ALMAS EN PENA DE INISHERIN -EL FIN DE UNA AMISTAD


¿Tenemos derecho a vivir solos y apartados del mundo? ¿O tenemos la responsabilidad de relacionarnos con los demás y vivir en sociedad? Sobre estas ideas opuestas gravita la tierna Almas en pena de Inisherin, una sencilla comedia agridulce que agota su argumento en una sola frase: Colm (Brendan Gleeson) ya no se 'ajunta' con Pádriac (Colin Farrell). Eran amigos de toda la vida y, quizás más importante, esa amistad era su rol en el microcosmos de la isla irlandesa que habitan: está el cura, el policía, el dueño del bar, la tendera, el 'idiota' y ellos, los amigos. También está la 'solterona' (Kerry Condon), la única persona razonable del pueblo. Con estos elementos y unos paisajes preciosos -
lo que vemos en pantalla nos recuerda inevitablemente a John Ford y sobre todo a La hija de Ryan (1970) de David Lean- el director y guionista Martin McDonagh -Tres anuncios en las afueras (2017)- nos presenta a unos personajes trágicos que viven sus dramas con resignación filosófica y que se expresan con diálogos que dibujan sonrisas en el espectador. El mejor ejemplo de esto puede ser el 'idiota' al que da vida Barry Keoghan, que conmueve, precisamente, porque no tiene un pelo de tonto. McDonagh trasciende la sencillez de su propuesta -que en algún momento corre el peligro de caer en el 'manual de autoayuda'- valiéndose del absurdo e incluso de lo sobrenatural para elevar la película hacia la reflexión reposada -y bonita- sobre la vida -y la muerte-. La historia se puede ver, literalmente, como el fin de una amistad, pero también puede ser una alegoría de la guerra civil que aparece de fondo en el contexto histórico de la película. Aunque creo que las lecturas de Almas en pena de Inisherin no deben agotarse tan fácilmente. La cinta nos pregunta si somos como Pádriac -la vida es contarle la vida a los amigos- o como Colm -la única forma de trascendencia es la creación artística-. Pero también es verdad que lo segundo no está al alcance de todos y, quizás, también podemos ver en Pádriac la fastidiosa necedad de una sociedad que quiere obligar a todo el mundo a pensar igual y que mutila cualquier intento de ser diferente.

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