Ricky Gervais no es solo el tío borde que se atrevió a sacarle los colores a las más grandes estrellas de Hollywood poniendo a prueba los límites del humor en los Globos de Oro. Es, además, un innovador de la comedia televisiva, que cambió las reglas de la sitcom creando The Office (2001) junto a Stephen Merchant, una ficción de influencia tremenda, solo equiparable a Curb Your Enthusiasm (2000) de Larry David. En aquella serie, Gervais y Merchant apostaban por abolir los recursos clásicos de la comedia catódica: evitaban las risas enlatadas, por supuesto, pero también los planteamientos cómicos a priori, buscaban un realismo descarnado y cotidiano, le decían adiós al punchline y a la catchphrase y lo más inaudito de todo, basaban la comicidad en la vergüenza ajena, en lo incómodo, en lo socialmente intolerable. El protagonista de The Office, David Brent, es egocéntrico, racista, homófobo, machista, mezquino y patético. Verlo solo puede hacernos reír si entramos en el perverso juego de la serie. Gervais ha seguido desarrollando ese mecanismo de lo cómico en sus siguientes trabajos, como Extras (2005) -sobre las miserias del mundo del espectáculo-, Life´s Too Short (2011) -protagonizada por Warwick Davis, afectado de enanismo-, Derek (2013) -en la que Gervais interpreta a un una persona con discapacidad- y ahora en After Life (2019) que estrena su tercera temporada en Netflix y que lleva todavía más allá eso que denominaremos post humor. En este sentido debo admitir que esta serie me descoloca en cada entrega por lo radical de su planteamiento. Hacer una comedia sobre el duelo, me parece, de entrada, tremendo. Pero es que Gervais es consecuente con su premisa: la muerte de la pareja del protagonista, Tony -el propio Gervais-, no es una excusa argumental, sino el conflicto central de la trama sobre la que gira cada capítulo de las tres temporadas de la serie. Tony se siente miserable tras la muerte de su mujer, Lisa (Kerry Godliman), y no consigue superar su pena. No evoluciona. Gervais se niega rotundamente a darnos cualquier tipo de esperanza al respecto. A través de su personajes, aprovecha para transmitirnos su filosofía de la vida: Gervais es profundamente ateo, animalista, y siempre está dispuesto a decir lo que cree, aunque sea políticamente incorrecto. Dado que el personaje protagonista, Tony, es un monolito inmutable en el centro del relato, debemos buscar el significado de esta comedia en el contraste con el resto de personajes del reparto. Tony es listo, culto y una especie de defensor del sentido común -y de lo justo- pero está rodeado por individuos mediocres, físicamente alejados de los cánones de belleza de los actores de cine y televisión, frikis, fracasados o directamente asquerosos. ¿Qué quiere decir esto? Pues que Tony, con toda su inteligencia e ironía, no encuentra razones para vivir -tras la muerte de Lisa- mientras que esta deprimente galería de perdedores nunca se plantea en lo más mínimo el sentido de la vida y siguen buscando la forma de ser felices (aunque siempre fracasen en el intento). Este planteamiento hace de After Life una serie única, al menos en mi experiencia, que además no teme hablar de todos los tabúes posibles: la muerte, la enfermedad, la prostitución, las discapacidades y hasta el cáncer infantil. Pero quizás lo que más me ha descolocado de esta ficción es la voluntad de Gervais de ser cursi. Sí, cursi. Esta serie se regodea en el sufrimiento de su protagonista, insiste una y otra vez en la pena que siente al haber perdido a su pareja, y se permite momentos delirantes y cursis, aunque no en un sentido romántico o sentimental, sino en cuanto a una oscuridad extrema, nihilista, que no encuentra sentido en la existencia más allá de la muerte. El plano final -atención spoiler- en el que vemos a Tony alejándose -¿Hacia dónde?- con su perro, para luego ver cómo aparece Lisa cogiendo su mano, para enseguida desaparecer, seguida del perro y del propio Tony, me parece un momento tan desolador que llega a ser, como ya he dicho, cursi. Tan exageradamente triste, que uno podría incluso reírse, aunque quizás, con una lagrimilla en el ojo. ¿Es esta la intención de un tipo tan listo como Gervais?
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