El director japonés Ryusuke Hamaguchi -este mismo año ha estrenado La ruleta de la fortuna y la fantasía- se propone como un autor a seguir de cerca con Drive My Car, a la que coloco desde ya entre las películas más relevantes de este inicio de 2022, y que no por casualidad se ha llevado tres premios en el festival de Cannes -mejor guión incluido- y el Globo de Oro a la mejor cinta extranjera. La película es un prodigio narrativo que entrelaza diferentes historias a través de sus personajes, que van desvelando sus conflictos personales a través de diálogos contenidos pero emocionantes. El protagonista es Yusuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima) un actor y director de teatro con una peculiar costumbre: aprenderse sus textos mientras conduce su viejo coche rojo, escuchando una cinta grabada con la voz de su esposa, que recita los diálogos de los personajes de la obra. A partir de esta situación tan sencilla como bonita, Hamaguchi nos irá contando los traumas de los personajes que rodean a Kafuku: su mujer, una dramaturga que se inventa historias mientras hace el amor; un joven y conflictivo actor famoso; una actriz que se comunica por lenguaje de signos, y sobre todo, una silenciosa conductora que ha encontrado el sentido de su existencia detrás del volante. La película funciona como una road movie a la inversa: en lugar de hacer un viaje descubriendo diferentes lugares, el coche de Kafuku casi siempre hace el mismo recorrido, según su rutina de trabajo, y son los personajes mencionados los que se suben al vehículo, que funciona como un confesionario. Hamaguchi adapta un relato de Haruki Murakami del mismo título, que además mezcla con los textos de Tío Vania de Antón Chéjov, la obra que prepara Kafuku: son dos miradas humanistas con las que el director y guionista japonés da forma a una reflexión sobre el significado de la vida, entendiendo la existencia como una sucesión de tragedias y pérdidas. Sin levantar la voz en ningún momento, con una planificación tan sencilla como exacta y con un ritmo sosegado, Drive My Car te va atrapando poco a poco, cocinando a fuego lento sus conflictos dramáticos hasta llevarnos a un desenlace emotivo y de una humanidad arrebatadora. Pero lo que más me ha conmovido de esta película es su mensaje sobre el arte, sobre la literatura y el teatro, sobre cómo la ficción nos ayuda a superar los problemas de la vida. Que sus tres horas de duración y su engañosa lentitud no os impidan disfrutar de esta gran obra.
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