El juego del gato y el ratón que han protagonizado Jessica Jones (Krysten Ritter) y Kilgrave (David Tennant) se vuelve todavía más interesante cuando el villano comienza a temer -también- a la peculiar superheroína. Durante toda la serie, Kilgrave inspiraba terror por sus poderes de manipulación, pero el descubrimiento de que Jessica ha conseguido ser inmune a su influencia ha igualado las cosas. Ahora, mientras ella busca a su enemigo, este intenta aumentar sus poderes para recuperar el control sobre su víctima. La forma en la que Kilgrave se va poniendo a prueba, por cierto, es bastante original.
Las apuestas son más altas y justo en este momento, Luke Cage (Mike Colter) reaparece en la vida de Jessica. Todo indicaba que Kilgrave tendía una trampa a Jessica haciendo explotar el bar de Luke, pero el diabólico personaje siempre consigue sorprender con lo retorcido de sus planes. Lo que buscaba Kilgrave era hacerle creer a Jessica que se cumplía su mayor deseo: que Luke podía llegar a perdonarle que haya matado a su mujer; que podía quererla de nuevo. En este episodio descubrimos que Jessica es inmune al poder de Kilgrave precisamente desde que este le obligó a hacer algo en contra de su naturaleza: es decir, matar a la mujer de Cage la liberó del control mental. Ahora, Luke, controlado por Kilgrave, se enfrenta a Jessica, que se ve obligada a "matarle". Se cierra así el círculo, en una demostración de que estamos ante un argumento pensado y planificado.
Kilgrave ha estado manejando los hilos de la vida de Jessica desde lejos y ese siempre ha sido su poder en esta historia, el miedo que puede ejercer como un personaje referencial. Un temor que se justifica en una de las escenas más tensas de la serie: Kilgrave obliga a su padre a meter los dedos en una batidora. La simplicidad de la crueldad del supervillano no impide que el momento resulte efectivamente inquietante.
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