I LIVE HERE NOW (6 DE DICIEMBRE DE 2015) -AVISO SPOILERS-
Una imagen en negro. Música rap. Lo primero que vemos nos dice que estamos ante un flashback de lo que pasó en el primer episodio de esta temporada. La joven Evangeline Murphy (Jasmin Savoy Brown) se despide de sus padres y sale de casa con sus amigas. Luego, un trayecto en coche marcado por el silencio. Eve escribe en un papel un mensaje para su amiga: no llores. Esa pequeña nota revela el gran secreto de lo que ha estado ocurriendo durante los nueve capítulos anteriores. La supuestamente desaparecida Evangeline se ha unido a la secta del Remanente Culpable. Antes de fingir su desaparición, Eve ve a Kevin (Justin Theroux) -sonámbulo- suicidarse tirándose al lago. Un temblor abre las aguas, que luego desaparecerán, evitando que Kevin se ahogue. Otro temblor abre la tierra y Kevin resucita. Estamos en el presente. Retomamos la acción del penúltimo episodio. Ninguna otra serie actual tiene esta sofisticada narrativa. Puede no gustarte lo que cuenta The Leftovers. Puede parecerte una tontería. Pero si te dejas atrapar por la forma de contar de Damon Lindelof y Tom Perrotta, esta puede ser la serie de tu vida.
El regalo que le deja Evangeline a su padre, John Murphy (Kevin Carroll), es la síntesis de esta forma de contar historias. Es la famosa mistery box de J.J. Abrams. Eve le dice a John que no abra la cajita hasta que ella se marche, porque es el mejor regalo que le han hecho en su vida. Y en la cabeza de John, eso es así... mientras no abra efectivamente la caja. John ha mantenido el misterio todo este tiempo -9 capítulos- pero ahora decide abrir el regalo, quizás cuando ha perdido la esperanza de recuperar a su hija. John abre la caja y descubre un grillo, ese cuyo cri cri le obsesionaba y le hacía buscarle por toda su casa. Mientras John mantiene la fantasía de que su hija pudo cazar el elusivo insecto, es feliz. Cuando su mujer, Erika (Regina King) dice haber escuchado al grillo tras la desaparición de Eve, John la manda a la mierda. Porque le ha quitado la ilusión. Le ha explicado la realidad y ha acabado con la fantasía. Si eso no es un mensaje para los que odiaron el final de Perdidos... Es curioso, por cierto, que Erika sea sorda.
A pesar de su premisa fantástica -la desaparición de un 2% de la población mundial- The Leftovers nos habla de la pena. De vivir con el dolor de una pérdida. Y de tener que decidir si es mejor olvidar y seguir adelante, o si estamos obligados a mantener la memoria de los que se han ido. Ante esas opciones, quizás, igualmente dolorosas, hay una tercera, que es creer. Tener fe. Nora Durst (Carrie Coon) ha pasado páginas tras el desvanecimiento de su familia. Y no quiere oír hablar de falsas creencias. Por eso rompe la radio en la que un predicador recomienda a una víctima que se refugie en Jesucristo. Justo en ese momento, ocurre lo que parece un milagro, Mary Jamison (Janel Moloney) despierta del estado vegetativo en el que se encontraba. En el emocionante reencuentro con su marido, Matt (Christopher Eccleston), este se pregunta si lo que ha ocurrido "es verdad". Nosotros también.
La familia Murphy guarda también un secreto, una pena, que les impide ser felices a pesar de vivir como privilegiados en el único pueblo en el que no ocurrieron las desapariciones. Por eso John Murphy no cree en milagros, y por eso no puede creer el inverosímil relato que le hace Kevin sobre lo que ha pasado. Este es uno de los rasgos más característicos de The Leftovers -y antes de Perdidos- que nos muestra de forma realista hechos imposibles para luego hacer un comentario sobre los mismos reconociendo que son inverosímiles. En todo caso, volviendo a la pena y a la culpa, Michael Murphy (Jovan Adepo) habla de ello en la escena de la iglesia. Michael relata una anécdota familiar que su madre, Erika, ha repetido hasta convertirla en verdad. Pero Michael sabe que lo que pasó -una bañera inundada por dos niños- no fue una simple travesura sino una estrategia para esconder el dolor de la familia: Eve lloraba y Michael quiso ocultar sus sollozos con el sonido del agua. Lo que hace Michael al decir la verdad es lo mismo que le hizo Erika a John con el grillo de Eve. Desmentir una fantasía que estaba destinada a hacer feliz a alguien. Michael remata que, aunque no hayan habido desapariciones en Jarden, no están perdonados.
