La tercera temporada de Better Call Saul ha sido magistral. No está de moda, ni es la más comentada en redes, ni siquiera es atractiva, pero es una de las ficciones más sólidas que se pueden ver hoy. A continuación comento esta nueva tanda de episodios de la serie derivada de Breaking Bad, aviso, con algunos spoilers. La calidad de este spin-off se nota sobre todo en los detalles, en que nos obliga a mirar. Un ejemplo. En el primer episodio de esta tercera entrega, Chuck McGill (Micheal McKean), el hermano mayor castrador, obliga a Jimmy McGill (Bob Odenkirk) a utilizar una técnica muy específica para retirar cinta de embalaje pegada a una estantería, sin estropear el barniz. Chuck obliga a Jimmy a utilizar ambos pulgares. En el siguiente episodio, Jimmy, frustrado tras descubrir la traición de Chuck, retira cinta adhesiva de una pared recién pintada de su despacho, que ha utilizado para no manchar. ¿Cómo? Utilizando ambos pulgares. Jimmy lo hace tal como le ha dicho su hermano mayor. Ni desde el guión, ni desde la puesta en escena, se hace hincapié en este detalle que la mayoría de los espectadores no captarán -de nada- pero es un resumen perfecto de la relación entre ambos hermanos. A continuación, Jimmy arranca la cinta de un golpe, en un gesto de rabia que nos dice que ha decidido romper con Chuck. Ha decidido escapar de la sombra de su hermano y seguir su propio camino: y esto nos lo cuentan a través del simple gesto de arrancar cinta adhesiva de la pared. Esta prioridad de lo sugerido sobre lo explícito es lo que hace de Better Call Saul una gran serie. Así que lo siento amigos, tendréis que prestar atención. En el mismo sentido, otro elemento que hace única a la serie creada por Vince Gilligan y Peter Gould es la espera. Solo hay que fijarse en la cantidad de momentos en los que vemos a un personaje esperando algo o a alguien. Tiempos muertos que van a contracorriente en un mundo de vídeos de Youtube, de constantes notificaciones en el móvil, de titulares digitales vacíos. En la era del déficit de atención, en la que recibimos estímulos constantes que no llevan a nada, Gould y Gilligan plantean una narrativa pausada -que no lenta- y exigente. Hablo de largas secuencias cinematográficas, sin diálogos, en las que vemos a Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks) haciendo cosas cuyo objetivo no comprendemos -desarmando enteramente su coche; persiguiendo pacientemente el canal de distribución de Los Pollos Hermanos-. Sospechamos lo que busca, pero no lo sabemos realmente. Better Call Saul nos obliga a esperar, sí, pero la recompensa vale mucho más que otros premios instantáneos.
Quizás lo más importante de BCS es que profundiza en sus protagonistas, dándole verdadero sentido al concepto "historia de personajes". Sus decisiones morales y las relaciones entre ellos, son mucho más importantes que los giros sorprendentes, las muertes o los romances que suelen servir de gancho en otros productos de menor calidad. El prólogo flashforward de esta tercera temporada define el conflicto interior de Saul/Jimmy en una sola escena: tras chivarle a la policía dónde se ha escondido un joven ladrón de tiendas, no puede resistirse a gritarle al detenido, mientras le llevan esposado, que guarde silencio y busque un abogado. La batalla interior entre lo que es correcto y lo que es justo define a Jimmy, siempre al lado del más débil. Sus decisiones nos obligan como espectadores a situarnos en un terreno moral incómodo. Estamos comprometidos emocionalmente con él y le apoyamos, incluso cuando lleva a cabo acciones más que reprobables. Cuando le tiende una trampa a su hermano Chuck, cuando se ha aprovechado de la buena fe de un militar -ocurre en la segunda temporada- Jimmy no hace lo legal, pero su forma de ver las cosas es tan humana, que resulta difícil no ponerse de su lado. Jimmy nos dice que las reglas, las leyes, la moral y la ética no están por encima de lo humano. Y eso es importante. Jimmy es un tío que puede dejarse una pared a medio pintar, sin rechistar. Su pareja sentimental y socia, Kim Wexler (Rhea Seehorn) es justo lo contrario. Puede sopesar