En el año 2009, J.J. Abrams -productor de las series Alias y Perdidos- dirigía el reinicio de Star Trek, la saga de ciencia ficción más longeva. Antes, se habían estrenado 10 películas protagonizadas por la tripulación original -la de la serie de televisión de los 60- y por la de la Nueva Generación (1987-1994). No sé si recordáis aquellos films como lo hago yo: eran películas estupendas pero ciertamente menores. No había en Star Trek la sensación de evento como puede ocurrir ahora con un blockbuster veraniego, incluso de peor calidad. J.J. Abrams parecía destinado a cambiar eso. Aquella primera película de 2009, con una tripulación rejuvenecida, sentaba las bases de lo que podía ser una nueva saga que pusiera, por fin, a las películas de la franquicia en la primera división. Pero no fue así. Star Trek: En la oscuridad (2013) fue ambiciosa pero no acertó en sus planteamientos artísticos al optar por un tono oscuro y buscar la metáfora política fijándose en el 11-S. Además, Abrams abandonó la dirección de la siguiente entrega para encargarse nada menos que de la franquicia "rival": Star Wars: Episodio VII -El despertar de la Fuerza (2015). Así, esta tercera entrega de los nuevos viajes de la nave Enterprise llega de la mano del director Justin Lin -conocido por la saga Fast & Furious- y con nuevo coguionista, nada menos que Simon Pegg, colaborador de Edgar Wright, friki mediático, y el actor que interpreta al ingeniero jefe, Scotty. Con estos mimbres el resultado es una película entretenida, fiel a los cánones de la saga, pero que pierde la oportunidad de ser verdaderamente relevante. Esta Star Trek: Más allá me recuerda un poco a aquellas 10 películas estrenadas entre 1979 y 2002, entretenidas, valiosas para los auténticos fans, pero no realmente memorables.
La historia de Más allá tiene varios elementos recurrentes en Star Trek: una misteriosa nave perdida en el espacio emite una llamada de auxilio, lo que lleva a los protagonistas a explorar territorio desconocido y enfrentarse con un enemigo en la línea de los villanos de la saga, interpretado por Idris Elba. Los objetivos de este antagonista, Krall, al principio, resultan algo oscuros, lo que lastra el argumento, que no acelera el ritmo hasta pasada la mitad de la película: la pelea final en la gigantesca estación espacial Yorktown es lo más espectacular. Los principales defectos del film se deben a la dirección de Justin Lin, empeñado en emborronar las secuencias de acción con planos que se mueven demasiado y un montaje abrupto que impide seguir la acción. El otro punto en contra es el tratamiento de los personajes principales: Spock (Zachary Quinto) y Kirk (Chris Pine) protagonizan subtramas con un tono absurdamente crepuscular, sobre todo porque para evitar esto se ha buscado a actores jóvenes que interpreten a los héroes en su plenitud. ¿Qué sentido tiene verles desanimados? Por suerte, la interacción entre el propio Spock y el doctor McCoy (Karl Urban) es una mina de oro a la que el guión recurre constantemente. También es un acierto la incorporación de un nuevo personaje, Jaylah (Sofia Boutella), una alienígena de aspecto exótico que merece un desarrollo posterior. Porque siempre habrá nuevas películas de Star Trek ¿O no?
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