Arnaud Desplechin firma un estupendo film policíaco escenificado en su ciudad natal, en Roubaix, une Lumiere, una magnífica obra que escarba en la naturaleza humana, que mira con desencanto el mundo en el que vivimos y que desvela lo complicado que es conocer esa verdad última que persiguen los investigadores policiales. No hay inocentes en esta historia, pero tampoco culpables al 100% en los casos que deben resolver los agentes. Hay una mirada social en el film, basado en casos reales, que evita hablar de buenos y malos, y que tiñe de gris los sucesos que aparecen en la pantalla, delitos y crímenes sin glamour, como robos, incendios, un violador en serie, un asesinato sórdido y sin sentido. Protagonizan dos policías, uno recién llegado a la localidad, Louis (Antoine Renartz), dedicado hasta la obsesión, creyente y que escribe un diario personal que hace pensar en Diario de un cura rural (1951) o quizás, en Taxi Driver (1976). Pero lo mejor de esta película es sin duda el personaje del comisario Yacoub Daoud, un magnífico Roschdy Zem, que interpreta a un veterano, que conoce las calles sobre las que trabaja desde niño, que conoce a cada vecino y sus circunstancias, que sabe lo difícil que es abrirse camino en la Francia tejida por europeos, árabes y africanos, que buscan su sitio a codazos, olvidados todos, castigados por la ley del mercado y condenados a vivir como los miserables. El cine policíaco actual tiene, necesariamente, que ser social. Completan el reparto dos personajes femeninos, dos vecinas a las que dan vida unas estupendas Léa Seydoux y Sara Forestier, que demuestran las complejidades psicológicas que pueden estar detrás de esos hechos que salen en las noticias de sucesos y que intentamos reducir a un veredicto sin demasiado conocimiento de causa. Apoyándose en un realismo sórdido y en el rigor de poner en escena los procedimientos policiales, Desplechin entrega un film seco y desencantado, que sin embargo permite una mirada humanista gracias a ese gran personaje que es el comisario Daoud.
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