EL IMPERIO DE LA LUZ -CINE REVELACIÓN


Una película estupenda como El imperio de la luz no debería pasar desapercibida y merece ser disfrutada en la pantalla grande de una sala de cine. La cinta de Sam Mendes es la historia de la relación entre dos personajes, aparantemente, muy diferentes: una mujer madura, interpretada por una magnífica Olivia Colman, y un joven de raza negra, al que da vida un estupendo Micheal Ward. La relación entre ambos pasará por diferentes etapas: primero pensaremos que se trata de una relación imposible, debido a nuestros prejuicios, pero, según se desarrolla la trama, iremos encontrando esos puntos en común que convierten a los dos protagonistas en el gran hallazgo dramático de la cinta. El imperio de la luz no es una cinta nostálgica: Mendes no nos muestra los años 80 en Inglaterra a través de los ojos del crío que fue, como hace Kenneth Branagh en Belfast (2021), Steven Spielberg en Los Fabelman o James Gray en Armageddon Time, y mantiene de fondo todas las referencias cinéfilas hasta la revelación final. Mendes construye una historia sobre seres sensibles que utilizan el arte para soportar lo dura que es la vida cuando nos enfrentamos a conflictos ineludibles como un trabajo alienante, los problemas de salud mental, o el racismo en el amanecer de la era Thatcher. Hilary (Colman) ama la poesía y Stephen (Ward) la música, así como un tercer personaje, Norman (Toby Jones), se ha creado un refugio cinéfilo en la cabina de proyección de la preciosa sala de cine en la que los tres trabajan. La película nos muestra a estos personajes -y varios más-, todos marginados de alguna forma, todos cargando el peso de errores y frustraciones del pasado, y nos cuenta sus historias hasta un desenlace humanista y conmovedor. Pero, si bien el argumento de Mendes no deja ser un melodrama más o menos inspirado -eso depende de cada quien- lo que convierte esta película en una obra notable es la fotografía del enorme Roger Deakins -nominado al Óscar por este trabajo- que convierte cada plano de El imperio de la luz en una experiencia gozosa. Es la luz que captura Deakins la que convierte el cine Empire en una especie de templo olvidado, en ruinas, y la que nos muestra la soledad de los personajes de la cinta como lo haría Edward Hopper; la que la da a la arena de la playa un brillo cegador y existencialista que recuerda a Magritte, la que apoya la interpretación de Colman dibujando sombras en sus rostro que revelan sus conflictos internos, su desequilibrio psicológico. El cine es imágenes, y en El imperio de la luz esas imágenes son la obra de un maestro. Mencionemos también la estupenda música compuesta por Trent Reznor y Atticus Ross, que nos lleva de la mano mientras contemplamos esos planos pintados sobre la pantalla por Deakins, para completar una experiencia extática en la sala de cine. No esperéis a ver esta película en casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario