La directora británica Andrea Arnold despliega un universo propio en Bird (2024), estupenda película que fabrica un mundo muy parecido al nuestro, retratado con una cámara que se agita como en el cine documental, con preciosos planos en los que irrumpen diversos animales -como mariposas y sobre todo pájaros- que imprimen una sensación de inmediatez y una extraña conexión entre el paisaje suburbano que vemos y la naturaleza. La historia principal es un coming of age, el de la adolescente Bailey (Nykiya Adams) que se dispone a descubrir el mundo desde un entorno marginal y como miembro de una familia completamente desestructurada. Su padre, muy tatuado, se llama Bug (Barry Keoghan), un joven dedicado a la venta de drogas, pero de corazón romántico y pasión por el karaoke. Bird está llena de temas musicales de la cultura popular reciente: Blur, Coldplay y sobre todo Fontaines D.C. que le dan un aire vitalista que llega a entusiasmar. Arnold recrea ambientes de sórdida pobreza con la belleza de estampas de la naturaleza -se encarga de la fotografía el prestigioso Robbie Ryan- lo que permite que en ese realismo social se cuele la fantasía y la magia a través del misterioso personaje del título, Bird, que interpreta el siempre estupendo y magnético Franz Rogowski. Y es que aunque Arnold nos hable de personajes marginales de la vida real, su mirada es (casi) siempre benévola, humanista. Pero sobre todo, lo que nos presenta la británica se parece mucho a un cuento de hadas -feminista- en el que hay paternales reyes atolondrados, lobos feroces (James Nelson-Joyce), paladines -el grupo de vigilantes comandado por Hunter (Jason Buda)- y, claro, una princesa y hasta un sapo que podría traer consigo una gran fortuna. Bird, seguramente, pasará como una película menor en la filmografía de Arnold, pero es una estupenda cinta de una directora que quizás se encuentra en plena búsqueda artística.
No hay comentarios:
Publicar un comentario