En el documental Esa ambición desmedida (2023), que registra la crónica de la gira de C. Tangana del álbum El madrileño, el cantautor parece estar en una encrucijada, sin saber qué camino elegir como siguiente paso en su carrera artística y profesional. El documental está puntuado por las dudas y las inseguridades del artista, que confiesa reiteradamente que no sabe cantar y que odia enfrentarse a los conciertos. Tangana se presenta en este documental como un autor convencido de sus intenciones artísticas, para el que el éxito comercial no es la prioridad, aunque luego lo veamos también defendiendo su parte de los ingresos económicos ante su mánager. Lo vemos quejándose del comportamiento poco profesional de su equipo, para luego verle organizar un partido de fútbol en el que sufre una esguince de tobillo junto antes del concierto, haciendo peligrar toda la gira. La película, en un alarde de honestidad, nos deja claro que, ante el miedo de repetirse y de haberse convertido en un “rapero viejo”, Tangana no sabe por dónde seguir. Pues ese siguiente paso en la carrera de C. Tangana es su primera película como director, La guitarra flamenca de Yerai Cortés (2024), que firma con su verdadero nombre, Antón Álvarez, como si quisiera separar al cantante del cineasta. Lo cierto es que cuando comienza la película, Tangana -o Antón- aparece enseguida como participante activo en la historia, dando la cara, presentando el origen mismo de la cinta. La guitarra flamenca de Yerai Cortés funciona como una suerte de álbum conceptual en el que el guitarrista, Yerai Cortés, presenta varios temas musicales que hablan de sí mismo y de su entorno más cercano. Estas secuencias musicales parecen herederas del género que inventó Carlos Saura en Bodas de sangre (1981) -junto a Antonio Gades-, una mezcla de documental y musical, entre lo real y la ficción, que tuvo continuidad en una serie de obras como Carmen (1983), Sevillanas (1992) o Flamenco (1995) -en la que el director colabora con el genio de la fotografía Vittorio Storaro-. Tangana se inspira en esas películas y conecta con ellas incorporando figuras que aparecieron en aquellas, como el bailaor Farruquito. Estas secuencias musicales están conectadas por un relato, que se va descubriendo ante el espectador y que comienza con la mencionada anécdota, contada por el propio director, de cómo conoció a Yerai. A partir de ese encuentro, iremos descubriendo, primero, a los padres del artista, que se revelan como personajes más que peculiares. Poco a poco, nuevos elementos se agregan al puzle: la pareja de Yerai y, sobre todo, la memoria de una familiar que ha sido muy influyente en su actividad creadora. La película no tiene prejuicios para incorporar elementos del docudrama o de la telerrealidad que permiten dibujar personajes de una forma muy cercana y fresca, sirviéndose sobre todo del humor. Pero la película también genera una historia que apunta al melodrama, al culebrón, con giros y sorpresas que estremecen al espectador. Este acercamiento a géneros televisivos populares y hasta sensacionalistas no impide que Álvarez tenga una amibición artística que lo lleva a proponer, en una secuencia, una escenografía que parece una instalación en una galería de arte, una suerte de altar en el que la madre de Yerai es la virgen mayor, en un plano secuencia -que puede resultar algo torpe- que busca la belleza plástica. Todo en aras de la lógica experimentación de un primer trabajo. El costumbrismo y el plano robado se mezclan con la puesta en escena y la fotografía del cine, y el propio Yerai es definido como un tipo que se mueve con igual soltura entre los ‘modernos’ y los gitanos. La ópera prima de Antón Álvarez busca ser tan divertida como emocionante, y de paso deja reflexiones sociales sobre el colectivo gitano, sobre la creación artística y su relación con la vida, y con las estrellas.
LA GUITARRA FLAMENCA DE YERAI CORTÉS -GITANOS Y MODERNOS
En el documental Esa ambición desmedida (2023), que registra la crónica de la gira de C. Tangana del álbum El madrileño, el cantautor parece estar en una encrucijada, sin saber qué camino elegir como siguiente paso en su carrera artística y profesional. El documental está puntuado por las dudas y las inseguridades del artista, que confiesa reiteradamente que no sabe cantar y que odia enfrentarse a los conciertos. Tangana se presenta en este documental como un autor convencido de sus intenciones artísticas, para el que el éxito comercial no es la prioridad, aunque luego lo veamos también defendiendo su parte de los ingresos económicos ante su mánager. Lo vemos quejándose del comportamiento poco profesional de su equipo, para luego verle organizar un partido de fútbol en el que sufre una esguince de tobillo junto antes del concierto, haciendo peligrar toda la gira. La película, en un alarde de honestidad, nos deja claro que, ante el miedo de repetirse y de haberse convertido en un “rapero viejo”, Tangana no sabe por dónde seguir. Pues ese siguiente paso en la carrera de C. Tangana es su primera película como director, La guitarra flamenca de Yerai Cortés (2024), que firma con su verdadero nombre, Antón Álvarez, como si quisiera separar al cantante del cineasta. Lo cierto es que cuando comienza la película, Tangana -o Antón- aparece enseguida como participante activo en la historia, dando la cara, presentando el origen mismo de la cinta. La guitarra flamenca de Yerai Cortés funciona como una suerte de álbum conceptual en el que el guitarrista, Yerai Cortés, presenta varios temas musicales que hablan de sí mismo y de su entorno más cercano. Estas secuencias musicales parecen herederas del género que inventó Carlos Saura en Bodas de sangre (1981) -junto a Antonio Gades-, una mezcla de documental y musical, entre lo real y la ficción, que tuvo continuidad en una serie de obras como Carmen (1983), Sevillanas (1992) o Flamenco (1995) -en la que el director colabora con el genio de la fotografía Vittorio Storaro-. Tangana se inspira en esas películas y conecta con ellas incorporando figuras que aparecieron en aquellas, como el bailaor Farruquito. Estas secuencias musicales están conectadas por un relato, que se va descubriendo ante el espectador y que comienza con la mencionada anécdota, contada por el propio director, de cómo conoció a Yerai. A partir de ese encuentro, iremos descubriendo, primero, a los padres del artista, que se revelan como personajes más que peculiares. Poco a poco, nuevos elementos se agregan al puzle: la pareja de Yerai y, sobre todo, la memoria de una familiar que ha sido muy influyente en su actividad creadora. La película no tiene prejuicios para incorporar elementos del docudrama o de la telerrealidad que permiten dibujar personajes de una forma muy cercana y fresca, sirviéndose sobre todo del humor. Pero la película también genera una historia que apunta al melodrama, al culebrón, con giros y sorpresas que estremecen al espectador. Este acercamiento a géneros televisivos populares y hasta sensacionalistas no impide que Álvarez tenga una amibición artística que lo lleva a proponer, en una secuencia, una escenografía que parece una instalación en una galería de arte, una suerte de altar en el que la madre de Yerai es la virgen mayor, en un plano secuencia -que puede resultar algo torpe- que busca la belleza plástica. Todo en aras de la lógica experimentación de un primer trabajo. El costumbrismo y el plano robado se mezclan con la puesta en escena y la fotografía del cine, y el propio Yerai es definido como un tipo que se mueve con igual soltura entre los ‘modernos’ y los gitanos. La ópera prima de Antón Álvarez busca ser tan divertida como emocionante, y de paso deja reflexiones sociales sobre el colectivo gitano, sobre la creación artística y su relación con la vida, y con las estrellas.
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