre los hombros el peso de sus orígenes: la muerte del padre de Kirk (Chris Pine); el origen mestizo de Spock (Zachary Quinto). La historia está repleta de giros emocionales: el beso furtivo que revela la relación entre Spock y Uhura (Zoe Saldana); la aparición del Spock del futuro (Leonard Nimoy) que busca darle a la película el certificado de autenticidad. Un planeta, Vulcano, muere como lo hiciera Alderaan en Star Wars (George Lucas, 1977) y hasta Sulu (John Cho) saca una espada que, aunque no es un sable láser, deja claro el espíritu más aventurero y ligero que quiso imprimir Abrams.
Yo no me quejo, pero desde luego, no encontraremos aquí disquisiciones filosóficas, conceptos de ciencia ficción dura, parábolas sociales, ni las cerebrales escaramuzas entre naves, que más bien parecían batallas entre submarinos, a los que estaban acostumbrados los seguidores de Star Trek. No por casualidad, J.J. Abrams abandonó la posibilidad de completar una trilogía trekie para dirigir Star Wars: Episodio VII -El despertar de la Fuerza (2015). Eso sí, creo que Abrams acierta al dedicarle tiempo suficiente a sus personajes, esa entrañable tripulación del USS Enterprise que llevamos décadas conociendo y que ahora nos presentan otra vez con nuevos rostros. El casting de esta película es su gran fortaleza.
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