EL JUEGO DE CALAMAR -¿ES REALMENTE BUENA LA SERIE MÁS VISTA DE NETFLIX?


Hay muchos criterios para elegir una serie o una película de la cartelera cinematográfica o del catálogo de una plataforma. Un actor, un director, un género, pueden ser factores determinantes. Una crítica -o uno de mis artículos en Indienauta- seguramente es la razón menos frecuente para decidirse por una serie o una película. El que esto suscribe ha empezado a creer que el peor criterio para embarcarse en el visionado de un producto audiovisual es su éxito entre los propios espectadores. No pretendo ser elitista, pero recordemos que, ahora mismo, las telenovelas turcas son un fenómeno mundial. El nuevo éxito de Netflix, la que podría ser la serie más vista de la historia de la plataforma, es la coreana El juego del calamar. Ya lo sabéis, porque todo el mundo habla de ella y porque las redes están llenas de comentarios, spoilers y artículos de todo tipo. Ante semejante entusiasmo, me ha picado la curiosidad. ¿Tiene El juego del calamar una calidad que justifique semejante éxito. La respuesta, para mí, es no. Hay un montón de series -y películas- mucho más merecedoras de vuestro tiempo. Pero también tengo que decir que hay todavía más ficciones mucho peores. El planteamiento de esta serie creada por Hwang Dong-hyuk -escribe y dirige- es tan atractivo como poco original: un grupo de personas -con problemas económicos- se apunta a un juego de supervivencia en el que podrán ganar un premio millonario -conviene tener en cuenta a cuánto está el won coreano-. Pero para quedarse con el dinero, tendrán que superar una serie de juegos infantiles que aparecen aquí convertidos en trampas mortales. Obviamente, la historia encierra un gran misterio: ¿Quién está detrás de la misteriosa organización de matones enmascarados que organiza este extraño juego? Seguramente habréis leído ya que El juego del calamar recuerda a ficciones conocidas como Battle Royale (2000), Los juegos del hambre (2012)  e incluso Saw (2004). Yo añadiría otro precedente como Cube (1997). 
En todas estas ficciones, un grupo de personajes deben tomar decisiones morales, de vida o muerte, para escapar y sobrevivir. El acento suele estar entre dos posturas principales: colaborar o competir. Esto es lo mejor de El juego del calamar: los sádicos juegos -dignos de un campamento nazi- en el que los participantes se enfrentan a juegos infantiles, con sus reglas absurdas, cuyo castigo es perder la vida. La serie cuenta además con un atractivo planteamiento estético, decorados surrealistas de colores pasteles -seguramente habréis leído comparaciones con un cuadro de M.C. Escher, también puede recordar a Metrópolis (1927), y a mí me recuerdan a un videoclip de Daft Punk- por no hablar de las máscaras molonas para los misteriosos guardias del juego -que parecen los botones de un mando de Playstation- que seguramente se convertirán pronto en muñequitos. La acción ocurre casi enteramente en algo parecido a la base secreta de un villano de James Bond. Añadamos también un uso divertido de la música clásica como contraste, al más puro estilo Stanley Kubrick. Todo esto está francamente bien. Además, la serie es sorprendente cruda en su plasmación de la violencia y tiene varios momentos muy gore en cada episodio. ¿Se puede pedir más? Francamente sí. El primer problema de El juego del calamar -para mí- es que para desarrollar a sus personajes opta por el melodrama -género, por cierto, de gran aceptación en Corea del Sur-. En las secuencias fuera del terreno de juego, hay muchas abuelas luchando por sobrevivir y sacrificándolo todo por sus hijos, además de algún huérfano desamparado. Si la serie plantea una interesante metáfora de la vida de la clase trabajadora en el capitalismo, en la que todos tienen deudas, todos sueñan con un golpe de suerte que los convierta en ricos de la noche a la mañana, y (casi) todos serían capaces de matar al vecino para conseguirlo, esta mala leche queda anulada por un mensaje que habla de buenos sentimientos, de solidaridad y de una fe en la reza humana digna de Frank Capra. Otro defecto son los personajes: ninguno es verdaderamente memorable. El más desarrollado, obviamente, es el protagonista, Seong Gi-hun (Lee Jung-jae), pero a su alrededor hay una serie de personajes más bien planos, alguno caricaturesco, como el matón que interpreta Heo Sung Tae. Para acabar con los aspectos negativos, la serie acaba siendo muy predecible: el misterio de la organización detrás de los juegos; la identidad de su líder enmascarado; y sobre todo las motivaciones del grupo que ha decidido colocar a un grupo de desgraciados en una situación de vida o muerte, están muy vistos. Aunque es verdad que el guión se guarda alguna sorpresa bajo la manga, lo predecible de casi todo lo que ocurre resta tensión, impacto e interés. Por no hablar de lo que podría pensar cualquier espectador familiarizado con el audiovisual coreano/asiático sobre esta serie, en la que no encontrará nada demasiado novedoso. Resumiendo, El juego del calamar tiene elementos muy atractivos que no justifican su inmenso éxito. Las razones del mismo son, quizás, inexplicables.

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