durante minutos si en un escrito legal debe acabar una frase con un punto o con un punto y coma. Mientras Jimmy decide contratar a una recepcionista (Tina Parker) tras una corazonada, Kim quiere seguir entrevistando candidatos obsesivamente. Kim odia a Jimmy por sus tretas ilegales para conseguir sus objetivos, pero está enamorada del Jimmy que echa de menos sentirse querido por su hermano. Jimmy es la espontaneidad que le falta a Kim. Las dinámicas entre los personajes es otro punto fuerte. Estamos de parte de Jimmy y sus timos, mientras odiamos a su hermano Chuck, un hombre completamente recto, con un código ético estricto, que jamás cometería un acto ilegal. Porque en su corazón hay poca humanidad. Jimmy sufre en esta tercera entrega las consecuencias de sus acciones en la segunda temporada. Recibe un castigo justo, que incluso se queda corto, pero al ver a nuestro protagonista esforzándose por superar las dificultades, no podemos evitar apoyarle. A pesar de que Jimmy intenta aprovecharse de cada situación en su beneficio, queremos verle ganar en lo que es un sutil perfeccionamiento de las monstruosidades de Walter White (Bryan Cranston) en Breaking Bad. Jimmy volverá a ser el chanchullero que acabó en prisión antes de la primera temporada, todo por sobrevivir. Pero también por amor, por no decepcionar a Kim.
Otro personaje excepcional es el ya mencionado Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks). El expolicía que parece salido de un western crepuscular, funciona como el reverso de Jimmy. Mike es totalmente desinteresado, entregado al cuidado de su nieta, empeñado en ayudar a la viuda de su hijo, participando, por ejemplo, en la construcción de un parque infantil. Si Jimmy comete todo tipo de tropelías para conseguir un dinero que no merece, todas las acciones de Mike son positivas, pero el dinero que las financia proviene del crimen. Lo más atractivo de Mike es que puede delinquir, pero nunca traiciona su estricto código moral: cuando advierte a Nacho Varga (Michael Mando) del peligro -moral- de matar a su jefe narco -Hector Salamanca (Mark Margolis)-. Por cierto, Nacho, que intentará llevar a cabo un ingenioso plan de asesinato típico de Breaking Bad, es uno de los grandes hallazgos de esta temporada. El inesperado desarrollo de este personaje y de su entorno familiar, revela que detrás de su fachada estereotipada de tío duro latino, hay un personaje interesante. Y no olvidemos el regreso de Gus Fring (Giancarlo Esposito), uno de los mejores de Breaking Bad, que aquí no decepciona.
Destaquemos para terminar, algunos momentos antológicos de esta tercera temporada. Primero, el emocionante juicio que enfrenta a Jimmy y a Chuck, en la culminación de la trama sobre los dos hermanos, que se inició en el primer episodio de la serie y que resuelve la incógnita sobre la naturaleza de la enfermedad del segundo. También la revelación del origen del nombre de Saul Goodman, que Jimmy usará en la serie de Walter White. Y el fantástico episodio -Fall, uno de los mejores que he visto nunca- en el que Jimmy manipula a un grupo de mujeres mayores para que cobren una indemnización de la que recibirá su parte. El ingenio del plan de Jimmy se despliega con un delicioso humor negro que nos devuelve a un escenario distintivo de esta serie, como es el bingo. Esta historia se desarrolla en paralelo a otra de Chuck, que tras el chivatazo de Jimmy sobre su enfermedad a su compañía de seguros, se rebela contra el intento de su socio Howard Hamlin (Patrick Fabian) de prejubilarle. Ante nuestros ojos, Chuck comienza a engañar a Howard, en definitiva, comienza a comportarse como Jimmy. Mientras tanto, Kim, se deja las pestañas en con nuevo cliente, rechaza celebrar con Jimmy el éxito de sus engaños, y acaba sufriendo un accidente de coche. ¿Cuál es la moraleja de esto? Lo cierto es que el azar es un elemento que ya era importante en Breaking Bad y que aquí aparece de nuevo para trastocar los planes de todos los personajes. No quiero revelar más, pero el final de esta entrega es uno de los más amargos que recuerdo.
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