Mirai es simplemente irresistible. Nominada al Oscar a la mejor película animada -perdió con Spider-Man: Un nuevo universo- estamos ante un buen ejemplo de la calidad del cine animado japonés tradicional. La propuesta es sorprendente: desde un tratamiento deliciosamente costumbrista, entramos en la casa de una familia a la que llega un nuevo miembro, Mirai, la hermana pequeña del protagonista, Kun, un niño de cuatro años y de armas tomar. Sus celos serán la fuente del conflicto, resuelto con una gran capacidad para el detalle veraz, para recrear la sensación de lo cotidiano a través del anime. Poco a poco iremos conociendo a los miembros de la familia: al agobiado padre enfrentado a la paternidad, a la madre que intenta compaginar la maternidad con su vida profesional, a los abuelos e incluso a la mascota familiar, un perro todavía más celoso que Kun. Pero además, la fantasía infantil de Kun le permitirá, en fugas de realismo mágico, viajar en el tiempo para conocer a sus antepasados lejanos, a sus padres durante su infancia o incluso a la Mirai del futuro. Cada viaje es una pequeña historia que va tejiendo el tapiz generacional de esta familia. El director Mamoru Hosoda -El niño y la bestia (2015)- propone una historia humanista, optimista, tierna y vitalista, sobre aprender las lecciones del pasado y valorar que nuestra existencia es el resultado de cientos de pequeñas decisiones de nuestros antepasados: una carrera entre nuestros abuelos, una madre que hoy regaña pero que de niña fue incluso más traviesa, un perro que fue separado de su madre para convertirse en mascota. Hosoda hace de los momentos pequeños grandes eventos emocionales que parecen limpiarnos el alma.
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