Cónclave (2024) comienza como si fuese un thriller sobre un crimen: una muerte ha ocurrido, nada menos que la del Papa. Lo que se pone en marcha tras el fallecimiento es algo parecido a un whodounit, solo que en lugar de una intriga sobre la identidad del asesino, estamos ante un Diez negritos sobre quién será el nuevo sumo pontífice. En el centro de la trama, nuestro protagonista es el cardenal Lawrence -estupendo Ralph Fiennes- que tiene la misión de evaluar a los principales candidatos -encarnados por Stanley Tucci, John Lithgow, Sergio Castellitto, Lucian Msamati y Carlos Diehz, en lo que es un reparto estupendo- y descubrir los secretos que pueden descartarlos como válidos para convertirse en el nuevo Papa. Eso, además de investigar cuáles eran las intenciones del Papa fallecido sobre su sucesión. Esto da pie a una intriga muy divertida, con giros y revelaciones, secretos contados en voz baja y personajes enigmáticos como la monja a la que da vida Isabella Rosseellini. El alemán Edward Berger dirige una película estilizada, con potentes y brillantes imágenes que juegan con el rojo de los cardenales y con la opulencia de los anillos, los crucifijos y los magníficos decorados que recrean la Capilla Sixtina en la mítica Cinecittà. Y desde la imagen, Berger crea un film tenebroso, las habitaciones y salas siempre en penumbra, expresando la opacidad y los secretos de la Iglesia. Lo que deja claro Cónclave es que la Iglesia huele a cerrado. En una escena clave de la trama, este enclaustramiento se rompe para dejar entrar la luz y el aire del exterior, dejando patente la necesidad que tiene la institución de abrirse al mundo y modernizarse. Cónclave es un divertimento adulto bien dirigido, con fantásticos valores de producción y unas interpretaciones fantásticas, que no renuncia a la mirada crítica sobre los pecados de la Iglesia, aunque tampoco condena al infierno a esta poderosa organización religiosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario