¡AVISO SPOILERS!
Completamente basado en la espera y en la tensión, el
segundo episodio del final de Juego de Tronos es un artefacto
casi perfecto de cómo mantenernos pegados a la pantalla. La primera escena vale
su peso en oro: Jaime Lannister (Nikolaj Coster-Waldau) es juzgado por Daenerys
(Emilia Clarke) y por el resto de personajes que se han cruzado con él durante
la serie. Es una especie de ajuste de cuentas que pone sobre la balanza las
acciones de un personaje que no ha sido demasiado coherente, moviéndose
continuamente entre la simpatía del espectador y la maldad. Prácticamente todos
los que han sufrido por Jaime, así como los que han recibido su ayuda, están
presentes, lo que resulta un poco demasiado conveniente en términos narrativos,
pero sin duda una escena fantástica para el fan. Seamos sinceros: algunas de
las afrentas de Jaime son demasiado graves para ser perdonadas y aquí parece
ser redimido con relativa facilidad, Estamos en la temporada final, y
seguramente este episodio cierra la trayectoria del personaje, justo antes de
descubrir cuál será su papel en el desenlace.
Por otro lado, Tyrion (Peter Dinklage) recibe un ultimátum de Daenerys: debe ser más eficaz como su ‘mano’. Lo que nos permite establecer que el enano, que parecía destinado a grandes cosas al principio de la serie, ha permanecido en su papel de perdedor, a pesar de su inteligencia, lo que ha mantenido intacta su carisma. Son los valores morales y la bondad -y no la inteligencia- lo que ha impedido progresar a Tyrion en el mundo creado por Martin.
Hablemos de Arya Stark (Maisie Williams), que ya no es la niña de Invernalia, sino que tras varios entrenamientos se ha convertido en una guerrera que merece respeto. Es la recompensa a los espectadores que hemos seguido su evolución durante tantos capítulos y que, hasta ahora, desconfiábamos de que su desarrollo llevara a alguna parte.
La escena entre Jaime y Bran (Isaac Hempstead Wright) no me convence demasiado. Es corta, y parece minimizar la fuerza de aquella impactante presentación, en la primera temporada, en el primer episodio, de quienes eran unos pérfidos hermanos -incestuosos- como los Lannister. Que la siguiente escena esté protagonizada también por Jaime, que ahora hace las paces y se sincera con Tyrion, me parece apresurado. No se nos permite asimilar la escena con Bran, ni vemos consecuencias en Jaime, cuando ya hemos pasado al siguiente conflicto. Hay prisa para atar cabos, cuando ya solo quedan cuatro episodios. Precisamente, enseguida llega el turno de Brienne (Gwendoline Christie) con Jaime para saldar viejas cuentas.
Otro momento más para cerrar subtramas, ahora entre Daenerys y Jorah (Iain Glen), que salda su historia de forma mecánica, porque lo verdaderamente interesante ocurrirá enseguida. El primer careo entre Daenerys y Sansa Stark (Sophie Turner), que se plantea, primero, como un encuentro feminista entre mujeres que han liderado en un mundo de hombres. Comparten también el aprecio por Jon Snow (Kit Harington). Pero cuando parece que se va a producir una -aburrida- alianza, ocurre algo más divertido: la sombra de la ambición por el poder separa de nuevo a las dos mujeres.
Aparece ahora Theon Greyjoy (Alfie Allen) para reencontrarse con su hermana. La trama avanza en estos momentos a golpe de reencuentros entre personajes, que deben completar sus arcos antes del desenlace. Y como son tantos en esta serie, poco espacio va quedando para el desarrollo dramático. Personajes interesantes, pero menores, como Davos (Liam Cunningham), también completan sus recorridos, aunque éste de forma más sutil -esa niña con una cicatriz- y quizás por eso, más valiosa. La breve escena de Davos y Gilly (Hannah Murray) aporta atmósfera, tensión antes de una batalla que parece perdida de antemano. Pero enseguida, más reencuentros: entre Jon Snow, Tormund (Kristofer Hivju) y compañía. Traen malas noticias sobre el ejército de muertos vivientes. Los preparativos para la batalla son estupendos. La voz en off de Jon Snow evidenciando la amenaza, la reunión de los líderes para trazar la estrategia de defensa, con el sonido del crepitar de la leña en la chimenea, que aporta un tono solemne, tenso, aterrador. Hay algo de Star Wars en esta escena, que me recuerda a cuando los rebeldes planean asaltar la Estrella de la Muerte, sabiendo que se trata de una misión suicida. También hay algo de esto en la conexión entre Bran y el Rey de la Noche, como la que tenían Luke Skywalker y Darth Vader. Nada que objetar. El momento es fantástico.
Menos interesantes me parecen los conflictos de personajes como Missandei (Nathalie Emmanuel) y Grey Worm (Jacob Anderson), que creo que ya han cumplido con su función en la trama. Prefiero a un personaje como Samwell (Jacob Bradley), otro eterno perdedor, siempre sospechoso de cobardía, pero con frases profundas resonando entre personajes bárbaros. Siguiendo esta línea, aunque encuentro siempre acertados los toques de humor en cualquier ficción, la escena de la chimenea en la que Tyrion, Jaime, Brienne, Tormund y otros beben, puede resultar demasiado humorística. Pero lo cierto es que la escena tiene una continuación, emotiva, cuando Jaime ordena 'caballero' a Brienne, en la típica escena que nos preparara emocionalmente para la muerte del personaje. Veremos. Un giro bonito: Brienne es ordenada 'caballero' de los Siete Reinos, lo que da titulo al episodio. La siguiente escena entre Arya y Sándor ‘El perro’ (Rory McCann) me resulta repetitiva, no aporta demasiado este intento de justificar las motivaciones de los personajes para acabar diciendo que no hay ninguna justificación. La escena incluye una breve mención a la ‘lista’ de la venganza de Arya, trama desechada, al menos, de momento, en favor de otros acontecimientos. Otra subtrama truncada -por ahora- es la del hijo bastardo de Robert Baratheon, Gendry (Joe Dempsie), para mí, uno de esos personajes que cuesta ubicar, sin recurrir a Google. No sé si la escena sexual entre éste y Arya aporta algo dramáticamente, pero desde luego es interesante cómo la joven Stark apareció por primera vez en la serie siendo una niña y ahora la vemos convertida en una mujer.
El capítulo acumula más momentos trascendentales que parecen previos a una muerte segura: una declaración de intenciones de la reina infantil Lyanna Mormont (Bella Ramsey); la entrega de la espada de Samwell a Jorah; todo suma y suma a la expectativa por una batalla que no veremos hasta el siguiente episodio. La canción de Podric (Daniel Portman) sirve como hilo para enlazar todo lo que hemos visto en el capítulo. El epílogo no deja de ser una concesión, un guiño al culebrón, al morbo de la pareja formada por Daenerys y Jon Snow. Él revela su verdadero linaje a ella, que resuena en el apunte feminista de la escena con Sansa Stark: él, al ser hombre, debería ser el siguiente en la sucesión. Ya habrá tiempo de explorar este conflicto, porque lo inmediato es la llegada del ejército de los muertos, una imagen-gancho que hace imposible perderse la continuación de Juego de Tronos. 8/10
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