Si no te gusta el deporte, o el baloncesto, o la NBA, el documental The Last Dance producido por ESPN -disponible en Netflix- es la mejor manera de entender por qué Michael Jordan y los Chicago Bulls marcaron una época, no solamente en el deporte, sino también en términos culturales y hasta estéticos. Si viviste aquellos años entre 1991 y 1998, esta docuserie es imprescindible, un emocionante y nostálgico viaje hacia el pasado. Como fenómeno de la cultura popular, solo se me ocurre comparar a estos Chicago Bulls con The Beatles. Si todos los grupos de rock contemporáneos y posteriores tienen que medirse con el cuarteto de Liverpool, los herederos de Jordan -desde el desaparecido Kobe Bryant hasta el actual Lebron James- siguen tratando de igualar el logro de ganar 6 campeonatos en apenas 8 años. Pero elevemos el fanatismo: alrededor de Jordan y los Bulls se ha creado una mítica de hazañas, triunfo y debacle que me hace pensar en el rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda. Esto lo ha entendido bien esta serie documental que se ocupa de crear un relato mítico con los hechos y milagros de Jordan, autodenominado el 'Jesús' negro: la canasta sobre la bocina en el partido de playoff ante los Cavaliers, los 63 puntos contra los Celtics, aquel cambio de mano en una canasta imposible en la primera final contra los Lakers, los seis triples en un cuarto contra Portland que le hicieron encogerse de hombros, el partido de la 'gripe' ante Utah que demostró que era sobrehumano, el falso final de su primera retirada para realizar esa travesía en el desierto que supuso jugar al béisbol, y su resurrección, hasta llegar a la última canasta ganadora en el último minuto del último partido con la camiseta de Chicago, para ganar el último campeonato. No hay que olvidarse de los apóstoles de Jordan, que también tienen su lugar en la serie, ni de la banda sonora de esta película de la vida real, Sirius de The Alan Parsons Project, que nos sigue poniendo la piel de gallina.
The Last Dance juega a lo que juegan todas las series documentales recientes: a crear una ficción partiendo de imágenes reales. Como Perdidos, la narración de la trayectoria de los Chicago Bulls de Michael Jordan tiene giros, sorpresas, héroes, villanos, subtramas que se entrelazan y hasta los famosos cliffhangers al final de cada entrega para mantenernos enganchados. Enganchadísimos. Si en Perdidos la excusa argumental era una misteriosa isla, aquí tenemos como cebo la última temporada que jugó Jordan en Chicago, culminada en un sexto campeonato histórico en la NBA. Pero ese último baile es solo el mcguffin que mantiene fija nuestra atención, porque durante la serie habrá numerosos saltos temporales que nos ofrecen el contexto necesario para entender los hechos que se nos presentas. Como en Perdidos, cada capítulo tiene un flashback que nos explica el origen de un personaje, empezando por Jordan, claro, pero sin olvidar a Scottie Pippen, Dennis Rodman, Phil Jackson o incluso Toni Kukoc y Steve Kerr. Estos saltos pueden ser la única mancha en una narrativa impecable, ya que el que no sea seguidor de la NBA puede perderse entre las dos etapas de los de Chicago, que ganaron tres anillos consecutivos en dos etapas, cada una marcada por el retiro -temporal- de Jordan. El argumento principal se quiebra para retroceder y explicarnos, por ejemplo, por qué es importante que Jordan vuelva a utilizar su primer modelo de zapatillas Nike -las Air Jordan- en un partido decisivo en el Madison Square Garden, o por qué no participó Isiah Thomas en el Dream Team de 1992, lo que lleva a hablar de los Bad Boys de Detroit. Por tanto, acabamos viendo también la gesta de los 5 anillos de los Bulls, y sobre todo, acabamos presenciando un completo biopic sobre Jordan, el mejor jugador de la historia de la NBA y uno de los más grandes del deporte. Esta figura, primero heroica e impoluta, poco a poco se va desarrollando en un personaje interesantísimo, con sus sombras: como que se le afeara su falta de compromiso político, o una competitividad feroz que le convierte en algo parecido a un ludópata y sobre todo, en su actitud obsesiva para conseguir el triunfo, que le lleva a ser un líder demasiado exigente con sus compañeros de equipo, entre los cuales, tenemos la sensación, no tiene ningún amigo. Recopilando todas las imágenes posibles sobre lo contado y entrevistando a los absolutos protagonistas -hablan todos y lo hacen sin tapujos- The Last Dance es apabullante, el documental definitivo sobre los seis anillos de los Bulls.
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