La operación secreta del Remanente Culpable, liderada por Meg (Liv Tyler), para atacar el pueblo milagroso de Jarden, tiene las características de un ataque terrorista. El 14 de octubre, día de la desaparición, es el equivalente al 11-S. Todo lo que ocurre en la secuencia del puente -que divide a los privilegiados de los desfavorecidos- resulta soberbio gracias a la dirección de Mimi Leder, que sabe imprimir toda la tensión necesaria a las imágenes. Destacan las escenas protagonizadas por Erika, insonorizadas dentro la burbuja -subjetiva- de su sordera. En el clímax, Nora tiene que salvar a su bebé de morir aplastada por la estampida humana que irrumpe en Jarden. La imagen es un reflejo de lo que ocurrió 40 mil años antes, en el mismo lugar, cuando una madre primitiva murió protegiendo a su bebé. Así nos lo contaron en el prólogo del primer episodio de la temporada. ¿Significa algo esto? Poco importa. La imagen es tan poderosa que funciona a un nivel puramente emocional.
El agua ha tenido un poder simbólico esta temporada que me gustaría descubrir. La del lago prehistórico de Jarden a la que luego sus habitantes adjudican propiedades milagrosas. El agua de la bañera que se desborda por las lágrimas de Eve en casa de los Murphy. El agua de otra bañera, en ese limbo visualizado como un hotel, de la que emerge Kevin tras su primera y segunda "muerte". En este episodio el policía despierta de nuevo en el extraño escenario del episodio International Assassin, por lo que vuelve a escucharse el llamado coro de los esclavos hebreos de Nabucco. En cierto sentido, Jarden también es un pueblo elegido. Kevin quiere volver a vivir de nuevo y para conseguirlo, la serie vuelve a ser autoconsciente. El hombre en el bar (Bill Camp) le dice que para salir del limbo debe cantar. Y eso a Kevin le parece "estúpido", erigiéndose en este momento como la voz de los espectadores. Kevin canta -fatal- Homeward Bound de Simon & Garfunkel y consigue volver a la vida. Despierta en medio de lo que parece el Apocalipsis: el pueblo destruido, los bárbaros de fiesta, los del Remanente Culpable cantan burlonamente... Hay aquí también la idea del paraíso perdido, como aquella imagen del primer episodio que nos mostraba al bebé atacado por una serpiente. Hay en la serie mucha imaginería bíblica. Kevin se reencuentra con su asesino, John Murphy. Aquí vuelven a hablar en nombre del espectador: no entienden lo que está pasando -y eso les hace reír- lo que nos lleva a escuchar de nuevo el Where is my mind versión Maxence Cyrin. Tras esta odisea, Kevin consigue volver a su hogar. Allí le esperan todos. Nora le dice "estás en casa". Kevin llora. Nosotros también. No nos engañemos, aquí Lindelof repite la misma estrategia que en Perdidos. El final de la temporada no cierra las líneas argumentales -aunque objetivamente se han resuelto la mayoría de las incógnitas- pero funciona como desenlace emocional. Y como tal es realmente poderoso. Seguimos sin saber por qué se produjeron las desapariciones en un principio, pero a estas alturas ya deberíais saber que esa no es más que una excusa para contarnos una -muy buena- historia. Como la famosa isla.
CAPÍTULO ANTERIOR: TEN THIRTEEN
No hay comentarios:
Publicar un comentario