Una de las críticas más comunes contra El despertar de la Fuerza (J.J. Abrams, 2015) es que es un remake de La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977). De todos los defectos que puede tener el Episodio VII, creo que este es el menos importante. Déjame explicarte por qué.
Primero, una perogrullada. Técnicamente, la película de Abrams no es un remake, como sí lo es King Kong (Peter Jackson, 2005) del clásico de 1933. En este sentido, Star Trek (J.J. Abrams, 2009) -a pesar de una pirueta argumental que permite mantener la continuidad anterior- sí es un reboot en toda regla, al utilizar a actores jóvenes para interpretar a personajes clásicos como Kirk y Spock. El despertar de la Fuerza no vuelve a contarnos lo mismo que Una nueva esperanza. De hecho, la historia progresa con respecto al episodio anterior, cosa que para mí es lo mejor de la película. Siempre he odiado que George Lucas regresara al pasado para desvelar el origen de sus personajes en las precuelas.
Segundo argumento: J.J. Abrams es un fan declarado de la saga. Por eso creo que esta película es una celebración de La Guerra de las Galaxias. El objetivo de Disney -probablemente- es contar algo diferente presentando a nuevos personajes -para captar al público joven- y utilizar la nostalgia para contentar a los fans de toda la vida. Eso no es malo per se. El problema es que la mayoría nos sabemos de memoria el Episodio IV, por lo que la sensación de deja vu acaba lastrando la experiencia. Pero esto se podría aplicar a cualquier adaptación cuyo material previo conozcamos. Cuando fui a ver Spiderman (Sam Raimi, 2002) mis expectativas eran altísimas, pero me sentí algo decepcionado. Como lector de cómics, el origen del hombre araña no me ofrecía nada nuevo. La película, sin embargo, fue un éxito que dio origen a cuatro entregas más. ¿Por qué? Porque la mayoría de la gente no ha leído los tebeos del trepamuros. Cuando 10 años después se estrenaba The Amazing Spiderman (Marc Webb, 2012) con un nuevo actor encarnando a Peter Parker -Andrew Garfield- muchos se quejaron de que era demasiado pronto para volver a contar lo mismo. Os recuerdo que Star Wars se estrenó en 1977.
Tercero: Mad Max mola. Una de las películas que más me ha gustado este año es Mad Max: Furia en la carretera (George Miller, 2015). La crítica y el público la han recibido con aplausos unánimes. Lo que nadie dice es que cada entrega de Mad Max nos cuenta exactamente lo mismo: un personaje solitario rechaza la llamada de la aventura todo lo que puede, pero acaba convertido en el héroe protector de una comunidad. En la primera entrega, de 1979, Max venga a su familia. En El guerrero de la carretera (1981) protege a un grupo de supervivientes postapocalípticos. En La cúpula del trueno (1985) a una tribu de niños perdidos. Ahora, ayuda a escapar a mujeres esclavizadas. Miller siempre nos ha contado la misma historia, repitiendo esquemas, secuencias e incluso planos. En las tres últimas entregas de Mad Max, el clímax nos muestra al héroe conduciendo un camión con una carga importante -un McGuffin- y sufriendo la persecución de sus salvajes enemigos. Para que luego nos quejemos de que hemos visto tres veces la secuencia de la Estrella de la Muerte. George Miller incluso recicla actores para diferentes personajes: el intérprete que daba vida al villano de la película original, Hugh Keays-Byrnes, es aquí el malvado Immortan Joe. ¿Por qué nadie ha acusado a la última entrega de Mad Max de ser un "remake"? Porque nadie se acuerda de las anteriores. Porque la mayoría no analiza las películas con verdadera profundidad. Porque el apabullante (re)planteamiento estético que hace Miller -y el torrente de ideas que inyecta en la misma estructura de siempre- ocultan que nos está contando de nuevo el viaje del héroe de Joseph Campbell. En El despertar de la Fuerza, J.J. Abrams y sus guionistas hicieron que los guiños fueran evidentes para que el espectador encontrase placer en el reconocimiento. Algunos ven esto como un defecto.
Cuarto argumento: algunas de mis películas favoritas de todos los tiempos son un "remake" de La guerra de las galaxias. La primera de ellas se estrenó este mismo año. La divertida Kingsman: servicio secreto (Matthew Vaughn, 2015) plantea como protagonista a un joven corriente que descubre que alguien de su familia tenía habilidades extraordinarias ¿Os suena? El joven pendenciero Gary (Taron Egerton) no sabía que su tío era un superagente secreto y es entrenado para seguir sus pasos por Harry Hart (Colin Firth), un Obi-Wan Kenobi que también muere durante la historia. En Kingsman, Samuel L. Jackson hace de Darth Vader, sus soldados visten de blanco, su base es la Estrella de la Muerte, y Gary tiene un escarceo con una princesa. Por si fuera poco, en la película aparece ¡Mark Hamill!. Kingsman es Star Wars cambiando el género de la space opera por el de espías, con guiños a la saga Bond. Y es genial. Otra película que ha sido comparada con la de George Lucas es Guardianes de la Galaxia (James Gunn, 2014). Resulta fácil establecer equivalentes: Peter Quill (Chris Pratt), como Luke, no sabe quién es su padre, pero también tiene poderes desconocidos que le convertirán en un héroe. Le acompaña una pareja cómica -Rocket Racoon y Groot- similar a R2D2 y C3PO, además de una princesa muy guerrera, Gamora (Zoe Saldaña). Es inevitable ver en Ronan el Acusador (Lee Pace) a un Darth Vader. Pero ¿Sabéis qué? A pesar de todas estas coincidencias, la película de Marvel Studios esconde realmente la estructura de En busca del arca perdida (Steven Spielberg, 1981), otra creación de Lucas. Guardianes de la Galaxia contiene varios guiños a la obra de George Lucas, incluyendo un cameo final de ¡Howard el pato! Y es genial. Si estos ejemplos son bastante obvios, hay otros más rebuscados. La estupenda Los renegados del Diablo (Rob Zombie, 2005), cuenta la historia de una familia de asesinos perseguida por despiadados policías y para ello utiliza la misma estructura que El Imperio Contraataca (Irving Kershner, 1980). Eso sí, hay que mirar mucho para darse cuenta. Por último, una de mis películas preferidas de toda la vida también roba la estructura de Una nueva esperanza. Se trata de... El retorno del Jedi (Richard Marquand, 1983).
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