LA SOMBRA DEL PASADO -ARTE E HISTORIA



Hay veces que, no sé muy bien por qué, una película resulta fallida a pesar de que los elementos que la componen son, por separado, excelentes. La sombra del pasado viene firmada por el alemán Florian Henckel Von Donnersmarck, lo recordaréis por la estupenda La vida de los otros (2006), que aquí vuelve a habla de su país, primero castigado por el nazismo, luego por el totalitarismo comunista. Su planteamiento es ambicioso: la vida de un joven pintor, Kurt Barnet (Tom Schilling) -inspirado en el artista fotorrealista Gerhard Richter- le vale para hablar de la historia reciente de su país, del arte como expresión personal y como herramienta política, en una trama que abarca varias décadas. No se puede decir que estemos ante una mala película. Ni mucho menos. Estuvo nominada al Oscar a la mejor cinta extranjera, también por su fotografía, de Caleb Deschanel, y cuenta con la música de Max Richter. Cada época está correctamente recreada y sin duda, la mayor virtud de La sombra del pasado es que entretiene y sus tres horas de metraje no se hacen largas. ¿Qué falla entonces? Creo que el principal problema del film es que su narración parece más cercana a una serie televisiva que a una película de cine. Su estructura de historia-río se podría comparar con la de otra película nominada a los Oscar, Cold War, que cuenta una historia relativamente similar. Pero la que nos ocupa no tiene ni mucho menos la personalidad y el encanto de la cinta polaca. Otra debilidad son los personajes: encuentro algo insípido al protagonista, por no hablar de su pareja, Ellie (Paula Beer), personaje femenino francamente poco interesante, que solo funciona como objeto de amor, compañera sexual y para hablar de la maternidad. El personaje más atractivo es, digamos, el gran antagonista, el profesor Carl Seeband -muy bien interpretado por Sebastian Koch- que presenta sombras terribles y una evolución francamente digna de un mayor desarrollo. El personaje es tan fuerte que llega a eclipsar a la pareja protagonista. Queremos saber más de él. Por otro lado, en un rol menor, el pintor y profesor que interpreta Oliver Masucci -siempre con su sombrero- protagoniza un breve episodio dentro de la película que le permite construir un personaje memorable. Pero estos son logros aislados en una obra que parece no tener tiempo -a pesar de su abultado metraje- para respirar, para encontrar la frescura y la espontaneidad. La tres charlas sobre el arte que vertebran la cinta parecen demasiado pedagógicas y casi tan torpes como la innecesaria historia de amor. La película, desde luego, persigue demasiadas direcciones y hasta el genial Max Richter parece algo convencional en la música. Solo brilla el tema que abre y cierra la cinta, November, repescado, escuchado ya, por ejemplo, en The Leftovers.

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